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Series: Undercover.Operación Extasis

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Es difícil encontrar en la producción seriada de Netflix una gema que se destaque del resto. Pero hay. Rebuscando en esa bolsa de tamaño industrial, encontramos una de las mejores series policiales de los últimos años. Proviene de Bélgica en coproducción con Holanda y se titula Undercover: Operación Extasis y atrapa hasta el último minuto. Bienvenidos al mundo de la cursi mafia de los Países Bajos.
La acción transcurre mayormente en la región de Limburgo, la más oriental de las cinco provincias de Flandes. En la introducción del primer capítulo, se nos informa que es un paraíso para los amantes de la naturaleza y uno de los principales productores de manzanas. Pero sus principales productos de exportación son las drogas sintéticas que se consumen en las discotecas: 500 millones de pastillas por año que llegan a todo el mundo, incluso Buenos Aires. El negocio mueve unos 2.000 millones de dólares en la Colombia de Europa occidental, destaca el narrador. Quien lo diría.
 El rey del éxtasis es Ferry Bouman (Frank Lammers), apuntalado por su implacable mano derecha John Zwart (Raymond Thiry). Desde Los Soprano que no encontrábamos tan interesante pareja de mafiosos (de carne y hueso). Y con una ética y estética de arrabal tan parecida. Es que Fer B. y Tony S. usan las mismas camisas chabacanas.
 Para atrapar a esta pareja de hampones, una fiscal belga autoriza una operación conjunta con la policía holandesa que consiste en infiltrar a un par de agentes en el campamento de Zonnedawn, donde Ferry pasa el verano con su esposa Danielle (Elise Schaap), algo boba. Son dos vecinos más, no hacen alarde de riqueza. Un par de chalets más allá, vive el taciturno John con su hija, nieta y yerno Jergen Van Kamp (Kevin Janssens), otro miembro de la banda, puro músculo sin cerebro.
 Así, Bob Lemmers (Tom Waes) y Kim De Rooy (Ana Drijver), transfigurados en una pareja de enamorados (Bob y Kim), irán ganándose la confianza del suspicaz jefe criminal. El objetivo es inducirlo a pisar el palito, pero en el proceso no sólo sufrirán una tensión insoportable, deberán venderle el alma al diablo.

VIVIR EN LA MENTIRA


 La pregunta fundamental que plantea esta magnífica serie es: ¿En qué te convierte tu trabajo? Ser un policía infiltrado no sólo implica vivir en la mentira las veinticuatro horas del día, también te obliga a delinquir e incluso a propiciar asesinatos si cuadra la ocasión, es decir si corres el riesgo de ser descubierto. Esto se añade al tema no menor de la traición a quienes -sean lo que que sean- te han abierto el corazón, mientras tu vida personal se va al garete.
 Decíamos al principio que la Undercover tiene una calidad muy superior al promedio. En primer lugar, por las sublimes actuaciones, en especial la de Frank Lammers, su Ferry ha ingresado a la categoría de villanos memorables.También por la trama (basada en hechos reales, evoca las trapisondas del hampón Janus Van W.) que desborda de tensión dramática y nunca pierde ese mínimo de verosimilitud que debemos exigirle a una historia policial. Descubrimos que las sofisticadas Bélgica y Holanda también tienen una arista kitsch, con enanitos en el jardín incluso. Alguien establece en el penúltimo capítulo que en ese próspero rincón de Europa ya no existe el imperio de la ley. ¿Qué deberíamos decir los argentinos, entonces?
Se nos deja en claro que all  también existen policías corruptos o incompetentes y burócratas temerosos. Pero son casos aislados, por eso se trata de países desarrollados mientras que nosotros nos ahogamos en la frustración.
El inolvidable último capítulo deja en claro que habr  una segunda parte. Lo garantiza el clamoroso éxito comercial de la serie por todo Occidente. Netflix le ha comprado los derechos a la productora De Mensen. Desde esta modesta tribuna pedimos tambièn una precuela de Ferry Bougan, cómo llego a convertirse en el rey del éxtasis, tan odioso y tan simpático.

Calificación: Muy buena.



Hocus Pocus

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"Hay una regla superior a cualquier ley científica: la honestidad es siempre la mejor política". K.V.
Memorias de un lúcido crítico del sistema. Autobiografía, es decir narrativa retrospectiva en primera persona y en clave satírica. Este era el procedimiento favorito de Kurt Vonnegut (1922-2007) para transmitir su panoplia de ideas.
El sabio de Indiana era pacifista sin exagerar, vagamente socialista, algo misántropo, muy pesimista, comprometido con las causas de la ecología, defensor de la estabilidad matrimonial. Un adversario formidable de la plutocracia y el racismo. La conciencia corrosiva de Estados Unidos, aunque el país que denunciaba era bastante peor al de la realidad, y mucho mejor que el de sus adversarios totalitarios.
Rescató el sello La Bestia Equilatera, especializado en delicatessen, otra autobiografía imaginaria de Vonnegut. Hocus Pocus (349 páginas) fue entregado a la imprenta por primera vez en 1990. Es una distopía. Puede que alguien la considere su obra maestra. Lo que es seguro es que una de sus criaturas más oscuras. Una frase del final pinta el tono general del lienzo: "Qué vergüenza es ser un ser humano".
Imagina el literato que en 2001 Estados Unidos se encuentra en franca decadencia: "Una nación saqueada y totalmente en bancarrota agobiada por plagas desenfrenadas, por la superstición, el analfabetismo y la televisión hipnótica, virtualmente sin servicios de salud para los pobres".
El New York Times fue comprado por los coreanos. Un Ejército de Ocupación japonés en traje de negocios administra hospitales, escuelas y prisiones de alta seguridad. La Corte Suprema consagró la separación racial.
Oímos la voz de Eugene Debs Hartke, teniente coronel retirado, que cayó en desgracia. Lo expulsaron por una falsa imputación del colegio Tarkington, donde enseñaba física a chicos ricos con problemas de aprendizaje. Luego, alfabetizó a convictos. Ahora enfrenta un serio proceso judicial: lo acusan de ser el cerebro detrás de una fuga sanguinaria en masa de los más peligrosos presos afroamericanos del Estado de Nueva York. Los cargos también son fraudulentos. Gene se contagio tuberculosis y su esposa, suegra e hijos tienen un poderosa veta de demencia. El calvario de Job.
La vida es un mal sueño, establece Hartke. En Vietnam, había perdido todo respeto por sí mismo y por aquellos que conducen el país. Sugería a sus alumnos prepararse para la inevitable decepción: "Leer sobre los grandes éxitos induce a la gente a error, pues incluso para los blancos de clase media y alta, en mi experiencia, el fracaso es la norma".
La acción transcurre en el caserío de Scipio (condado de Cayuga, Nueva York), menos de dos mil habitantes en la actualidad. En ese valle de Mohiga, la industria principal es la del castigo. Al otro lado del lago, en efecto, se encuentra la horrible cárcel de Athena, administrada por la Sony. Los reos fugados devastarán el colegio Tarkington, son peores que la horrible Clase Gobernante, establece Debs. La represión será feroz; durará cinco días la Batalla de Scipio. Es el núcleo incandescente del libro.

EL TITULO


El diccionario Collins ofrece la siguiente definición: "Si usted describe algo como Hocus-Pocus, lo desaprueba porque cree que es falso y que pretende engañar a la gente".
El Cambridge Dictionary añade: "1 - Trucos utilizados para engañar, o palabras utilizadas para ocultar lo que está sucediendo o para no dejarlo claro. Ej: "Gran parte de lo que dicen los políticos es solo un hocus-pocus". 2 - Palabras dichas por un mago (o un artista que finge hacer cosas mágicas) cuando hacen un truco". Añadimos nosotros: sinónimo de Abracadabra.
Un diccionario de etimología explica: "Antiguamente las misas sólo se celebraran en Latín. Cuando los paganos, que no entendían el latín ni la religión, veían la ceremonia, pensaban que durante la comunión sucedía algo mágico. Entonces relacionaron Hoc est corpus meum (Este es mi cuerpo) con palabras mágicas. De ahí se fue simplificando hasta Hocus-Pocus.
No es la única versión sobre el oscuro origen del vocablo (Véase la Wikipedia).
Lo usa Vonnegut por primera vez en la página ciento setenta. Allí, el protagonista se lamenta por haber usado en el sudeste asiático el lenguaje para inventar justificaciones que impresionarán a los jóvenes que enviaba a matar o morir: ""¡Era un genio del galimatías, del abracadabra, del hocus pocus letal!".

LAS CLAVES


Llegamos entonces a una de las claves de un libro crepuscular. El viejo Kurt quiso ajustar cuentas con la Guerra de Vietnam, a la que define como "no otra cosa que un negocio de municiones". Compara esa carnicería alucinante, esa desgracia sin sentido, con la lucha heroica contra los nazis y los imperialistas japoneses:
"Leo acerca de la Segunda Guerra Mundial. Civiles y soldados por igual, y hasta niños pequeños, estaban orgullosos de haber tomado parte en ella. Al parecer era imposible, para una persona de la clase que fuere, no sentirse parte de la guerra si él o ella vivieron durante el período que tuvo lugar. Sí, y el sufrimiento o la muerte de los soldados, marineros e Infantes de Marina eran sentidos por todos, al menos un poco. Pero la Guerra de Vietnam pertenece exclusivamente a aquellos que combatieron en allá. Nadie más tiene que algo que ver con ella, supuestamente. Todos los demás son puros como la nieve. Sólo nosotros somos sucios y estúpidos, por haber peleado esa guerra. Cuando perdimos, nos lo teníamos merecido por haberla iniciado (...)".
Duro, ¿no? Así es todo el libro. Compuesto en forma de fragmentos so pretexto de que el pobre Debs lo escribió en prisión a lápiz sobre los soportes más diversos, desde papel marrón de envolver hasta el reverso de las tarjetas de visita. Y cada fracción de escritura esta cargadísima de ideas, denuncias, soflamas y, todo hay que decirlo, simplificaciones y clichés. La trama, que no es lineal, se subordina al mensaje. Así es el soberbio Vonnegut. Tómalo o déjalo. Con todo, el procedimiento no carece de eficacia, las palabras son sencillas y rotundas y la traducción de Ariel Dilon, impecable.

DIDACTISMO


El tono paródico, por otro lado, favorece esa reconocida pasión del autor por el didactismo. Se esfuerza en cada página por enseñarle algo al lector, ya sea el fraude de Los protocolos de los Sabios de Sion o el modo en que insensibiliza tener mucho dinero -"¡más ricos de lo que la avaricia misma puede soñar!"- al igual que lo hace la guerra moderna al piloto de un B-52. Un buen maestro -establece el bueno de Kurt- es aquel que le puede ofrecer un juguete distinto a las mentes de sus discípulos, matemática, astronomía, historia, lo que sea. 
Cunde el pesimismo en el libro, como dijimos. Vonnegut es un desencantado: "El Problema con la Clase Gobernante es que demasiados miembros son imbéciles". Pero tampoco confía en el pueblo llano: "La información es inútil para la mayoría de la gente, excepto como entretenimiento. Si los hechos no te causan gracia ni miedo, ni pueden hacerte rico, al diablo con ellos"... Su nación es una cloaca: "¿Qué podría ser más antiestadounidense que sonar parecido al Sermón de la Montaña".
Pero ofrece un desahogo al atribulado habitante de este planeta arruinado por el plástico y otras formas de contaminación: el arte o el artesanado. Tienen algo en común: ambos fabrican cosas hermosas e imprácticas.
"Este deseo por la vida estética en lugar del capitalismo o el militarismo es el hilo redentor que impulsa la contracultura de Vonnegut", escribió el críticoMatthew Gannon. 
En Hocus Pocus, desliza el novelista su devoción por la secta de Los Librepensadores, una buena gente que "duró muy poco, principalmente de ascendencia alemana que creían que a todas las personas no las espera en la ultratumba otra cosa que dormir" y "que el mejor uso que una persona podía hacer del tiempo que le tocara vivir era mejorar la calidad de vida para todos los miembros de la comunidad".
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Bueno


