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Channel: La Biblioteca de Asterión
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La cadena

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En el aburrimiento y el miedo están las raíces de todo mal.
Kierkegaard

El historiador estadounidense Christopher Browning ha escrito uno de los libros más esclarecedores sobre el Holocausto. En Aquellos hombres grises (Edhasa, edición 2008), coloca bajo el microscopio al Batallón 101 de la Policía del Orden, una infame guadaña nazi que obró en Polonia. Unos 500 reservistas alemanes con sus peculiares uniformes verdes -hombres comunes y corrientes, personas decentes hasta la II Guerra- fusilaron a 38.000 judíos y deportaron hacia la cámara de gas a otros 45.000. El genocidio fue posible -concluye finalmente el catedrático estadounidense- porque debajo de la piel de la mayoría de nosotros hay una bestia ávida. A asesinar, incluso a gran escala, casi cualquier ser humano se acostumbra. Es otro gusto adquirido.

Una trepidante novela policial que el sello Planeta -con una tirada superior a lo normal- trajo a la Argentina se sostiene sobre idéntica hipótesis: "La civilización no es más que un puente de soga suspendido sobre un abismo", se establece citando a los existencialistas. Los humanos podemos cumplir el rol de depredador o de víctima. Sólo se necesita de un poderoso estímulo en la dirección del mal, plantea Adrian McKinty (Belfast, 1968) en La cadena, acaso el bestseller del año, por su originalidad y calidad narrativa.

¿Qué clase de persona es capaz de secuestrar a un niño y someter a sus padres a la más diabólica extorsión? Cualquier persona, que a su vez esté siendo chantajeada por una organización delictiva que había ordenado raptar a su propio vástago. Ingeniosa trama.

¿DONDE ESTA KYLE?


Una helada mañana de invierno, la profesora de filosofía Rachel O"Neill -sobreviviente de un cáncer de mama- recibe un par de llamadas escalofriantes. Su adorada hijita, Kyle, ha sido secuestrada. Para recuperarla sana y salva (es lo único que tiene en el mundo), deberá pagar veinticinco mil dólares en bitcoins y a su vez capturar a un niño o niña, cuyos padres serán sometidos a la misma doble demanda. Rachel se ha convertido en otro eslabón de La cadena.

Cualquier aviso a las autoridades, concluirá con su muerte y la de Kyle, que está en manos de otra familia chantajeada y que, como cualquiera de nosotros, es capaz de cualquier cosa con tal de salvar la vida de su prole. La sofisticada empresa criminal tiene cientos de agentes y parece infalible.

Ayudada por su ex cuñado Pete (un veterano de guerra, aficionado a la heroína mexicana), Rachel debe encontrar un objetivo en Facebook o Instagram, comprar una pistola, encontrar una mazmorra para encerrar a su pequeña víctima y realizar otros hechos aberrantes. Como los reservistas alemanes, la mujer nunca se hubiera creído capaz de perpetrar semejantes barbaridades. En la segunda parte del libro, intentará destruir La cadena, una suerte de Uber del secuestro, la extorsión y el terrorismo en la que los propios clientes realizan la mayor parte del trabajo. No conviene explicar más. 

La trama se desarrolla en Nueva Inglaterra, más precisamente en la parte norte del estado de Massachusetts, el culmine de la civilización occidental, un lugar donde la gente es muy amable y no necesita cerrar con llave sus casas. Es decir, McKinty usufructúa uno de los temores más profundos de la clase media estadounidense: Nadie, en ningún rincón de los cincuenta estados, puede vivir completamente a salvo. Como si se tratara de un cáncer, una entidad maligna puede caer en cualquier momento sobre los buenos ciudadanos. 

EL MOMENTO DE LA VERDAD


Literariamente hablando, lo mejor de la novela es la historia y el ritmo vertiginoso que magnetiza los dedos, uno no puede soltar el libro. McKinty hace alarde de una eficaz economía verbal pero fragmenta la novela en capitulitos (¿quién puede comer un bife apetitoso en pedazos chiquitos? Respuesta: Un niño). 
Como para justificar su paso por Oxford para estudiar filosofía, el autor salpica la trama con citas eruditas (incluso menciona un cuento de Borges) que contribuyen a demostrar una hipótesis: en el momento de la verdad, cuando lo que está en juego es la vida propia o la de un ser querido, ningún pensamiento elevado es capaz de proporcionarnos paz o guía moral.

Hay además otro interesante esbozo de denuncia social. ¿Estamos todos locos? ¿Cómo vamos a revelar en las redes sociales cada uno de los matices de nuestra existencia? Direcciones, teléfonos, trabajo, hijos, colegios, así como las aficiones y las actividades de cada cual. Somos nuestra propia Stasi.

Pero la meditación más poderosa de La cadena -cuyos derechos ya compró Hollywood- discurre sobre el punto que mencionamos al comienzo de este artículo y que, recordemos, también ha desarrollado muy bien Mario Vargas Llosa en Lituma en los Andes. La civilización es un fino y frágil barniz sobre la ley de la jungla, escribió J.G. Ballard.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura de La Prensa.

Calificación: bueno


Retorno a Brideshead

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Amar a un ser humano -aunque sea a uno solo- es la base de toda sabiduría.
 Evelyn Waugh

Podría decirse, amigo lector o amiga lectora, que la gran noticia de la primavera no ha sido el inquietante retorno del peronismo o la fuga de Evo Morales, sino la decisión del sello Tusquets de liquidar inventarios en Buenos Aires. Hoy, uno puede descubrir gemas en las librerías porteñas al precio de un pan de manteca. Hallará, por ejemplo, una de las mejores novelas del siglo XX:Retorno a Brideshead, la obra maestra de Evelyn Waugh (1903-1966), "escritor inglés considerado por muchos como el novelista satírico más brillante de su día" (Enciclopedia Británica dixit).

Hace setenta y cinco años, Waugh concluyó el libro, aprovechando que un indulgente comandante militar prolongó su licencia médica. En 1944, el literato servía en los Royals Marines y se unió a una misión británica para apuntalar a los partisanos yugoslavos, pero -explica en el prólogo- tuvo la buena fortuna de sufrir una herida sin importancia que le proporcionó una temporada de descanso.

Rompió entonces la hucha de sus experiencias personales para componer un sublime ejercicio de nostalgia que retrata un minúsculo sector de la aristocracia británica -los terratenientes católicos, veinte familias apartadas de cualquier ascenso- y que reflexiona sobre el amor, el deseo y las convicciones religiosas (en 1930 Waugh había sido recibido en la Iglesia Católica).

En el prefacio, que no puede ser definido sino como "encantador" (esta es una palabra que aquí usaremos a menudo), Waugh afirma que el tema de la novela es, justamente, "la influencia de la gracia divina en un grupo de personajes muy diferentes entre sí, aunque estrechamente relacionados".


MIRANDO ATRAS


"La memoria, ese anfitrión alado que se cierne a tu alrededor, es la vida, porque no poseemos nada con certeza excepto nuestro pasado", establece Waugh en la página doscientos sesenta y siete. Fiel a la premisa ha escrito una deliciosa y tierna añoranza.

En plena Segunda Guerra Mundial, el capitán de infantería Charles Ryder recuerda con lágrimas en los ojos los lánguidos días de la juventud, cuando conoció en Oxford a Sir Sebastian Flyte, un alma atormentada de la nobleza católica. La movilización de tropas lleva al oficial (temporario) a la mansión de Brideshead, propiedad del barón de Marchmain, el padre de Sebastian. Cientos de días felices había pasado Ryder allí.

El primer tramo del libro nos conduce pues a 1923, la Arcadia del narrador. Irrumpimos en el Hertford College, reducto de una aristocracia universitaria que parece dispuesta a perdonar cualquier cosa excepto la falta de ingenio verbal (los magníficos parlamentos son una de las glorias del libro). Vemos a Sebastian paseando con un oso de peluche por debajo de los castaños en flor. Aparecen personajes encantadores en su anacronismo (el criado Lunt; el tutor Sangrass; lord Brideshead, el hermano mayor de Sebastian) o en su locura, como Anthony Blanche, el esteta por excelencia.

Viajamos después a Londres, Venecia, París y Marruecos. Hay escenas divertidas, como la visita de la pandilla estudiantil a un cabaret de mala muerte, el Old Hundredth. Todos terminan en la cárcel. Sebastian degenera en borracho perdido; odia a su familia, en particular a su madre, Lady Teresa Marchmain, tan fría como clamorosa, y con ese suave e infinitesimal matiz de burla que caracteriza a las clases altas del Reino Unido. Charles se transforma en la parte del mundo que Sebastian quiere abandonar. Por eso, los amigos -¿hay tensión sexual entre ellos o se trata de amor platónico?- se separan para siempre. Ryder se casa, se dedica a la pintura al óleo (como Waugh), juega a ser Gauguin.

En la tercera parte, la historia salta a 1933. Ya es hora de hablar de Julia Flyte, la hermana de Sebastian. Se reencuentra con Charles en un trasatlántico, se enamoran, los dos arrastran matrimonios infelices. La joven se había casado con un sinvergüenza ambicioso llegado del Canadá que se llama Rex Mottram (otro gran carácter), quintaesencia del "mundo adquisitivo" y de la política sin escrúpulos. Su conversión al catolicismo es tan patética como desopilante.