El horrible zarismo del siglo XXI

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En abril pasado, fatigó nuevamente la Argentina el filósofo ruso Alexander Duguin. Visitó la Universidad de Lomas de Zamora y la CGT, se reunió, al menos en público, sólo con sectores marginales del pensamiento justicialista. En tiempos de campaña electoral no conviene posar junto a un ideólogo tan excéntrico que en su momento fundó el Partido Nacional Bolchevique y el Movimiento Euroasianista. 
Al parecer, Duguin está fascinado ahora con algunas nebulosas ideas de Juan Domingo Perón, como la comunidad organizada o la Tercera Posición (abomina tanto de la tradición liberal como del marxismo clásico). No obstante, es uno de los villanos que retrata un ensayo imprescindible para todo aquel que se interese por una gran potencia: El futuro es historia. Rusia y el regreso del totalitarismo (Turner, 589 páginas, edición 2018).
La autora se llama Masha Gessen (Moscú, 1967) y lo compuso en Occidente tras una minuciosa investigación. Periodista, escritora, adalid de la democracia y de los derechos de las minorías sexuales en Rusia, aunque inmunizada -esto es lo más interesante- de ese izquierdismo pueril que hace que un gran acto en Buenos Aires en contra de la violencia de género concluya en un mitin troskokirchnerista.
En la exploración sociológica de su patria, la señora Gessen aliviana la aridez del naturalista con un recurso del periodismo: utiliza siete historias individuales para ilustrar la deriva de una Nación. Se ha interesado así en cuatro jóvenes profesionales "cuya vidas cambiaron drásticamente como consecuencia de la represión iniciada en 2012 (la contrarrevolución preventiva, anticromática)". Liosha, Masha, Seriocha y Zhamma, "oriundos de diferentes ciudades, familias y en realidad de diferentes mundos sociales". Todos los protagonistas están vinculados a las ciencias sociales.
Es que al igual que el bolchevismo, el régimen de Putin le ha declarado la guerra a las ciencias sociales. Las ha sometido y degradado con métodos nuevos. Vive Rusia en una era -como aquella del "ateísmo científico"- basada en la primacía de las cosas materiales. Bienvenidos al pseudototalitarismo (el concepto lo acuñó el sociólogo Lev Gudkov, otro de los personajes principales): se permite al pueblo enriquecerse, el Estado le garantiza estabilidad (lo opuesto al miedo y la ansiedad) y lo deja tranquilo, siempre y cuando no se inmiscuya en política, no interfiera con los oscuros negocios de la Nomenklatura y no pertenezca a una de esas minorías de proscriptos que cada tanto hay que apalear para complacer los bajos instintos de las masas y desviar la atención de los vicios del régimen.
Le calza bien la definición de pseudototalitarismo también a la ascendente China confuciana y a la ineficaz Venezuela de la mafia chavista (Cuba y Corea del Norte son totalitarismos clásicos). Quedan pequeños márgenes de negociación entre una elite, con todos los privilegios, y la sociedad aplastada. Si estallan encendidas protestas por corrupción o incompetencia, se destituyen funcionarios. Se cuidan las formas con grandes movilizaciones callejeras, elecciones amañadas y reglas tramposas; se busca no atraer la atención de los medios internacionales. Pero los mecanismos de represión sobre aquellos que piensan distinto son crueles e implacables. Si el Estado lo quiere, la sociedad será semicivil o un mero rebaño. Sólo un intelectual francés o argentino puede llamar "democracia" al pseudototalitarismo ruso, sostenido por las extraordinarias rentas de los hidrocarburos.
Por cierto, el sociólogo húngaro Bálint Magyar desarrolló su propio concepto para entender al autócrata Vladimir I: "Estado mafioso postcomunista", un régimen que utiliza las ideologías disponibles en lugar de estar regido por algunas de ellas como en el caso del comunismo.

EL HOMO SOVIETICUS

Hay otro juego de ideas interesante en el libro. Si cada sistema político crea (y es consecuencia de) un tipo de ser humano sobre el cual descansa su estabilidad, resultan sorprendentes los parangones que pueden descubrirse entre el Homus Sovieticus y el Homus Peronius: resistencia al cambio, creencia en el Estado paternalista, obediencia y amor irracional al líder carismático, odio a Estados Unidos como tradición política y social, resentimiento nacional, circulación de juegos del doblepensar, y, sobre todo, miedo a la libertad, tal como lo entendía Eric Fromm ("libertad de" más que "libertad para").
Así, la señora Gessen rastrea también el camino existencial del neoperonista Alexander Gulievich Duguin, a quien de muchacho sólo le bastaban dos semanas para dominar un idioma occidental (hoy habla muy bien español, como saben sus amigos argentinos) y quien gozó durante esta década de "un cierto período de fama internacional como el hombre que susurraba al oído de Putín". Hoy ha refinado su negación total y radical del individuo y la modernidad, y nadie lo tiene por Rasputín, excepto ciertos locos racistas de Estados Unidos, Julio Piumato y la Universidad Nacional de La Plata.

Otros personajes históricos muy interesantes retratados en el ensayo son Alexander Yakovlev, el ideólogo de la perestroika; el sociólogo Yuri Levada; y el político reformista Boris Nemtsov, asesinado a balazos en las calles de Moscú en 2015, un día antes de una gran protesta contra Putin, por un oportuno comando checheno (!?). 
La señora Gessen no sólo revela los perversos engranajes de poder del zarismo del siglo XXI, también nos describe cacerías de brujas inspiradas en las ideas (algunas demenciales) que circulan por la gran nación eslava. Nos pasea por claustros degradados, y comisarías y juzgados que huelen a maldad e injusticia. Nos conmueve con las intrépidas manifestaciones de los demócratas y el infortunio de los presos políticos.
El libro, finalmente, también es valioso por la capacidad de la autora de ofrecer hipótesis sobre hechos históricos trascendentes en el mundo eslavo, caso el Terror Rojo y la naturaleza del totalitarismo; la caída de la Unión Soviética y el fracaso del yeltsinismo; las guerras en Chechenia, Georgia y Kosovo; la Revolución Naranja y el maidán en Ucrania; la anexión rusa de Crimea. 
Como se dijo, para los argentinos contiene el texto un interés añadido: es una formidable advertencia del infierno al que conducen las "situaciones autoritarias" que, aunque parezcan transitorias, a menudo logran consolidarse encaramadas sobre las desdichas de un pueblo. Politizar cada aspecto de la vida -recuérdelo lector- es una rasgo de las mentalidades y los regímenes autoritarios. Tenía razón el viejo Fukuyama en 1989: nada mejor hemos inventado que el capitalismo con democracia liberal.
Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno

Manhattan Beach

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Un comentarista de la revista Time sentenció: "Jennifer Egan es la mejor novelista norteamericana actual". Quien aquí escribe opina que si alguien merece ese cetro, ese alguien es la señora Joyce Carol Oates. No obstante, la más reciente novela de Egan confirma que se trata de una artista del pelotón de elite.
En efecto, Manhattan Beach (Salamandra, 477 páginas) combina claridad en la forma, elegancia en las palabras y una historia muy interesante con giros que causan pasmo. Se nota que es el fruto de más de una década de reflexión y trabajo. Para hilvanar una excelente reconstrucción histórica, Jennifer Egan (Chicago, 1962) entrevistó y recibió consejo de decenas de personas, leyó muchos libros y publicaciones de época; contó incluso con la asistencia de tres becarios. Que aprendan los plumíferos argentinos que piensan que la literatura es noventa por ciento inspiración y diez por ciento esfuerzo (si no tienes el don, es exactamente lo contrario).
El libro nos lleva, primero, a la década del treinta, en plena Gran Depresión. Viajamos a la Nueva York costera. La protagonista se llama Anne Kerrigan. Nos la presentan a los once años de edad, acompaña a su padre Eddie en sus tareas como lacayo de John Dunellen, un líder sindical, amigo de la infancia, el corrupto Rey de los muelles. Anne tiene una hermana minusválida. No demora la trama en saltar a la Segunda Guerra Mundial.
La señorita Kerrigan trabaja en los astilleros de Brooklyn, los más grandes de Estados Unidos, por entonces. Mide piezas pequeñas que luego irán en los buques de guerra. Tiene un vacío en el alma: su padre abandonó a la familia cuando ella tenía catorce años (es el misterio del libro, nunca dejará de buscarlo). Por una milagrosa coincidencia, la heroína se relaciona con el gangster Dexter Styles, que regentea clubes nocturnos y está emparentado matrimonialmente con una familia con pedigrí, lo que le ha conseguido cierta honorabilidad, a pesar de su mandíbula a lo Dick Tracy y sus mafiosos italianos. Lo más importante de todo -en términos literarios- es que el príncipe del mundo de los sombras había conocido a Anne cuando era pequeña. Tenía tratos con su padre.
HILOS NARRATIVOS
Hay otros tres hilos narrativos. Anne quiere ser la primera buceadora en las aguas marrón verdosas de la bahía de Wallabout, lo que la enfrenta a los prejuicios de la Armada y de su época, y a un traje de inmersión que pesa más de noventa kilos. El segundo, son los negocios -siempre en ambos lados de la ley- del señor Styles; sus intereses basculan entre los dos núcleos de poder de la novela: su suegro, el banquero WASP y almirante retirado Arthur Berringer; y el misterioso señor Q, nonagenario capo de la mafia neoyorquina. Las dos caras de una misma moneda: el establishment.
En 1942, Berringer pronostica:
"Veo este país alcanzando cotas a la que ningún país ha llegado jamás; ni los romanos, ni Carlomagno, ni Gengis Khan, ni los Tártaros, ni la Francia napoleónica. Nuestro dominio no será fruto de subyugar a los pueblos: saldremos de esta guerra victoriosos e indemnes y nos convertiremos en los banqueros del mundo. Exportaremos nuestros sueños, nuestro idioma, nuestra cultura, nuestra forma de vida. Y todo esto resultará irresistible". 
El tercer hilo es el destino de Eddie Kerrigan, del que no puede decirse una palabra más sin estropear el efecto sorpresa. 
¿Quién es el mar?... Quien lo mira lo ve por vez primera, siempre. Con el asombro que las cosas elementales dejan..., escribió Borges en un poema sublime. La misma fascinación inspira el fulgor poético de Manhattan Beach. El mar, ""tan extraño y tan violento y hermoso"", es una presencia constante en un texto que nunca se va a pique.
En la página 247 leemos:
"Cuando finalmente sus ojos se acostumbraron, había levantado la vista y contemplado el mar como si fuera algo nuevo por completo: una extensión infinita e hipnótica que podía parecer que estaba cubierta de escamas, de cera, de plata repujada o de piel arrugada. Tenía una estructura y unas capas que no se distinguían desde tierra".
Pero no se trata solo de lirismo, de metáforas, del deleite por las expresiones que proceden de la marinería. Las olas mecen el argumento. Después de fatigar la costa marítima de Nueva York, Egan nos lleva a San Francisco para narrarnos una travesía tan fascinante como peligrosa por dos océanos. El Elizabeth Seaman lleva armas a los rusos. En las profundidades acechan los submarinos alemanes, pero la estrafalaria tripulación -como lo son todas- no se queja. "Nada contenta a los hombres excepto el límite extremo de la tierra", escribió Melville.
Hay que destacar que, quizás, ni siquera Conrad hubiera sido capaz de narrar un naufragio de un gran carguero en alta mar con la precisión de la señora Egan. Pero las aventuras por la costa, sobre el lecho del mar y en el Océano Indico no son el único punto sobresaliente del libro. Los abismos de los sentimientos -en particular, la siempre intensa relación padre-hija- son explorados, con una destreza admirable, por la capitana Egan.
Hija de un policía irlandés borrachín que también abandonó a su familia, la autora indaga, además, esa peculiar subcultura de Estados Unidos forjada por los inmigrantes de la tercera isla más grande de Europa. El hampón Dexter Styles concluye que los irlandeses no son de fiar:
"...no se trataba tanto de hipocresía como de una debilidad innata cuyo origen estaba en el alcohol o en lo que los empujaba a beber. Valía la pena contar con un irlandés para fabular o hacer planes, pero al final se necesitaba un espagueti, un judío o un polaco para hacerse realidad...".
Justamente, otra colmena humana que la escritora describe con buena pluma es la del hampa neoyorquina. Un submundo con sus propias reglas, tan rígidas como la del viejo Catecismo. Verbigracia: Un hombre firma su sentencia de muerte si se atreve a incordiar -sin aviso previo- a un capo en su hogar un domingo a la tarde. "Se lo lleva a dar una vuelta", según el eufemismo al uso.
Por cierto, la Cosa Nostra del Nuevo Mundo sólo le teme a una sola cosa: al arácnido apetito del fisco, "la mafia a la que ninguna mafia puede derrotar".
LA QUINTA
Manhattan Beach es la quinta novela de Egan y la primera desde que ganara el Pulitzer de ficción en 2011 con la postmoderna El tiempo es un canalla.
Lo que deja en claro es que la dama conserva su plenitud artística. La crítica ha destacado el giro estilístico desde lo experimental hacia una estructura narrativa clásica. En los dos terrenos brilla Egan, se ha dicho. El The New York Times, incluso, pidió incorporar la obra que aquí elogiamos al "canon de las historias de Nueva York". Será justicia. Es una magnífica novela oceánica.
Guillermo Belcore
Calificación: Muy bueno

Dark, la serie

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En su séptimo viaje interestelar, el inolvidable Ijon Tichy se ve atrapado en un lazo temporal. Es decir, "la inflexión de la dirección del fluir del tiempo dentro del área de los campos gravitatorios de tremenda fuerza, que pueden provocar incluso un cambio de la dirección tan radical que ocurre lo que se llama duplicación del presente". Como consecuencia, la nave del cosmonauta se abarrota de otras versiones temporales de su yo: el de ayer, el de mañana, el del jueves, el del mes próximo y hasta hay uno del año que viene. Se desata una lucha asesina por los escasos recursos  hasta que dos niños (los Tichy de la infancia) logran reparar el cohete.

Esa maravillosa y divertida imaginería de Stanislaw Lem (1) aparece en una de las series del momento que ha producido la industriosa Netflix: la adictiva Dark, tiene la precisión de una maquinaria alemana y la espléndida pesadez de la filosofía germana. Cuatro familias (los Nielsen, Kahnwald, Tiedemann y Doppler) en tres generaciones deben lidiar con viajeros en el tiempo, desaparición de niños y adultos y las versiones del futuro de alguno de sus integrantes.

La primera temporada se emitió en 2017; la segunda este año. Nos llevan al boscoso caserío de Winden, acaso en Baviera. En una planta nuclear han descubierto una sustancia elemental (el éter, la materia negra o el bosón de Higgs) que abre un agujero de gusano que permite viajar a en el tiempo; en un principio, respetando los límites de los treinta y tres años cuando el sol y la luna se alinean y se produce un cambio de ciclo. Es decir, desde 2019 a 1986, 1953, 1920 o 2052.

Hay dos bandos en pugna: la secta Sic Mundis Creatus Est intenta provocar (o confirmar) el Apocalipsis que ocurrirá -agéndelo- el 27 de junio en 2020. El falso sacerdote Noah y el desfigurado Adam (a primera vista parece Cara Roja del Capitán América) ofician de villanos y asesinos de estos Illuminati.

El otro equipo, el de los benignos viajeros en el tiempo, trata de evitar el Armagedón rastreando el hecho primordial que desata un bucle fatal. Pero en Dark no podemos estar seguros de nada; el guión se destaca por su magnífica y oscura complejidad (con muchas pistas falsas). Como bien estableció Kipling, la mejor manera de narrar una historia es como si no se entendiera del todo.

LAS PARADOJAS

Nos deslumbra la serie, además, con sus paradojas. Por ejemplo, Claudia Tiedemann viaja al pasado con una máquina del tiempo (de estética vintage) para enseñarle al inventor del artefacto a concluirla. Se entera en el futuro de la muerte de un familiar cercano; tratar de impedirla en el presente pero termina provocándola. ¿Es que el tiempo y el destino tienen rigor de acero? La ambiciosa trama, como se ve, reflexiona sobre uno de los enigmas de la existencia.

Otro de los agrados del guión son las distintas versiones del yo. Hay cuatro Jonas Kahnwald, por ejemplo. Tres tienen buen corazón, sufren por amor y las inclemencias del tiempo. Es lógico. Al comentar a Heráclito de Efeso, Borges ha establecido que, en realidad, nosotros somos el río, que nunca es el mismo:

"...el hombre de ayer no es el hombre de hoy y el de hoy no será el de mañana. Cambiamos incesantemente..."

Habrá tercera temporada de Dark, que -por otra parte- algo debe en sus exasperados planos-pecho al expresionismo alemán (los sentimientos son el principal motor de los personajes bondadosos, por cierto). Para justificar la prolongación de la serie, en el último capítulo dejan entrar a Blanqui, La trama celeste de Bioy y la serie Fringe. Puede que sea un déficit de invención.
Guillermo Belcore

Calificación: Buena

(1) Diario de las estrellas, Stanislaw Lem, Edhasa Nebulae, edición 2003.

Caballos lentos

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En la jerga de los servicios de inteligencia británicos, se denominan "caballos lentos" a los agentes caídos en desgracia. A los que metieron la pata hasta el cuadril. Como el caballero Min Harper, que extravió un sobre con información confidencial en la estación del ferrocarril y ese material fue entregado por una ciudadana indignada a la BBC.
Con el propósito de que esos los pesos muertos se aburran y abandonen el barco sin escándalo, el MI5 los confina a una mazmorra administrativa conocida como la Casa de la Ciénaga. Quien entra allí no pierde la esperanza de volver a la acción, pero eso nunca ha ocurrido.
Al frente de las oficinas de castigo se encuentra el legendario Jackson Lamb, una bala perdida que soltó amarras por su propia voluntad después de un largo servicio tras la Cortina de Hierro.
Obeso, desalineado, desagradable en todo sentido (incluso el olfativo), Lamb tiene, no obstante, una mente filosa como el bat"leth klingon. Es el antihéroe de las novelas del prolífico escritor Mick Herron (Newcastle, 1968), quien describe a su criatura como "la viva imagen de Falstaff". Aquí venimos a recomendar la opera prima de la saga Lamb. Caballos lentos (Salamandra, 380 páginas) fue entregada a la imprenta por primera vez en 2010. Acaba de llegar a la Argentina.
EL SECUESTRO
El libro es una agradable sorpresa, dado que resulta muy difícil encontrar una novela de espionaje competente, fuera de los clásicos del subgénero. Es decir, una novela con personajes rotundos, que atrape hasta la última página, tenga un mínimo de verosimilitud y que corra, en parte, los cortinados que nos ocultan un submundo sórdido y clandestino.
Olvídese del agente 007, aquí no encontrará nada con glamour o encanto, ni siquiera un pub que sirva una comida decente. Los escenarios son banales y nauseabundos, como corresponde a una burocracia envenenada por las rivalidades que debe luchar contra los enemigos de la democracia y la paz, y contra toda la ingratitud del hombre de la calle.
El tono de la prosa es de novela policial, con humor negro y dosis de ironía. Con muy buen tino, Herron se demora en plantear el núcleo incandescente del libro. En las primeras cien páginas, describe una galería de espías fracasados, condenados a un miserable trabajo de oficina. En esa tropilla, se destaca River Cartwright, nieto de una gloria del servicio secreto. La caída en el abismo de River es uno de los enigmas del libro.
El entuerto principal es el secuestro en Leeds de un joven de origen paquistaní. Tres chiflados prometen decapitarlo en publico, es decir, vía Internet en el horario de mayor audiencia. Los desesperados de la Casa de la Ciénaga tienen la posibilidad de redimirse resolviendo el caso, pues se vincula con un periodista venido a menos que estaban investigando (otro perdedor). La acción, en el último tramo del libro, no da respiro. No puede decirse una palabra más sin arruinar el efecto sorpresa.
Lo que sí puede revelarse es que Herron plantea a sus lectores que la guerra contra el terror islámico -una necesidad de nuestro tiempo con mala reputación (a menudo injusta)- suele derivar en círculos viciosos, pues las líneas del frente son sinuosas y los agentes, meras piezas en un tablero. Para colmo, los jefes del MI5 -esa bola de culebras- pueden volverse locos y después necesitan "taparse el culo": ..."las normas de Londres proceden de Westminster y en su versión resumida rezan así: "Siempre paga alguien; asegúrate de no ser tu".
La trama -cómo no- tiene algo (malo) que decir de la derecha británica, no sólo de esos energúmenos neofascistas que se la pasan soltando espuma por la boca, sino también del soporte intelectual del Brexit. En 2010 ya se veía venir el torbellino: 
"...la corriente está cambiando de sentido. Las personas decentes están hartas de que los zumbados izquierdosos de Bruselas las usen como rehenes, y cuando antes tomemos el control sobre nuestro futuro, de nuestras fronteras...", declama un político muy parecido a Boris Johnson.
Sin embargo, la corrección política nunca llega a estropear una trama, perlada de diálogos acerados (casi lo logra el calé madrileño de la traducción). Esperamos con ansiedad los otros cuatro libros de la saga Jackson Lamb. Tiene Herron el don de la originalidad.¡Ah!, y al parecer, la Casa de la Ciénaga ya no es una vía muerta.
Guillermo Belcore

Calificaciön: Bueno

La frontera

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El auge de los carteles de las droga implica -además de todo lo demás- el fracaso de la Modernidad. Es la vuelta a la Edad Media. Como en el siglo XIII, los señores de la guerra tienen un vasto dominio territorial, ejércitos de matones y funcionarios a su servicio, cierto prestigio entre el campesinado, voluntad de exterminio de sus rivales. Las matanzas forman parte del negocio (también la aplicación de tormentos). Incluso hay matrimonios de conveniencia para forjar alianzas. Ante este desafío formidable a la República, el Poder Central -cuando no está comprado- es impotente, tanto como lo eran los reyes europeos durante el feudalismo. Qué hacer.
Eso en el plano político; en el económico, todo lo contrario. Las mafias del narcotráfico tienen un costado ultramoderno: son los más eficientes conglomerados de negocios. Observe lo que está padeciendo hoy Estados Unidos. Hay un frenesí de consumo de heroína y fentanilo; gente joven cayendo como moscas; consumen amas de casa y trabajadores rurales; pequeños municipios se convierten en cementerios. No es otra cosa que el resultado de una diabólica estrategia comercial del Cartel de Sinaloa: para paliar la caída en las ganancias por la legalización de la marihuana volvió a cultivar amapolas y le ha robado los clientes a la industria farmacéutica y a la corporación médica con un producto novedoso y barato (10 dólares la dosis de canela en el callejón).
Decenas de miles de desesperados que consumían Vicodin u Oxycodona hoy se inyectan heroína. Dolor físico, espiritual o económico + proveedores mexicanos = epidemia de opiáceos.
LITERATURA BELICA
Pregunta: ¿Cuál es la contienda más larga que ha librado Estados Unidos en su historia? Respuesta: Contra las drogas. Cincuenta años más los que resten. Pregunta II: ¿Quién es el escritor que mejor ha narrado esta tragedia? Respuesta: Don Winslow (Nueva York, 1953).
Acaba de llegar a la Argentina el último tomo de la trilogía de Winslow sobre las guerra contra el narcotráfico: La frontera (Harper Collins, 967 páginas). Es un cierre magnífico de una de las más ambiciosas aventuras narrativas de nuestro tiempo.
Puede decirse, incluso, que el mamotreto está mejor escrito que sus predecesores (El poder del perro y El cartel); la trama es cautivante y aporta una tonelada de datos. Literatura de ideas y literatura didáctica, muy bien documentada. Imprescindible para quien se interese en el tema. Y hay que ser un idiota -en el sentido que le daban al término los antiguos griegos- para no interesarse en un flagelo que desquicia nuestras sociedades. Desde el Gran Rosario hasta el tercer cordón del conurbano, pasando por Puerto Madero y Palermo Bobo.
El señor Winslow ha venido cultivado un procedimiento muy eficaz en sus novelas documentales: la semirrealidad. Cambia nombres, mezcla y fusiona personalidades, inventa otros caracteres, pero la urdimbre de la trilogía se inspira rigurosamente en hechos. Como él mismo dice: "Hay muy poco que no haya realmente sucedido".
Y en La frontera, además de la epidemia de heroína y fentanilo en Estados Unidos, se incluye la desaparición del capo del Cartel de Sinaloa, la matanza de estudiantes de Ayotzinapa, el tren La Bestia y la llegada al poder de Donald Trump. Es una escritura con bulimia, con urgencia por transmitir un mensaje, por denunciar, por ejemplo, los vínculos de Wall Street y los bancos con los negocios sucios del narcotráfico, el fracaso absoluto de la política antidrogas del gobierno estadounidense, o bien la complicidad de las autoridades mexicanas con los hampones: "...la Policía Federal es, a efectos prácticos, casi una filial del Cartel de Sinaloa"..., se establece en la página cincuenta y ocho.
No obstante, no es un libro de brocha gruesa. Los matices son importantes. Y de ninguna manera se postula la superioridad de una cultura (la anglosajona) sobre la que rige al sur del río Bravo. Se trata de situaciones de poder. Si en la página doscientos cuatro se nos dice que "el último caso en que hubo un detective corrupto en Nueva York fue en los años ochenta..." (¿Cuándo fue en América latina el último caso de detective incorruptible?, piensa uno), de inmediato se aclara que en México la oferta narco al policía no es tómalo o déjalo, sinotómalo o te matamos a ti y a toda tu familia. Plata o plomo. También hay héroes que hablan en español.
El protagonista del libro se llama Arturo Keller. Es un auténtico cowboy, que trabajó encubierto en México, con fama, bien ganada, de hombre duro e implacable y con el alma hecha jirones. Ha hecho el mal en nombre del bien común o por un ser amado. Ahora, con el padrinazgo de un senador texano, el bueno de Art es nombrado director de la DEA. Trae algunas ideas innovadoras en el morral, pues la estrategia del bolo central (detener o matar a los capos) no ha dado resultado para, al menos, atenuar la entrada de estupefacientes a territorio estadounidense. Los carteles son auténticas corporaciones de negocios, donde el nombre del CEO no es lo decisivo. ¿Por qué no probar una nueva táctica, tratar de cortar el flujo de dinero norte a sur? Para ello, hay que encontrar un financista corrupto, dar un escarmiento a Wall Street. Página quinientos cuarenta y tres: "¿Sabes cuál es la diferencia entre un cártel y un sindicato de bancos? Prácticamente ninguna".
MAR DE FONDO
El mar de fondo es la agonía de la Pax Sinaloense, tras la desaparición de su capo máximo Adam Barrera (que es y no es el Chapo Guzmán). Los gobiernos de Estados Unidos y México habían descubierto que una mafia hegemónica es preferible a que treinta carteles luchen entre sí por el control de territorio (los Zetas, ex comandos que cambiaron de bando, son los peores). Es que la guerra contra el narco no se puede ganar; se puede conseguir a lo sumo una disminución lenta y dolorosa de la violencia. ¿Se puede hacer retroceder al océano?, se preguntan, desesperanzados, los agentes de la ley y el orden que aún no han sido corrompidos.
Si Barrera era el indiscutido Rey León, ahora varias hienas buscar engullir pedazos de la mayor red de narcotráfico del mundo. Se lanzan a degüello unos clanes contra otros. Entra en escena la tercera generación mafiosa -Los Hijos-, ataviados con Armani y Hugo Boss y al volante de una Ferrari o un Lamborghini. ¿Podrán desplazar a la vieja guardia?
La trama, que magnetiza los dedos, nos lleva de Culiacán o Tijuana a Nueva York, que al parecer se ha convertido en el centro neurálgico de la heroína en la Costa Este. Hacemos una visita a las cárceles de Florence en las Rocallosas (ahí encerrarán al Chapo en la vida real) y la californiana Victorville, manejada por la M, la mafia mexicana. Tras atisbar en las prisiones una enseñanza se impone: el odio racial y las diferencias sectarias siguen siendo las pulsiones más poderosas del ser humano en condiciones extremas. 
Vamos también a Guatemala para observar el calvario de los pibes inmigrantes que sueñan con entrar a Estados Unidos; y a un paraíso en las costas de Costa Rica para permitirle a la trama recuperar un matón irlandés (redimido) del primer tomo de la trilogía. Recorremos los bajos fondos de Nueva York y Jersey para aprender sobre el trabajo del policía infiltrado en las entrañas de la carrera armamentista que se traen entre manos los traficantes (el fentanilo es cincuenta veces más poderoso que la heroína). Nos sentamos luego con magnates inmobiliarios de Manhattan, desesperados por el dinero sucio de las drogas. 
Son todos viajes de descubrimiento para el lector de a pie. Y lo que vemos hiela la sangre, sacude la conciencia: penas durísimas por posesión de marihuana y casi 30 mil muertos en las calles por sobredosis; una cena en la Casa Blanca para los lavadores de fondos.¡Siglo XXI! 
UNA BUENA CAUSA
Con La frontera, el caballero Winslow ha concluido, pues, una faena de veinte años. Un tercio de la vida dedicada a una buena causa.
La trilogía es Alta Literatura, a pesar de sus redundancias, hipérboles, ñoñerías. Por cierto, la prosa es directa, nunca nos ahorran inmundicias. Contiene, eso sí, una legión de personajes memorables y una visión verosímil del inframundo. Inframundo de nuestro valle de lágrimas; en relación al del más allá, uno concluye que en el infierno debe existir un círculo especial reservado para los que trafican con drogas o sólo son fieles al dinero.
Guillermo Belcore
Calificación: Excelente