Charles y Julia resuelven divorciarse, planean irse a vivir juntos a House Marchmain ("donde la riqueza ya no tiene esplendor ni el poder posee dignidad"), pero la vuelta para morir en casa del barón, después de veinticinco años de exilio con una amante en Italia, revive "la cuestión religiosa". No es sencillo "vivir (técnicamente) en pecado". La antiquísima lucha entre lo profano y lo sagrado en la vida de un creyente. El final de las memorias del capitán Ryder resulta conmovedor.

UNA VIRTUD ESENCIAL


Decía Stevenson que hay una virtud sin la cual todas las demás son inútiles; esa virtud es el encanto.Retorno a Brideshead es puro encanto. Son encantadores los personajes, en particular los jóvenes de las clases ociosas que pueden vivir cómodamente de una subvención de sus mayores y necesitan escandalizar. Son encantadores también las conversaciones refinadas, las largas y majestuosas comparaciones (indudablemente Waugh tenía talento para la metáfora), los giros de la trama. La crítica social también es exquisita: detrás de un lord suele haber podredumbre, esnobismo y estupidez, como en cualquier otro ser humano.

Pero el autor en la página trescientos veintidós se rebela contra el artificio e incluso contra la intensa necesidad de los ingleses de ser educados. Escribió: 


"El encanto es la gran plaga de los ingleses. No existe fueras de éstas húmedas islas. Corrompe y mata todo lo que toca. Mata el amor, mata el arte".

Y en el prólogo -data de 1959- confieza que, "ahora con el estómago lleno", encuentra de mal gusto "el lenguaje retórico y adornado". No le haga caso, debe haber sido una concesión a una época en la que el socialismo ganaba terreno en forma de esa calamidad llamada corrección política.

Lo cierto es que, aún hoy, la novela atrapa tanto por la potencia estética como por la profundidad del contenido. Es fácil la identificación. ¿Quién no ha perdido algún paraíso en su vida, real o imaginario? ¿Qué persona de fe no sufre alguna vez un problema de conciencia? Por cierto, para el escritor la fe es básicamente dos cosas: aceptar lo sobrenatural como real y abrir a la religión la puerta del espíritu.

Retorno a Brideshead es, en síntesis, uno de esas novelas geniales en la que simplemente uno debe abandonarse al goce de la lectura. Digámoslo con palabras de Evelyn Waugh: la literatura "como mensajera de un instante de dicha, como la que llega en el fondo del corazón en la orilla de un río, cuando, de repente, el martín pescador destella por encima del agua".
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Excelente