The Boys, la serie

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Los superhéroes no son como usted pensaba. Superman fue creado en un laboratorio por Vought American, poderoso grupo empresarial. El hombre de acero es un resentido, cínico, una verdadera basura y una real amenaza para la humanidad. Aquamán es un abusador sexual. La Mujer Maravilla, depresiva y alcohólica, está moralmente quebrada. Flash, un adicto al suero que incrementó sus poderes. ¡Cuidado, señora, cuando vaya al baño! El Hombre Invisible se ha aficionado al vouyerismo. Todos son unos redomados mentirosos y corruptos, pero las masas los veneran gracias al excelente trabajo de prensa y promoción de Vought.
Bienvenidos al universo loco de The Boys, acaso la sátira más corrosiva que ha creado Amazon Prime Video, división streaming de la empresa con mayor capitalización bursátil del planeta.
La serie de sólo ocho capítulos (acaba de estrenarse) imagina que una célula de humanos decide vengarse de los superhéroes. Dos de ellos han perdido al amor de su vida por culpa de los efectos colaterales de la comunidad heroica. Otros dos son ex mercenarios de la CIA (Leche Materna y el Francés) que acceden a dar una mano a su antiguo camarada Billy Butcher (Karl Urban, el doctor McCoy en Star Trek), el jefe de la pandilla. El quinto elemento de The Boys es Kimiko (Karen Fukuhara), una chica asiática a quien los malos pretendían convertir en una ultraterrorista con el propósito de justificar cuantiosos contratos con el Pentágono.
En el primer capítulo conocemos a una parejita de tortolitos: Hughie y Robin. Van a besarse en la acera, ella pone un pie en la calle y entonces. Audaz (el Flash de esta versión) la atraviesa como si se tratara de aire. El súperhumano se disculpa con Hughie (Jack Quaid, el hijo de los actores Dennis Quaid y Meg Ryan): ``Lo siento, viejo, no puedo detenerme''.
Hughie se queda con las dos manos de Ronda y una masa sanguinolenta sobre la calzada (la serie cultiva el gore, es decir hay muchas muertes asquerosas). Tiene el corazón destrozado. Butcher lo recluta poco después para su Club de la Venganza, pero el chico es decente y dulce, se resiste a convertirse en un asesino serial y termina enamorando y enamorándose de la cándida Starlight, uno de Los Siete(copia de La Liga de la Justicia de DC). Será un contrapeso a la ira demencial de Billy Butcher.

EL MUNDO DE GARTH
Hay que decir que la serie es una adaptación del cómic homónimo. Hay que destacar, entonces, la imagineria del señor Garth Ennis (Hollywood, Irlanda del Norte, 1970). Es lo que se llama un autor de culto, aunque muy controvertido por la gran efusión de sangre en sus guiones y la furiosa iconoclastia. Su criatura más reconocida es Predicador (también reciclada en serie televisiva), pero se ha elogiado, asimismo, el giro oscuro que le ha dado tanto a The Punisher como a John Constantine.
Ha demostrado Ennis su desdén hacia los superhéroes en dos historietas: The Autority y, justamente,The Boys (72 ediciones entre 2006 y 2012), donde los prodigios no sólo sufren el complejo de Edipo sino que también están dispuestos a matar a decenas de civiles con tal de mantener su estatus de celebridades. Ennis es uno de los productores ejecutivos de la serie.

SATIRA IMPIADOSA
En el plano artístico, el guion descuella como sátira impiadosa, a lo Jonathan Swift. No sólo se ridiculiza a los superhéroes (en realidad nos muestran sus dificultades en el mundo real) sino que hay un alegato contra dos pilares de la cultura estadounidense, la codicia empresarial y la derecha religiosa (en el magnífico capítulo V, `Bueno para el alma'), al tiempo que se nos recuerda la pavorosa facilidad con que las personas comunes pueden ser manipuladas por el marketing.
Asimismo, se aborda de manera lateral una cuestión política trascendente: quién vigila a los vigilantes. Es decir, se plantea la urgencia de supervisar a aquellos a los que la sociedad les confía el derecho a portar armas y el trabajo de combatir la delincuencia y el terrorismo.
Hay una escena memorable en la que Vengador (el análogo de Superman con colores y los rasgos políticos del Capitán América) arenga a una legión de rescatistas en una playa salpicada con los restos de un vuelo de pasajeros que habían secuestrado extremistas islámicos. El discurso, la pose, la filosofía es de George Bush en la Zona Cero días después del 11-S. Por aquí van los tiros.
Súmele a la parodia, algunos chistes buenos (siempre el humor es negro), las buenas actuaciones, diálogos con ironía y los sólidos efectos especiales. El combo es atractivo.
En el último capítulo, el texto se aparta del original. En la historieta, Vengador había violado a la esposa de Billy Butcher y el bebé monstruoso, producto de esa aberración, mató a su madre desde el vientre. En la serie, no. Un sutil cambio nos permite confirmar la absoluta depravación del superhéroe y abre la puerta para una promisoria segunda temporada, que ya estamos ansiando.
A ver. Si Stranger Things fueran los Beatles, The Boys no sería los Rollings Stone sino The Clash o los Ramones. Es el punk del universo series.

Calificación: Muy bueno

FICHA TECNICA
The Boys
Año: 2019. Duración: Ocho capítulos de 60 minutos. País:Estados Unidos. Dirección: Evan Goldberg (creador), Seth Rogen (creador), Eric Kripke (creador), Dan Trachtenberg, Jennifer Phang, Philip Sgriccia, Daniel Attias, Stefan Schwartz, Fred Toye. Guion: Eric Kripke, Anne Cofell Saunders, Ellie Monahan, Evan Goldberg, Phil Hay, Matt Manfredi, Garth Ennis, Seth Rogen, Craig Rosenberg, Rebecca Sonnenshine, George Mastras (Cómic: Garth Ennis, Darick Robertson). Música: Christopher Lennertz.Reparto: Karl Urban, Jennifer Esposito, Jack Quaid, Elisabeth Shue, Laz Alonso, Colby Minifie, Jess Salgueiro, Brittany Allen, Bruce Novakowski, Sarah Camacho y otros.Productora: Amazon Studios.

Olga

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Los frutos de la ambición desaforada son letales. Para una persona o para un país. Arruinaron, por ejemplo, a Alemania; y también condujeron a la muerte al joven terrateniente Herbert Schröeder, gran amor de la maestra Olga Rinke, protagonista de la novela más reciente del juez Bernhard Schlink (Bielefeld, 1944).

Está mal, se nos dice, que una gran nación o un individuo no sepan medir sus fuerzas. Pero en el caso de la literatura, la ambición sigue siendo un factor decisivo. Un Thomas Mann o un Günther Grass creaban extensas, pesadas, magníficas maquinarias narrativas, que aspiraban a retratar buena parte de su época.

Hoy en día, un Thomas Pynchon o John Irving -por citar dos casos ilustres- mantienen la llama sagrada de su majestad la Novela Oceánica. El señor Schlink, por el contrario, ha preferido tratar en Olga (Anagrama, 254 páginas) la dramática historia alemana a vuelo de pájaro, lo que resulta decepcionante.

En la página sesenta, por ejemplo, Herbert viaja a la Argentina a principios del siglo XX en busca de aventuras. El lector se frota las manos, pero el autor despacha el asunto en... ¡cinco párrafos! (una página y media). Y lo mismo con la Segunda Guerra Mundial. Uno se siente tentado a pensar que Schlink es algo así como el Pablo Ramos de la literatura alemana: un escritor absolutamente sobrevaluado.

¿Qué tenemos aquí? Una historia de amor imposible y el ciclo existencial de una mujer valerosa que desafió las convenciones de su tiempo. También, el mensaje que mencionábamos en el primer párrafo. Demasiado explícito. Esta columna coincide con Jorge Luis Borges en que los procedimientos oblicuos suelen ser los más eficaces.

Olga nació en la pobreza de Breslau. Su abuela la lleva a Pomerania donde asalta, con éxito, las gruesas murallas del machismo y logra recibirse en el seminario nacional para maestros de Posen. Descubre, intuitivamente, el valor del aprendizaje y el saber. 

También se enamora de un amigo de la infancia, el hijo del hombre más rico de la ciudad. Naturalmente, los aristócratas Schroëder impiden que el primogénito se case con una obrera intelectual. Deben limitarse entonces a una relación de amantes en Prusia Oriental (territorio hoy dividido entre Rusia y Lituania), pero lo peor de todo es que Herbert tiene pájaros en la cabeza como tantos de sus compatriotas. Sueña con la grandeza y el destino manifiesto de Alemania. Se la pasa viajando. Hasta que desaparece en una mal concebida expedición al Artico. Olga nunca podrá olvidarlo. Tienen un hijo, pero él nunca lo sabrá.

ARQUITECTURA INGENIOSA


Lo mejor del libro es su ingeniosa arquitectura. Un ensamblaje perfecto de puntos de vista que va revelando hitos de la existencia de nuestra heroína socialdemócrata. Llegados a este punto debemos destacar que Olga comulga con la visión política del autor de la novela, un juez constitucional que gusta de hacer profesión de fe igualitaria: en el amor y en el cementerio somos todos iguales; no hay diferencias sociales y económicas que valgan ante la muerte.

La novela consta de tres etapas. En la primera se narra la vida de Olga en tercera persona. Es la voz de Ferdinand. De niño, había trabado una intensa relación afectiva con la señorita Rinke, modista de la familia, ya en la posguerra, en una apacible ciudad de Alemania Occidental.

La segunda parte fue compuesta en primera persona. Ferdinand quiere reconstruir la existencia de su vieja amiga (murió nonagenaria por culpa de un atentado con bomba), hasta que consigue, de manos de un anticuario de Noruega, las cartas que regularmente le había enviado Olga a Herbert a la remota y gélida Tromsö, incluso cuando el sentido común indicaba que el muchacho estaba muerto. Esas cartas conforman y embellecen la tercera parte.

Por encima de todo, Olga es una novela de ideas. Al prolífico doctor Schlink le interesa denunciar la vacía y peligrosa codicia de su Patria:

"...la perdición había comenzado con Bismarck: éste había puesto a Alemania a lomos de un caballo demasiado grande, que de todos modos no podía montar, y desde entonces a los alemanes los podía una ambición exagerada...".

Esta bien, cuestionar el Deutschland, Deutschland über alles, que tanta devastación ha causado en el planeta, pero se cuelan algunas hipérboles: llega a decirse que el milagro económico tras la desaparición del nazismo también "fue una exageración". 

Ese candoroso egoísmo nacional se manifiesta a través de los delirios coloniales y árticos de Herbert (quería ser Amundsen) y de su hijo Eik que participó en el saqueo nazi de Rusia. ¿Por cierto, qué tipo de madre decide abandonar a su retoño porque sus ideas políticas son radicales e inmundas? Es que la señorita Rinke es un personaje plano (como todos los de la novela), que se rige por imperativos categóricos y ñoñerías. Aquí no existen moralidades grises.

La obra satisface, no obstante, las demandas posmodernas. Tiene perspectiva de género. Plantea antinomias fáciles: sabiduría femenina vs. arrogancia machirula. Realismo con faldas vs. fantasías testiculares. La intrepidez varonil es ridícula, sobre todo cuando se viste con pomposos discursos.

Finalmente, algo de la prosa hay que decir. La ausencia de poética y su filosofía elemental tornan monótono al texto. Los capítulos son breves como meada de sapo. Lástima. Con trescientas o cuatrocientas páginas más hubiese sido una gran novela. Pero esto es sólo una opinión. Olga ha recibido desaforados elogios de los críticos de los diarios, incluso en la Argentina.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Regular

Infraestructura de la política y escritos anexos

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El profesor Miguel Angel Iribarne es un columnista destacado de La Prensa. He tenido la fortuna de editar en el diario en el que trabajo desde 1989 los miniensayos del ex decano de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Católica de La Plata. Se destacan -os aseguro- no sólo por defender las ideas correctas, sino también por esclarecer los pliegues de la política, tanto la doméstica como la internacional. La suya es la mirada del erudito. Bien, el señor Iribarne acaba de publicar un libro con idéntica excelencia: Infraestructura de la política y escritos anexos (Editorial Dunken, 102 páginas).
Siguiendo la estela de Gianfranco Miglio y de Vicente Massot, la obra persigue (y encuentra) las "realidades invariantes de la naturaleza política", es decir "las regularidades" (es un error de hablar de leyes), que a su juicio son "el objeto propio de la Politología, cuyo método es inductivo y, más específicamente, histórico-comparativo".
En el marco de esas regularidades se desenvuelve el drama político, con "su sonido y su furia", que tanto daño nos están causando hoy a los argentinos. Justamente, el ensayo nos permite entender taras de nuestro sistema institucional.
Por ejemplo, la ausencia de un centro firme siempre es garantía de turbulencias. "Es fundamental considerar la distancia ideológica entre los actores", destaca Iribarne en la página veinte. "Si la distancia es excesiva, si cada actor se hace portador de una weltanshaung incompatible con las restantes, es grave el riesgo de colapso del sistema... se reduce dramáticamente la posibilidad de que la alternancia sea respetada. Es el caso de Alemania en 1933, España en 1936 y Chile en 1973, entre tantos ejemplos".
¿Qué significa esto? Que si Alberto Fernández gobierna según los dictados de La Cámpora o el filochavismo nuevoencuentrista, en lugar de apoyarse en el peronismo racional, los gobernadores o el massismo, nos esperan años muy peligrosos a los argentinos.
REVELACIONES
El libro va desgranando conceptos: Constitución, oligarquía, monocracia, aparatos, representación, extrapoderes, etc. Fiel a un oficio que ama, el profesor emérito de la Universidad Católica Argentina se impuso una misión pedagógica: develar a sus lectores que hay debajo de las máscaras de aquéllos que nos interpelan por un voto o una simpatía. Lo que hay es una clase política (CP) que, en el fondo, no se identifica más que con sí misma.
"El poder político, estructuralmente oligárquico y tendencialmente monocrático (recurrencia cíclica al hombre fuerte) necesita conversar con la sociedad", señala Iribarne. Y nosotros, en tanto, interlocutores debemos siempre recordar que la casta dirigencial posee autoconciencia y "la expresa en primer lugar negándose a aceptar su catalogación como clase, que pondría en riesgo la ideología de la representación que invoca para legitimarse. Y por el otro lado, denunciando permanentemente las interferencias de raíz corporativa o tecnocrática que limitarían su gestión".
Es decir, hay un ellos y un nosotros en este asunto de la democracia representativa. Nuestra autoconciencia como pueblo es tenerlo presente. "La soberanía popular se ejerce optando entre oligarquías", establece un ensayo, virtuoso de la cita.
Iribarne, por otra parte, rechaza firmemente la interpretación marxiana de la Historia, basada en el determinismo económico que rebaja todo a mero subproducto de los afanes de las clases sociales. La acción política tiene su propia esfera de autonomía. Y, contra todos los maestros de la sospecha entiende que los fenómenos políticos deben ser explicados por causas también políticas.
¿EXCEPCIONALES?
Otra idea formidable que se desprende del pensamiento de Iribarne es que debemos ser muy cautos en atribuir ciertas patologías a la excepcionalidad argentina. La minuciosa descripción de invariables a lo largo de la Historia universal nos advierte, por ejemplo; que el clientelismo es tan viejo como Occidente. El ciudadano carente de protección política ha sido en todas las eras un hombre o mujer a la intemperie. Se establece en la página cincuenta y nueve:
"Patronos romanos, señores feudales y hoy bosses, punteros o sindicalistas desempeñan análogo rol estructural. Las eventuales diferencias de calidad en los lazos que anudan con sus seguidores tienen que ver con un problema civilizatorio, es decir, cultural y en última instancia religioso".
También es universal -y al parecer eterno- el ansia del ser humano por un semejante providencial, un líder carismático. Se explica:
"Genéticamente, el vínculo político -es decir, la relación entre el mando y la obediencia- tiene naturaleza carismática y, por ello, no puede prescindir de la personalización del poder".
Vale decir, el peronismo no es un fenómeno exótico. "La recurrencia cíclica del poder personal fuerte, por un lado, y las oligarquías expansivas que tienden a reducirlo a símbolo, por otro, permanece como una invariante de la infraestructura política", insiste el profesor. Y en esta tumultuosa y desconcertante alborada del siglo XXI la tendencia parece colorear casi todo el planisferio. Los nombres de Trump, Putin, Xi Jinping, Abe, Erdogan, Orban, López Obrador, entre tantos, resultan muestras elocuentes del espíritu de la época.
Un libro escrito, por así decirlo, con la Historia en el regazo resulta imprescindible. Hay otra muy buena razón para su consumo: al final se añaden los artículos de Iribarne que este año honraron a La Prensa.
Guillermo Belcore
Calificación: Muy bueno

Pinceladas musicales

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Macondo y el condado de condado de Yoknapatawpha. Santa María y la comarca de Región. La buena literatura es pródiga en lugares míticos. En su novela breve número mil, César Aira propone sumar Coronel Pringles a tan eminente cartografía. Hay algo secreto y fantástico, al parecer, en sus cambios de luz, en la metafísica de sus habitantes y en las criaturas que merodean el arroyo Pillahuincó, se nos advierte en Pinceladas musicales (132 páginas, Blatt & Ríos).
Como el lector sabe, Pringles tiene encarnadura real. Es una pequeña y laboriosa ciudad sobre la llanura bonaerense, igual a cualquier otra. Quien vio una, las ha visto todas, podría decirse. Sólo es digno de mención el espectacular Palacio Municipal, fruto del genio loco de Francisco Salamone en la década del treinta; y acaso la cercanía con las Sierras de la Ventana. Si yo fuera el intendente, ya estaría invirtiendo en un Museo César Aira.
No sin poesía, Aira eleva al Palacio a "pistilo, titánico, triunfante"...; "maravilla arquitectónica de extravagancia sin par..."; "gigantesco piano desarmado de cemento que debería haber sido el orgullo del pueblo..."; fruto de "una estética improbable".
El eje argumental de la nouvelle se articula en torno a unos murales para el Palacio que le encargan, en pleno apogeo del primer peronismo, a un artista dudoso, un vecino antiguo con ínfulas de pintor, retirado del comercio, viudo, con hijos grandes. El narrador evoca sus dudas artísticas, su deslizamiento hacia la locura del anacoreta, su presencia ante un episodio legendario de la Revolución Libertadora. El narrador no es otro que Aira.
LOS TRUCOS DEL MAGO
Como en tantas de sus obras, las anécdotas -regidas por el disparate- sirven de pretexto para que el literato defienda una peculiar teoría literaria, que le ha dado prestigio y polémica. Cuando el arte se degrada a testimonio -establece en la página cincuenta y siete- pierde su condición alada, se hace pesado como un día laborable.
Las facultades del artista -propone más adelante- no son el entendimiento común, la memoria, la comprensión, la agilidad o la flexibilidad mental. Residen en otro lado. Son "raras, oblicuas y hasta pueden parecerse al desvarío o, por qué no, a la estupidez".
Al mago de Pringles le encanta revelar sus trucos. Literatura de autojustificación, que llega a denunciar "el demonio de la Perfecta Comprensión", una sentencia antigua pues ya Borges había notado que lo más conveniente para el relato es que se narre como si no comprendiera del todo lo que ocurre.
Se trata -añade el vate pringlense- de "abrir la mente, no de cerrarla, y servirse de las aberturas para ver el mundo y leer la poesía del mundo, o al menos sus rimas". 
Y concluye que "una obra inconclusa no es un error estético, como lo cree la gente sin sentido artístico. Eso debe venir de la pulsión burguesa de obtener satisfacción por lo que se paga". Entonces, la obra de arte sin terminar siempre será mejor que la terminada,sentencia un literato que ha sido parejamente admirado y repudiado por sus finales absurdos, repentinos, desaforados como si se hubiera hastiado de la novela que está escribiendo y ya estuviera pensando en la siguiente (Aira publica unos tres libros por año).
REALISMO LUDICO
El realismo lúdico de Aira -en perpetua lucha contra el verosímil literario- no es para todas las sensibilidades, volvemos a repetir en este suplemento. Se lo menciona para el Premio Nobel, pero puede que a algunos lectores lo canse, aburra, provoque la desagradable sensación de tiempo dilapidado (¡hay tantos tesoros literarios esperándonos!).
Seguramente, hay algo profundo en el atildado procedimiento, pero bien puede parangonarse con las monótonas ciudades rurales que mencionábamos al principio. Quien leyó una de estas nouvelles, podría sentir las ha leído todas, con algunas excepciones contadas con los dedos de la mano, como La liebre (1) o El santo (2). Aira, todo hay que decirlo, ha renunciado a sorprender. Abrió una grieta en el público especializado, además.
La intrascendencia, eso sí, se disipa en los comentarios inteligentes que esmaltan todo texto aireano. Son como flores hermosas en una jungla descabellada. Verbigracia: ¿Cómo procurarse optimismo en la edad de la melancolía?, reflexiona un literato que ha llegado a los setenta años de vida. "El envejecimiento es una decadencia", admite luego.
A favor de Pinceladas musicales, agréguese una sintaxis perfecta; el cultivo de la paradoja y el humor (hay un tête à tête de una señora con un árbol, ¡ja, ja, ja!) y el objeto libro. La edición de Blatt & Ríos es simplemente hermosa.
Guillermo Belcore
Calificación: Regular

Serverland

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Por Josefine Rieks
Adriana Hidalgo. Novela, 189 páginas. Edición 2019. Precio aproximado 680 pesos.

En 2021, la Humanidad resuelve -por medio de un referendo- la desconexión definitiva de Internet. Nace un mundo nuevo; mejor dicho se recupera el anterior con mapas y guías telefónicas de papel, carteros y estampillas. Décadas más tarde, una pandilla de inadaptados quiere recuperar hebras de ese mítico pasado digital, algunos chicos como negocio (se pagan fortunas por los antiguos perfiles de Facebook), otros como arma para un movimiento contestatario.

Básicamente, he aquí la trama de Serverland, primera novela de Josefine Rieks (Höxter, 1988). La retiración de tapa nos informa que vive actualmente en Berlín, estudió filosofía, ganó la beca Alfred Döblin y escribió un guión. Las fotos de Internet revelan que es una de esas personas que le gustan esos raros peinados nuevos.

El narrador de Serverland es un tal Reiner, veinteañero que trabaja en el Correo Alemán. Se ha aficionado a las reliquias de la época anterior como los videojuegos y las computadoras portátiles, que en el presente literario se consiguen en remates, anticuarios y chatarrerías.

Un amigo buscavidas de Reiner -el pillastre de Meyer- lo lleva a Holanda, a un centro de datos abandonado de Google, que fue un nodo de conexión muy importante en tiempos de Internet. Allí, nuestro héroe menudo se sumará a una comunidad, pequeña y variopinta, de rebeldes sin causa. Su crimen será módico: aprovechando un programa que diseñó Reiner encienden los servers, desconectados largo tiempo atrás, para apoderarse de los videos de YouTube.

Da la impresión que la señora Rieks ha querido hacer lo que hizo Doris Lessing, con más talento y ambición, en La buena terrorista: mofarse de una célula de sediciosos de pacotilla, que albergan ínfulas revolucionarias. Bobos en busca de una familia ampliada que los contenga. Pero en Serverland prácticamente no ocurre nada de relieve. 

Hay otro punto flaco: el contexto es pobre. Se supone que todo aquél que proponga al lector una utopía, una distopía o un universo paralelo debe esforzarse por atrapar nuestra imaginación con detalles. Un futuro sin computadoras ni teléfonos celulares por decisión del pueblo soberano es una premisa cautivante. La señora Rieks la desperdicia, está insuficientemente desarrollada.

Del estilo narrativo no puede escribirse mucho. En realidad no hay aquí un estilo en juego. La prosa es seca, plana, rústica por momentos y cuanto mucho, funcional. Sin poética ni filosofía, la novela zozobra en la intrascendencia.

No obstante, como sabían los antiguos no hay libro tan malo que no contenga algo bueno. En este caso, se deslizan críticas atinadas a "la época de los medios sociales", cuando "toda una generación había hecho accesibles sus pensamientos a todo lo demás. Uniendo a ello la promesa de algo que no podían definir claramente, que no podían describir".

Esta muy bien que un texto nos invite a reflexionar sobre las tonterías (¿el 90% del material que circula en el ciberespacio?) de las redes contemporáneas, sobre la obsesión por figurar, por ser visto como un quía listo, afortunado, cool. Soy percibido, luego existo. No podemos ser inmunes -vaya a saber por qué- a esa extraña vanidad.
Guillermo Belcore

Lo estás deseando

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La señorita Kristen Roupenian ha recibido por sus primeros dos libros 1,2 millón de dólares en concepto de adelanto editorial. También vendió, suponemos que por una jugosa suma, los derechos televisivos de uno de ellos a HBO, que planea filmar una serie. ¿Estamos ante otra estrella rutilante de la literatura estadounidense? La atenta lectura deLo estás deseando (Anagrama, 283 páginas) no provoca esa impresión.
Hay dos cuentos buenos o muy buenos y otros dos aceptables de un total de doce; el resto son regulares o directamente malos, como aquellos donde se introduce, sin la menor gracia, un elemento fantástico. La prosa no es nada del otro mundo, aunque en sus mejores momentos ostenta elegancia y un humor inteligente y delicado.
¿Por qué sobresale Roupenian de la manada, entonces? El volumen incluye Un tipo con gatos, publicado en diciembre de 2017 en The New Yorker. En una semana se convirtió en la ficción más leída de todos los tiempos de la prestigiosa revista y abrió un debate global, a horcajadas del movimiento #MeToo.
QUE BUENA HISTORIA
Oportunismo cultural más la propia naturaleza de las redes sociales, que pueden convertir en fenómeno de masas materiales de la más diversa calidad, son dos de las razones que explican la colosal popularidad del texto. La tercera es que la joven escritora estadounidense ha escrito una buena historia que empalma con las angustias de millones de seres humanos que cada fin de semana concertan, esperanzados, una cita romántica con un desconocido.
Si la ansiedad del varón pasa por gustar y no convertirse en víctima de burlas o desprecio, en el caso de las mujeres se suman los temores de que el hombre no sea un malvado o un demente que le produzca daños físicos o hasta la muerte. El cuento deja el punto en claro.
Un tipo con gatos nos presenta a Margot (20 años) y a Robert (34 años). Ella, estudiante universitaria, vendía pochoclo en el cine arte. Allí se conocieron. Después de un breve coqueteo digital, llega la temida primera cita, una noche de cristal que se hace añicos, diría Solari. Aterriza Margot en la cama del inseguro, torpe y con tendencia a fofo Robert (en realidad no había más que un canapé y un colchón) para cumplir una fantasía ególatra y por culpa de esa cuota de estupidez que todos llevamos encima. ¿Hace falta recordar que ciertas situaciones, además, adquieren impulso propio?
Consumado el desagradable sexo, la chica se hunde en el asco. Se siente como "una babosa sobre la que han vertido sal". Días más tarde, el gigantón recibirá un mensaje lapidario por WhatsApp: "No me interesas, deja de escribirme". Le cae, como suelen caer esas rupturas sin contemplaciones.
La comunidad de internautas polemizó ampliamente sobre las motivaciones y actos de la frívola Margot. Se escribieron artículos indignados. Conectó el debate con la valerosa lucha del feminismo racional. Roupenian fue elogiada, insultada y se hizo famosa, lo que en Estados Unidos significa que se hizo rica. Todo por una buena historia de ficción. ¿No es maravilloso el capitalismo?
DINAMICA DE PODER
Los mejores cuentos de Roupenian, en rigor, son aquellos donde se explora una dinámica de poder entre los sexos. Es el caso de Un buen tipo (¡sesenta páginas!). El canalla de Ted es el personaje más interesante del libro; ha encontrado un truco infalible para seducir -y a la postre causar daño- a esa clase de mujeres derrotadas, de treinta o cuarenta años, que terminan conformándose con encontrar un compañero no muy atractivo pero de buen corazón, que no las haga sufrir como el amor de mi vida que habían perseguido sin suerte. Hilvana el texto una genealogía de la neurosis de Ted.
Digno de mención es el escalofrianteLook at your game, girl, en la que una niña de doce años traba relación en un parque con un indigente mayor de edad, admirador de Charles Manson. Y no deja de tener encanto, El chico en la piscina con una divertida despedida de soltera.
El resto -como se dijo- bascula entre lo inane y lo desagradable (cuando no, lo nauseabundo). Uno puede concluir que la autora comete, con harta frecuencia, el pecado de la sobreactuación literaria, en su afán de ser admirada por la elección de temáticas retorcidas.
Otro caso: En el curriculum vitae que publicó en la página de la Universidad de Harvard, Roupenian dice que pasó dos años en Kenia con el Cuerpo de Paz enseñando educación sanitaria, a tiro de piedra de la frontera con Uganda. Una mina de oro a priori para cualquier escritor, pero esa fuerte experiencia ha engendrado, por ahora, sólo un texto flojo: El corredor nocturno.
Hay que decir, por último, que la colección de cuentos que llegó a nuestras manos fue impresa en la Argentina, pero la traducción es castiza. Hay, para quien esto escribe, un agrado en ir rearmando las frases con vocablos, modismos, giros del Río de la Plata. No obstante, algún lector puede sentirse fastidiado por esa profusión de empollones, pollas, gilipolleces, chollos, folladas, etc. ¡Qué obsesión la de los españoles por las palabras y las palabrotas con elle!
Guillermo Belcore
Calificación: Regular

Final Feliz

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Habría que enfocarse en la literatura argentina actual para encontrar una degradación artística tan notoria como la que media entre el barroco iberoamericano y la novela española contemporánea. Aquellas magníficas catedrales verbales -como la de Juan Benet o Francisco Ayala- han descendido a vana palabrería con harta frecuencia. Esa retórica intrascendente, cargada de tópicos, intoxicada de corrección política se encuentra presente en la obra más reciente de Isaac Rosa (Sevilla, 1974). Verborrea es el nombre del juego.
Feliz final(Seix Barral, 300 páginas) somete a escrutinio neurótico algo tan vulgar como una separación matrimonial por desgaste y por la aparición de una tercera en discordia. El se llama Antonio y se gana la vida como periodista, por lo que -en todos lados Internet cuece habas- se ha hundido en la precariedad laboral (la inestabilidad del freelance). Ella es Angela, profesora de Historia. Tienen dos hijas. Típica clase media intelectual y progre. Vidas agobiadas, como las de la mayoría de los seres humanos.
La trama se hilvana como si se tratase de cartas que se envían el uno al otro. Una interminable sucesión de reproches, recuentos mezquinos de su historia marital, nostalgia tóxica, ataques narcisistas, racionalizaciones y relatos sobre casi todo: "...que si yo me he acostado con otra persona ha sido porque nuestra relación estaba muerta... levantamos un muro de piedra, stonewalling lo llaman..." 
Es un espiral tedioso que conduce a la iluminación final, y que le permite al autor injertar opiniones -algunas muy sagaces- sobre problemas de hoy, como el enamoramiento, el adulterio o el deterioro de la profesión periodística. El señor Rosa se jacta de escribir "novelas políticas".
En la hinchada trama, hay un mecanismo ingenioso. La narración marcha de adelante hacia atrás, desde la separación hasta el momento en que Antonio y Angela se habían conocido, en una suerte de genealogía del desamor. Epílogo, capítulo 8, luego el 7, etcétera, hasta el prólogo. Hay también trucos tipográficos y otro procedimiento que siempre causa fastidio a quien esto escribe: la profusión de listas (¿Quién habrá sido el insensato que convenció a los escritores de que las listas de cosas resultan interesantes?; ¿será otro déficit de invención?).
Puede que lo mejor del libro sean las reflexiones sobre el deterioro de la institución matrimonial en esta fase líquida de la modernidad, que "refunde las relaciones humanas a imagen y semejanza de las relaciones que se establecen entre consumidores y objetos de consumo", Zygmunt Bauman dixit.
Fiel al espíritu de la época, el autor coloca las palabras más atinadas en boca de Angela. En la página 150, se reivindica la "comunidad de madres", es decir, criar en tribus no es una locura africana, "...la locura es criar tus hijos sin ayuda, dejarlos ocho o diez horas en la guardería, el colegio, las extraescolares, contratar a otra mujer que dejó a sus hijos en su país de origen para que por la tarde madres o padres volvamos a casa y juguemos al juego de quien está más cansado y quien tiene menos paciencia..."
El divorcio es una catástrofe para nuestra generación, pero una catástrofe económica, "una garantía de descenso social", se queja Antonio, el inmaduro de la relación. 
Y en la página 70, Angela nos ilumina -con talante socialdemócrata, faltaba más- cómo es eso de "envejecer juntos": que cada casa, cimentada sobre una "forma tranquila de quererse" se convierta en el propio Welfare State, una campana de acero que proteja a cada uno de los integrantes de esa familia. Isaac Rosa, que en el fondo es un moralista, tiene razón en el punto: no es que afuera esté lloviendo; hay devastadoras ventiscas de infortunios en la alborada del siglo XXI.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.
Calificación: Regular

Dos series de la República Checa

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En el norte de Moravia se encuentra la ciudad de Olomouc. Tiene la misma cantidad de habitantes que Pergamino, unas cien mil almas más o menos. Es una urbe reconocida en Europa Central por la universidad y por la columna de la Santísima Trinidad, una de las glorias de la arquitectura barroca. Ahora es la locación de una de las mejores miniseries exóticas de la Galaxia Streaming: Anatomía de un asesinato, libre traducción al español de Detektivové od nejsvetejsí trojice (Detectives de la Santísima Trinidad).

  ¿Un policial de la República Checa? Precisamente, esto venimos a recomendar. Puede encontrarlo en Amazon Prime Video. Hasta ayer habían subido las dos primeras temporadas; siete capítulos en total.Es una joya rara que combina magníficas actuaciones, un guion cautivante, realismo sucio, y ese virtuoso manejo de la cámara que sólo puede encontrar en el gran cine, especialmente europeo.

  La miniserie se basa en los libros de Michal Sykora. Los personajes principales son la capitana Marie Vyrová (Klára Melísková) y su equipo de detectives de Olomouc. El jefe de la unidad, Viktor Vitos (Miroslav Krobot), fue obligado a jubilarse al descubrirse que de joven perteneció a la odiada Seguridad del Estado (StB) durante el infierno comunista.

  Aquí no hay alarde de nuevas tecnologías; la comisaría es más bien pobretona, como las nuestras de provincia. Se emprende una investigación a la vieja usanza, con interrogatorios, trabajo de campo, mucho esfuerzo artesanal. Los policías son personas comunes y silvestres que deben lidiar con las bajezas de la política (se afirma que Chequia es uno de esos países donde un tunante puede llegar a ministro); con su salud (la jefa Vyrová sufrió un infarto durante un operativo); y con sus afectos: el detective Pavel Mráz (Stanislav Majer) debe hacerse cargo en soledad de su hija adolescente; y la novata Kristyna Horová (Tereza Vorísková) se enamora de un profesor casado, un verdadero hipócrita, y eso podría arruinar definitivamente su carrera.

EL EXORCISTA

  La primera temporada (tres capítulos) se titula El caso para el exorcista. El cadáver de una joven, desnuda y con el número 666 marcado en su vientre con hierros candentes, es hallado en el altar de la iglesia del poblado de Stepanovice. Enseguida se descubre que era la novia del padre Karas, un hombre bueno que se preparaba para dejar los hábitos religiosos por haber quebrantado los votos de celibato. El sacerdote es el primer sospechoso.

  Sombras azules es el nombre de la espléndida segunda temporada (cuatro capítulos), cuyos planos extravagantes y la cámara flotante del director Viktor Taus son un valor añadido que encantará al cinéfilo.

  Ha aparecido muerto en su despacho de la Universidad Jesuítica de Olomouc un profesor de literatura -experto en estructuralismo, para más señas-. Recibió tres balazos a quemarropa. Días después asesinan a un periodista de investigación. ¿Qué los une? Ambos habían denunciado sobreprecios en las obras edilicias de la alta casa de estudios. Apuntaron con el dedo al elegante tesorero. También está involucrado un pez gordo de Praga, que en su momento lucró con las tierras que dejaron los rusos después de la Revolución de Terciopelo. Hay policías corruptos en el medio, obstruyendo la investigación del equipo de Vyrová. Casi todos saldrán lastimados. ¡Qué buena película de cuatro horas!

LIQUIDO DE LA MUERTE
 
Como usted sabe, Amazon Prime, división televisiva de la empresa con mayor capitalización bursátil del mundo, compite con Netflix con una ínfima -aunque muy valiosa- producción propia, por eso viene apostando a completar la grilla con calidad. Así aparecen (hay que buscar con paciencia) esas delicatessen que se encuentran fuera de la corriente principal de la anglósfera. Anatomía de un asesinato es un ejemplo cabal.

  Otra espléndida producción de la República Checa es Metanol, el líquido de la muerte, basada en una tragedia real. Los dos capítulos de hora y media cada uno narran la pavorosa cadena de envenenamientos que provocó la adulteración de bebidas espirituosas (ganaban algunas coronas de más con la evasión impositiva), más la investigación que encabezó el capitán Halek (Vasil Frilich). Trabajando contrarreloj, la Policía atrapó rápidamente a los maleantes (una suerte de 
Armada Brancaleone) y confiscó los licores adulterados.

  Como en los dos casos anterior, no hay glamour. De ambos lados de la arena nos encontramos con personajes de carne y hueso; hasta los mafiosos resultan patéticos. Aquí también hay muy buenas actuaciones, pero el tratamiento de la imagen es convencional. Lo que atrapa es la tremenda historia, la peor crisis de seguridad en el país eslavo desde 1989.

  Para los que no conocen el asunto: en el verano boreal de 2012, diez mil litros de alcohol destilado en el mercado negro de la Chequia rural -a partir de una mezcla de etanol y metanol altamente venenoso-mataron a 38 personas y dejaron a otras 80 gravemente lesionadas. Muchas quedaron ciegas para siempre. Si sigue nuestras sugerencias, verá usted consternado que la codicia cuece habas en todas partes.

Calificación: Muy bueno

Harold Bloom QEPD: Homenaje al maestro

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Harold Bloom, uno de los dos mejores críticos literarios de nuestro tiempo, murió el lunes en un hospital de New Haven. Tenía 89 años y la salud quebrantada desde hacía un tiempo. Enseñó durante más de medio siglo literatura de la imaginación en Yale (la semana pasada dio su última clase). Se consideraba a sí mismo un gnóstico empedernido y un ``formulador crítico de lo sublime''. Tenía una fe inquebrantable en el juicio estético y las jerarquías literarias. Predicó la shakespearología como la más benigna de las religiones. Fue un entusiasta maestro de lecturas. Lo echaremos de menos; sus enseñanzas han inspirado este blog.
 Había nacido en Nueva York en 1930, en el seno de una familia piadosa y pobre de judíos ucranianos. Escribió más de cuarenta libros (muchos influyentes), miles de artículos y hasta los 500 prólogos de los tomos de la Biblioteca de Chelsea.
 Su obra más conocida -y polémica- fue El canon occidental, toda una referencia para el lector que busca profundidad y calidad literaria. Publicada en 1994, lista unas trescientas obras de ficción que el hombre ilustrado ``debe asimilar para llenar el vacío de su soledad''.
 Más que el inventario en sí (hay omisiones imperdonables y Bloom terminó renegando de la lista), lo importante fueron los conceptos con que el que fue edificado. ¿Cómo saber si una obra famosa es canónica? A menos que exija relectura no podemos calificarla como tal, sentenció el maestro. La analogía inevitable es erótica.
Nos advirtió Bloom a los que comentamos libros que siempre debemos preguntar, respetuosamente, al texto: ¿Contienes originalidad, sabiduría, exuberancia en la dicción, dominio de la metáfora y profundidad psicológica? Las obras canónicas suelen incluir todas o la mayor parte de las cinco potencias estéticas.
 Hay que destacar que en este ensayo imprescindible no solo quiso enseñar a leer. También sugirió abominar de lo que designaba como la escuela del resentimiento, integrada por esos ``idealistas resentidos que denuncian la competencia tanto en la vida como en el arte''. Sentenció con lucidez que leer al servicio de una ideología es no leer nada. La deconstrucción, el multiculturalismo, la corrección política, el feminismo radical fueron sus enemigos. El mensaje primordial de su vasta creación podría resumirse en una frase: las jerarquías literarias existen y son importantes. 
EL ELITISTA
 El erudito siempre trabajó con elementos sublimes pero Shakespeare fue largamente su materia prima favorita (véase Shakespeare, la invención de lo humano). Podía recitar casi toda la obra del vate inglés de memoria y se jactaba de ser capaz de leer y asimilar un libro de 400 páginas en una hora, según The New York Times
 A pesar de su prosa nerviosa y confusa (por momentos) que propende al aforismo y al panfleto, nunca sus juicios dejaron de resultar interesantes, para quien esto escribe. Naturalmente, fue injusto y arbitrario, como todos los grandes críticos. Sostuvo la tontería de que no hay valores artísticos en la obra de Stephen King y Doris Lessing (¡Ja!). Todo hay que decirlo, le gustaba provocar y que lo compararan con Samuel Johnson.
Lo paradójico es que Bloom, el elitista, fue el crítico estadounidense más famoso de su tiempo y muchas de sus obras se convirtieron en best sellers. Le pagaron 1,2 millón de dólares como adelantó por Genio: un mosaico de cien mentes creativas ejemplares (2002).
 Pero por sobre todas las cosas, Bloom fue un polemista valiente que desafió las tortuosas corrientes intelectuales de su tiempo. Al fin y al cabo, a cualquiera que se anime a emitir un juicio sobre el valor estético de un texto -``mejor, peor, igual a''- corre el riesgo de ser tachado sumariamente de aficionado total por la Academia o la mala crítica diarística.

LAS INFLUENCIAS

 Otra obra magnífica que no puedo dejar de recomendar de Bloom es Anatomía de la influencia (2011), que retomó una hipótesis presentada en 1973 y a la que consideraba su canto de cisne. Escribía en este blog hace ocho años: ``Ha querido publicar el maestro una reflexión final sobre lo que llama proceso de la influencia. Comenta con pasión y sensualidad (la clave en su procedimiento es pensar las sensaciones) unos treinta autores extraordinarios del canon occidental''.
 ``Entiende Bloom que en literatura la influencia (como la jerarquía) existe. Consiste en la transmisión de un escritor anterior a uno posterior. Lo único que importa a la hora de interpretar -sostiene- es como un poema revisa a otro, tal como lo manifiestan sus metáforas, sus imágenes, su dicción, su sintaxis, su gramática, su métrica, su postura poética. El quid es la lectura creativa errónea. Eso sí, la influencia actúa de manera laberíntica, nunca lineal''. 
 ``El agón resulta el rasgo central de las relaciones literarias. El crítico debe comprender la imitación, debe preguntarse de dónde extrae un gran escritor la idea de... y cómo la perfecciona. Que hay de Faulkner en Onetti, por ejemplo''.

¿YAHVE, EL PERSONAJE?

 Bloom también se interesó en la religión. Quiso ser original pero no evitó el disparate, fruto de una imaginación poderosísima con recaídas en el ateísmo. En El libro de Jde 1990, Bloom vio al Dios judeocristiano como un personaje literario, inventado por una mujer.
 En Los nombre divinos postuló, incluso, en que no existe una tradición judeocristiana. Las dos historias, los dos dioses, e incluso las dos Biblias serían irreconciliables. El cristianismo es básicamente politeísta; la Santísima Trinidad es una ardid para ocultarlo. El evangelista Juan fue un antisemita terrible. Definió a Cristo como la hiperbólica expansión del acto de usurpar a su amado Padre, tal como hizo Zeus con Cronos. Adorar a esa invención greocorromana sería como rendirle culto a Hamlet o Don Quijote, exageró.
 En 1991, exploró los misterios de la espiritualidad de su país en La Religión Americana, que sería un fenómeno nuevo y aún en desarrollo, que entremezcla antiguas herejías y acentos decimonónicos y avanza con un triunfalismo inmoderado. ``Sería inexacto considerarla como parte del cristianismo histórico'', advirtió. ``Representa una gran victoria de la imaginación, pero ha generado desgraciadas secuelas políticas y sociales''. Incluye a los mormones y a los bautistas sureños.
 Como se ve, Bloom fue un aguafiestas que llegaba con la mala noticia de que las creencias de los estadounidenses no son en absoluto las que dicen tener. No obstante, entendió con toda sabiduría que la religión no es el opio de las masas, sino más bien su poesía. Una lírica desbordada, buena y mala.

 Digamos, finalmente, que abordar los libros de Bloom -como los de Borges o Ecco- implica sumergirse en una desbordante biblioteca. Lo mismo puede aseverarse del otro extraordinario crítico de las letras que nos queda, George Steiner.
Guillermo Belcore
PD: La foto es de The New Yorker.

La chica que vivió dos veces

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Por David Lagercrantz

Destino. 581 páginas

Solíamos los muchachos de antaño entretenernos con Bomba, el muchacho de la selva, colección escrita por diferentes plumas y popularizada en la Argentina por el legendario sello Robin Hood. A fines de los años setenta, devoraba las peripecias de un joven Tarzán del Amazonas, luchando contra anacondas, jaguares y exploradores envilecidos. Eran libros divertidos, atrapantes, pero hoy sólo podría recomendarlo a personas de no más de dieciséis años. Bueno, lo mismo ocurre con el latido postrero de la saga Millennium, uno de los más exitosos productos de exportación de Suecia.
En este siglo, se vendieron más de cien millones de copias de las aventuras de Lisbeth Salander. La extraordinaria criatura cultiva el punk y es uno de los hackers más eficaces del planeta. Flaca como un palo, puede, además, partir en dos de una patada a un matón de dos metros de alto.
Lisbeth ha surgido de la imaginación del periodista Stieg Larsson, quien, por culpa de un infarto de miocardio en 2004, no logró ver sus tres novelas publicadas y aclamadas en todo el mundo. Sus herederos (hubo una feroz batalla judicial de por medio) consideraron pertinente continuar con el negocio y contrataron a otro periodista, David Lagercrantz (Solna, Suecia, 1952), para componer otra trilogía (1).
 Acaba de aparecer el último volumen. Jura la contratapa que aquí termina la saga Millennium, pero con la industria editorial nunca se sabe. Ya llevamos, por otra parte, cinco adaptaciones al cine (tres producciones suecas, dos de Hollywood).
En este universo de partículas elementales, el segundo gran personaje es Mikael Blomkvist, alter ego de Larsson. Periodista de investigación de la revista independiente Millennium, amigo para siempre (y con derecho a sexo) de la colérica y anarcoide Lisbeth. 
En su última correría, brega para esclarecer la muerte en Estocolmo de un mendigo con rasgos orientales, que está vinculado -de alguna forma- con el ministro de Defensa sueco, un político en ascenso hasta que osó denunciar la intromisión del Kremlin en el reino.
La segunda línea argumental de La chica que vivió dos veces despliega la batalla final entre Salander -que ahora tiene un aspecto mucho más pulcro, los piercings han desaparecido y usa el pelo corto- y su malvada hermana. Es Camilla-Kira una de esas bellezas que cortan el aliento (¿son gemelas o no?), y está vinculada con agentes de inteligencia y mafiosos rusos. Este es un punto importante de la trama.
Si hay algo que puede elogiarse en el libro, en efecto, es que indaga en uno de los submundos más revulsivos de la política internacional: las fábricas de trolls de la Federación Rusa, el brazo clandestino del GRU que con ataques de hackers y campañas de desinformación siembran el caos y potencian el odio. Se ha denunciado su influencia deletérea en elecciones occidentales, siempre de acuerdo a los intereses del zar Vladimir I. Uno de los beneficiados, al parecer, fue Donald Trump.
Como idea general, podría decirse que para un lector más o menos experimentado resulta difícil llegar hasta el final de una novela cuya potencia estética es de menos diez. He aquí otro caso. El libro carece de densidades estéticas, psicológicas y temáticas (con la excepción de los hackers rusos, como se mencionó). Entretiene, a lo sumo. ¿Ya dijimos que la prosa de Lagercrantz es para adolescentes?
Naturalmente, la historia, con su módico suspenso y su acción trepidante del final, no se mueve un milímetro de los andariveles de la corrección política, lo que siempre contribuye a multiplicar el tedio. Lisbeth, quien en su momento quemó vivo a su padre abusador, es una heroína feminista que aquí no duda en torturar con una plancha a un marido que golpea a su esposa.

Entierre a sus muertos

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La historia es vieja como Occidente: una persona quiere cumplir con un deber moral -enterrar a un muerto, digamos- pero la polis, el poder real, se opone. ¿Dijimos Occidente? Nos quedamos cortos. ""No hay una sola lengua que yo conozca ni un solo país que no haya creado el personaje de Antígona"", ha destacado George Steiner (1), ese crítico sublime. La historia entonces es antigua como el mundo.
En la novela más reciente de Ana Paula Maia (Nova Iguazú, 1977), el papel de Antígona lo interpreta un quía llamado Edgar Wilson, en una remota carretera del Brasil rural. El hombre va de aquí para allá levantando los animales muertos -desde un agutí a un buey- que yacen sobre la ruta y pueden causar accidentes. Ese es su trabajo. Recoge los cuerpos de las bestias y los lleva hasta una colosal trituradora que los convertirá en abono.
Hasta que un día, siguiendo el rastro de las aves de rapiña, Edgar encuentra a una mujer ahorcada en un árbol. Podría ser una de esas prostitutas que trabajan día y noche en la ruta. No hay quien quiera o pueda hacerse cargo (lo explicamos más abajo); los restos se convierten en festín del urubú. El obrero viola las reglas de su empresa, desafía a las autoridades, y se lleva el cadáver. Su código moral le dice que ninguna persona muerta debería quedar sin sepultura. Lo mismo ocurrirá días después con un motociclista muerto.
Entierre a sus muertos (Eterna Cadencia, 127 páginas) es una novela demasiado breve para nuestro gusto (da la impresión por momentos que es un cuento alargado), pero con una saludable y delicada indagación filosófica.
Volviendo al mito clásico, el papel de Creonte lo cumple aquí la sociedad mísera, codiciosa y burocrática en que se desenvuelven los personajes; el sistema diría un izquierdista de salón. La policía no cuenta con los medios para retirar un cadáver. Las morgues desbordan. Es una mala época para morir, establece alguien. Cuerpos desaparecen, son usufructuados por los mercaderes de la Parca, las familias no pueden enterrarlos. "Millones y millones de hombres y mujeres que no conocen una sola palabra de griego y nunca han oído hablar de Sófocles han visto con sus propios ojos y vivido en sus almas el drama de Antígona", notaba el maestro Steiner.
Acompaña al buen Edgar en su cruzada, un compañero de trabajo, un cura excomulgado por ultimar en defensa propia a un matón, antes de entrar al seminario. Tomás también quiere hacer los correcto. Acostumbrados a tratar con el final de las cosas, no toleran que el cuerpo de una persona se pudra a la intemperie, a la vista de todos, para gozo de los animales carroñeros. Quieren sentirse no felices, sino menos miserables.
Y allí van las dos conciencias rectas por las carreteras sertanejas de una ciudad a otra, buscando una tumba digna y lidiando con lluvias bíblicas y hombres malvados que piensan con el bolsillo. Todo narrado con imágenes fuertes y un finísimo humor negro, de tragicomedia. Se esbozan interesantes subhistorias, como la del taxidermista.
Del estilo siempre algo hay que decir. La prosa de la señora Maia es seca, transparente y funcional como la de Graciliano Ramos, aunque más minuciosa en la narración de los hechos. No se omite nada, pero la voluptuosidad brasileña sólo aparece en el disfrute del buen café. No hay lugar para lo real maravilloso. Cunde el realismo sórdido.
EL RIPIO
Un solo ripio hemos encontrado. Ana Paula tiene un problema con la religión organizada; la detesta, deja entrever. En la página 36, injerta esta frase extemporánea:
"El libre comercio religioso, apoyado en ideas de prosperidad no sólo celestial sino también terrenal, logró por medio de los tres pilares que lo sustentan -culpa, miedo, lucro- construir un nuevo sistema en donde el arrepentimiento y la expiación ya no suponen exclusivamente una recompensa de los cielos, sino también una de este mundo, mediante el viejo modelo de el que paga, recibe".
Parece escrito por uno de esos sociólogos progres que detestan a Bolsonaro, ¿no? Nada tiene que ver con los personajes que aparecen en escena o con la voz del narrador, pero por fortuna, es el único exabrupto. 
Más respetable es la decisión artística de convertir la fe de los pobres y de los desesperados en el segundo gran tema de la novela. "Dios y dolor es lo único que se ve las rutas". "La muerte y lo sagrado están siempre juntos", reflexionan los amigos justicieros. 
Nos quejábamos más arriba de la avara cantidad de páginas; uno se queda con ganar de seguir explorando el seductor Brasil de tierra adentro. Pero un amigo nos advierte que Edgar Wilson -siempre ligado a la muerte- y el pauperismo campestre en general han aparecido en obras anteriores de Maia. El periodismo le ha preguntado a la escritora si Entierre a sus muertos debe ser leído como el final de una trilogía (2). O como el tercer volumen de una saga que Dios quiera continúe. 
Nadie nace solo, nadie debería morir solo. La carne no debe quedar expuesta a la vejación. Esos son los poderosos mensajes sofocleanos que nos ofrece una nueva estrella en la constelación literaria brasileña. 
(1) George Steiner en diálogo con Ramin Jahanbegloo, Anaya & Mario Muchnik, edición 1992.
(2) "De ganados y de hombres" (2013) y "Así en la tierra como debajo de la tierra" (2017).

Calificación: Bueno


El cartógrafo de Lisboa

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"Nada procura más paz que la contemplación de un mapa. Qué sencillo, firme, cierto parece el mundo en él". 
"De tanto aguzar la mirada para caligrafiar, a lo largo de tanta costa, nombres minúsculos de puertos o cabos, los cartógrafos sufren alucinaciones que casi siempre son de mujeres desnudas".
Bartolomé Colón

Capturar un hecho histórico trascendente -el descubrimiento de América, digamos- para convertirlo en una novela, desde una perspectiva singular, con una prosa elegante y erudita es una apuesta literaria que este blog siempre aplaudirá. Uno es capaz de perdonarle al osado -Erik Orsenna, por caso- los defectos de su escritura.

La noticia de la primavera porteña no es la vuelta del peronismo al poder, sino la decisión del Grupo Planeta de liquidar existencias del sello Tusquets. Decenas de buenos libros nos gritan desde las mesas de las librerías de saldo, a precios increíbles. Una buena novela, más barata que un pan de manteca.

Así llegamos a El cartógrafo de Lisboa (Tusquets, edición 2012, 328 páginas). El autor, como se dijo, se llama Erik Orsenna (pseudónimo de Eric Arnoult). Nacido en 1947, economista y escritor de profesión, miembro de la Academia Francesa, consejero de Francois Mitterrand, un cuadro eminente del desaparecido Partido Socialista. ¿Todavía no murió el PS? Bueno, los últimos resultados electorales en el hexágono indican que al dinosaurio rojo pálido le queda pocos años de vida.

Orsenna nos lleva a La Española, en 1511. Al final de su existencia, Bartolomé Colón, hermano menor del Gran Almirante y primer gobernador de la isla, se confiesa ante un cura dominico, que tiene su mismo nombre de pila, y se ha impuesto la misión de relatar en un libro la Historia del Gran Descubrimiento para que sirva de lección a los crueles españoles. El fraile se llama Bartolomé de las Casas, de la bondad extrema con los indios al peor salvajismo con los judíos. Lo acompaña un amanuense que toma notas. Escuchan arrobados el nacimiento de la idea y el crecimiento del afán que condujo a los cuatro viajes de Cristóbal Colón a América. El relato del anciano ancla en Lisboa, donde descollaba como cartógrafo, al servicio del Maese Andrea. Allí comenzó todo.

Es una travesía fantástica. En el siglo XV, la a capital de Portugal, es la capital de los Descubrimientos y los prodigios. En las endebles carabelas, llegan todas las semanas portentos de las costas africanas que necesitan ser renombrados en “idioma cristiano“. Los aborígenes desafían a los teólogos. ¿Qué ve en realidad un negro cuando observa a una mujer blanca desnuda? El asunto demanda una investigación del eminentísimo arzobispo. Los audaces se enriquecen: se puede cambiar en Senegal una pulida palangana de latón por cincuenta gramos de oro o tres esclavos. Pero el afán de lucro no es la motivación más poderosa, nos aclara la novela: Soplan vientos de curiosidad.

Quiera Orsenna transmitir un mensaje: las urbes más indulgentes son las que más progresan, pues atraen talentos de aquellas regiones donde cunde la persecución. La intolerancia es mal negocio.


EL NAUFRAGIO Y LA FIEBRE

El 13 de agosto de 1476, Cristóbal Colón naufraga en aguas de Portugal. Tenía 25 años, espesa cabellera rojiza y fama como marino. Se refugia en el taller donde trabaja su hermano (1). Lo ha conquistado una fiebre: navegar hacia Occidente para encontrar una nueva ruta hacia las Indias, saltando de isla en isla. De eso hablan en su taberna favorita de Lisboa: ‘El Loro Taciturno’. Encomienda a Bartolomé, pues, que investigue posibilidades en los libros maravillosos que desvelan a los hombres de su época. Lo envía a Estrasburgo y Lovaina para encontrar el Imago Mundi, que escribió el ex obispo de Cambrai, Pierre D’Ailly. Profundamente francés, Monsieur Orsenna atribuye a esta obra enciclopédica un papel decisivo en el viaje a América.

Uno de los puntos fuertes de la trama es que ha sido trufada con curiosidades, leyendas (¡ah!, la de San Brandan), textos maravillosos y extravagancias. El dato raro hace a la novela entretenida. Verbigracia: ¿Sabían ustedes que antes de ser elegido papa en 1458 (Pío II) Enea Silvio Piccolomini escribió una novela erótica titulada De duobus amantibus?

Ha logrado Monsieur Orsenna transvasar a los personajes de El cartógrafo de Lisboa su bibliofilia, por lo que aparecen una y otra vez referencias eruditas a textos sublimes de la era del nacimiento de la imprenta. Como el Atlas Catalán del judío mallorquino Abraham Cresques; o El libro de las maravillas del mundo de Marco Polo“¡Tengo que conseguir ese libro!”, exclama el gran marino pelirrojo ante su hermano en la página 175. ¿Quién de nosotros no lo ha dicho alguna vez? Qué somos: “No soy más que dos ojos que siguen apasionadamente los renglones"… “Cuando no se tiene agua que surcar con barcos, el único modo de huir es leer”. Pasión por el mar y pasión por la lectura.

La prosa de Orsenna, como se dijo, es elegante y erudita con un toque -sólo un toque- de mediocre naif europeo. Recuerda al Umberto Ecco de las aventuras medievales como Baudolino. La poética del francés es simplona; su necesidad de transmitir un mensaje, urgente. No pudo resistir la tentación de incluir, al final del libro, el repudio convencional a la maldad del colonizador europeo.


UN NIÑO GRANDE


Hasta aquí, si la memoria no me falla, había leído una sola novela que incluyera a Cristóbal Colón como personaje. El arpa y la sombra de -suenen las trompetas- don Alejo Carpentier. ¿Cómo es el gran Almirante de Orsenna, el de los años previos al viaje? Un marino excelente, versado en matemáticas, para el que sólo existía el Oeste. Sediento de saber, “se había encomendado a la tarea de agrandar el mundo visible”. Se creía designado, anunciado en las escrituras clásicas para llevar a cabo los planes de Dios. Bartolomé lo describe así en la página 158:

“Los que no conocen a Cristóbal no saben que siempre fue un niño que amaba, como aman los niños, lo lejano, lo brillante, los trajes y buscaba, como buscan los niños, el amor de su padre y su madre, no ya de Doménico y de Susana, sino de Fernando e Isabel, el rey y la reina”…

Estamos hechos de agua, conjetura Monsieur Orsenna, inspirado acaso por Nietzsche (Somos fuerzas, decía el alemán). Y, como el agua, seguimos nuestra inclinación más fuerte. Hermoso, ¿no?
Guillermo Belcore


Calificación: Bueno


(1) Bajo el reinado de Alfonso V funcionaban 152 talleres de cartografía. La venta de mapas marítimos a extranjeros estaba penada con la pérdida de una oreja.

La muerte nómada

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El saber popular repite un cliché: si escupes una semilla en la Pampa Húmeda inexorablemente crecerá un árbol. Es nuestro don del Cielo. Aunque puede que también sea una forma de maldición (hizo a muchos criollos indolentes).
Algo parecido puede decirse de la remota Mongolia. Allí donde usted excave encontrará oro, carbón, uranio, minerales raros, cobre, etc. Es también bendición y gualicho. Con sólo 3,5 millones de habitantes, una clase política corrompida y un pueblo desmoralizado como todos los que perdieron un Imperio, Mongolia es un bocadillo apetitoso para sus colosos vecinos (China y Rusia), así como para las multinacionales.
Ese Gran Juego en Asia Central de la realpolitik y la codicia empresaria agitan el último tomo de la saga Yeruldelgger, sin duda el mejor de los tres. Dígase al principiar y justifíquese después: La muerte nómada (Salamandra, 395 páginas) es una buena novela policial, a pesar de sus defectos de ejecución.
Su autor Ian Manook (Meidon, 1949) empezó tarde en la literatura (a los 65 años) y a instancias de una hija, según ha explicado. Abogado, periodista especializado en turismo, se enamoró de las infinitas estepas y del desierto de Gobi ("una inmensidad tan hermosa que enardece los corazones"), y escribió una trilogía protagonizada por el comisario Yeruldelgger Khaltar Guichyguinnkken, el as de la Brigada Criminal de Ulan Bator.
La crítica francesa ubicó tan noble empresa en el estante del policial étnico. Manook -seudónimo de Patrick Manoukian- recibió varios premios en su patria.
¿Escribe bien? Tiene los defectos del improvisador; se demora en detalles nimios que aburren; quiere decirlo todo. Lo mejor que puede decirse de su prosa es que es competente. Carece Manook de talento para la poética y, como dijimos en otra oportunidad (1), tres harpías desgarran la trama. Se llaman truculencia, cursilería y pintoresquismo.
Borges notaba que en el Corán no hay camellos. Una sutil forma de repudiar el folclorismo programático. Un licenciado de la Sorbona escribiendo sobre una civilización milenaria incurre en el vicio. Yeruldelgger está a punto de morir y su creador lo obliga a recitar el fragmento de una guía de turismo que describe a los burgueses europeos las arenas cantoras del Gobi, con sus tenues diferencias musicales de las dunas de Marruecos y Omán.
A pesar de sus ripios, el libro es en un noventa por ciento entretenido. Si el autor es un fiasco con el pincel de marta, el trazo grueso lo ejecuta bien. Pasan muchas cosas interesantes en la La muerte nómada. 

RETIRO ESPIRITUAL

Retirado en una yurta en el desierto para hallar la paz y la armonía, el ex comisario ve interrumpida su casta reclusión por el empeño de dos mujeres. Una amazona madura le pide ayuda al Pequeño Gran Hombre para encontrar a una hija desaparecida. Horas después, otra mujer a caballo -una joven- le suplica que castigue a los asesinos de su amante, un geólogo francés. Que no, que sí, que por qué no me dejan tranquilo, hasta que empiezan a aparecer cadáveres.
Cuatro hombres han sido ejecutados con el suplicio que Gengis Khan reservaba a los traidores. A esos desdichados los obligaban a tumbarse de espaldas sobre la estepa, los ataban uno al lado del otro y los tapaban con una alfombra gruesa. Y luego el conquistador lanzaba sobre sus cuerpos a sus guerreros a todo galope. Un tumen entero, una unidad del ejército de diez mil caballos. Una y otra vez. Ese era el castigo, ser machacados vivos sufriendo diez mil fracturas antes de morir, pues los jinetes evitaban pisarles la cabeza para alargar el tormento.
Las extrañas muertes ocurren en territorios que explota una poderosa compañía australiana. La Colorado mueve sus tentáculos para que las autoridades mongolas dictaminen que en realidad se ha tratado de un accidente. Así se lo hace saber, con amenazas, a la forense Solongo -novia de Yeruldelgger- la villana de este libro, Chagdarsuren Diugderdemidiin Bilegt, alias Madame Sue, una lobbista despiadada que ostenta "caprichos de millonaria china" y usa el sexo como un arma más.
Así la trama, se despliega en dos prolíficas direcciones. Los asesinatos cometidos de manera ritual nos conducen a una célula de terrorismo ultranacionalista que trata de inflamar a los abatidos mongoles con crímenes rutilantes. El lobby minero implica, como dijimos, los intereses de las grandes potencias que se disputan el derecho a ordeñar Mongolia como haría un viejo campesino rapaz con sus animales. Viajamos a Perth, Nueva York, Quebec y los jardines de Matignon. Por esas cosas de la manipulación política, el bueno de Yeruldelgger se convierte, muy a su pesar, en el Delgger Kahn, el líder improvisado de la resistencia nacional.

LITERATURA Y MENSAJE

No esconde Manook sus propósitos edificantes. Es una literatura con mensaje, ese colmo de horrores, según Oscar Wilde. En primer plano, ubica la denuncia del pillaje que sufre un pueblo y su cultura en manos de "conquistadores invisibles" (los halcones del capitalismo global). Se alza contra la destrucción de "mil años de tradiciones y sabiduría nómada". Una vez más, el mito del buen salvaje.
A tono con la época, reivindica añosas costumbres ecológicas de la atormentada estepa. Expone una hermosa costumbre mongola: el río no se ensucia, nada se tira en él. Si vas a bañarte o lavar la loza, saca el agua con una jarra. Entierra las porquerías. Ya limpio, podrás entrar a las aguas heladas que bajan del Altai. Dice que Gengis Khan ejecutó a generales sólo por orinar en el torrente.
Hay otra curiosidad que atañe a nuestro país. Leemos en la página cincuenta y dos: "...exagerando el gesto como jugador argentino de polo..." 
Guillermo Belcore
Calificación: Bueno
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