La prueba del ácido

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"La belleza es una buena razón, para vivir, ¿no?"
Elmer Mendoza
El 11 de diciembre de 2006, el presidente Felipe Calderón declaró la guerra al narcotráfico. México aún discute aquella decisión dramática que elevó hasta la estratósfera la tasa de homicidios y sólo redundó en la hegemonía del Cartel de Sinaloa (¿era ese el propósito inconfesado?). 
"¿Quién puede hacerle la guerra a los cabrones? Lo tienen todo: armas, relaciones, estrategas, espías, dinero, aliados, etc?. ¿Sabes cuantos policías pueden morir? Todos...", reflexionan los personajes de una novela de don Elmer Filemón Mendoza Valenzuela (Sinaloa, 1949), el as de la narcoliteratura mexicana, que aquí venimos a recomendar.
La prueba del ácido (243 páginas) fue entregada a la imprenta en 2010; gracias a la decisión del Grupo Planeta de liquidar las existencias de Tusquets puede encontrarla hoy en las librerías de saldo de Buenos Aires a un precio irrisorio. Vale la pena el esfuerzo de buscarla, si que es usted comparte el gusto por la buena novela policial con abundante efusión de sangre.
En este blog ya hemos elogiado por partida doble a Elmer Mendoza. Su criatura se llama Edgar El Zurdo Mendieta, de la Policía Ministerial del estado de Sinaloa. El detective viste de punta en negro, y a los 43 años juguetea con la idea del suicidio, abrumado por la soledad y por la degradación de su oficio. Trabajar en los feudos de los brutales carteles de las drogas, en efecto, es como hacerlo en el Tercer Reich.
¿Se puede mantener la decencia en el infierno? El Zurdo acepta un sobre de vez en cuando, consiente las torturas a los detenidos para obtener información (la prueba del ácido) y es un protegido de Samantha Valdez (Sandra Beltrán, en la vida real) la reina del Cartel del Pacífico, pero su riqueza es la austeridad, el coraje y la independencia de criterio. Le agrada incomodar a los poderosos.
En esta ocasión, obrará por venganza, acaso el único estímulo que puede acicatear a un escéptico sin remedio. Mayra Cabral de Melo, meretriz brasileña de las que cuestan un ojo de la cara, fue asesinada. El pinche sabandija, incluso, le cortó un pezón. El Zurdo la amaba, como todos aquellos clientes que la conocieron bien. ¿Un narco la escabechó? ¿O fue uno de los políticos o empresarios influyentes de Culiacán, también mafiosos? Hasta las tres últimas páginas no conoceremos al asesino.
El telón de fondo, como se dijo, es la declaración de guerra de México D.F a esa "minoría ridícula" (Calderon dixit) de los narcos. Y la guerra de los cárteles entre sí. Decenas de cadáveres tapizan Culiacán. El padre del presidente de Estados Unidos llega a la zona a cazar patos. Casi lo matan. Por cierto, don Mendoza no se priva del prejuicio y el estereotipo ante sus poderosos vecinos del Norte. "Los gringos no son felices si no están peleando y ya se aburrieron de Medio Oriente", escribió (¡Ja, ja!, le dice el tamal a la olla).
EL HABLA SABROSA
Ingeniero de profesión (como Pynchon, Dostoieski, Primo Levi o Juan Benet) Mendoza se ufana de "haber logrado dar un lugar al lenguaje del estado de Sinaloa" en su veintena de libros (la saga detective Mendieta suma cinco). Es así. La novela desborda de coloquialismos, recoge esa maravillosa propensión del habla mexicana a acuñar apodos y a crear neologismos -vaya paradoja- usando tradición precolombina. Verbigracia: al esbirro se lo llama achichintle y a los guardaespaldas, guaruras. 
El procedimiento, claro, ha generado críticas académicas. En la magnífica revista Letras libres se ha acusado a Mendoza de cierto vicio que Aira denominó folclorismo programático, es decir colorear el texto con un diccionario en la mano, tan artificioso como esos entretenimientos aborígenes que los mercachifles nos infligen a los turistas cuando viajamos al trópico.
El texto, no obstante, tienen musicalidad y gracia. Ha sido bien trabajado. Es ingenioso -aunque arduo, a menudo, para distinguir una voz de otra- el truco de embutir el diálogo en el párrafo, a lo Saramago. Desborda, además, de sensiblerías, a lo telenovela mexicana. Todos lloran a la hetaira asesinada. Mendieta apela a Sandro de América: "Tus labios de rubí, de rojo carmesí...".
Por otra parte, halcones han acusado a Elmer Mendoza de paloma, de minimizar crímenes narcos, como si fuesen una fuerza de la naturaleza amoral, incluso de darle lustre a los hampones. El debate está abierto y nos interpela a los argentinos. 
¿Cuál es la mejor estrategia para enfrentar a ese cruel poder fáctico que ha regresado al querido México a la edad feudal? ¿Guerra sin cuartel o negociar con los malos una administración del delito que permita reducir los niveles de violencia homicida? ¿Deben los militares salir de los cuarteles para afrontar el reto? Francamente, quién esto escribe no lo tiene claro. Ríos de sangre, siguen corriendo. La tasa de asesinatos en México se ha estabilizado este año en 3.000 al mes. ¡Cien asesinatos por día!
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura de La Prensa.
Calificación: Bueno

Naturaleza salvaje

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Por Jane Harper
Salamandra. 396 páginas. Edición 2019
Australia es una nación civilizada que vive, por así decirlo, en plena naturaleza. El peligro capital para el ciudadano no proviene del sicario, el político corrompido o el pibe chorro, sino de las serpientes y los arácnidos, los rigores del clima, alguna estupidez o maldad aislada. Hay manzanas podridas como en todos lados, pero no existe un estado de podredumbre generalizada como al sur del Río Bravo. Los agentes de la ley lucen intachables. Al menos, así se desprende de la segunda novela policial de Jane Harper.
Naturaleza salvaje es una agradable lectura de verano. Una manufactura muy bien construida, propia de la era del trabajo editorial en equipo (la figura romántica del escritor que compone en solitario es cada vez más rara).
Nos lleva la novela a un parque nacional llamado Giralang Ranges, que en la vida real, podría ser el de los Montes Grampianos. Allí, concluirá como la mona una "aventura para ejecutivos", esas boberías que empresas presuntuosas contratan para fomentar el espíritu de equipo entre su personal. 
De las cinco mujeres seleccionadas por la firma BaileyTennants de Melbourne para compartir tres días de senderismo y acampada en la foresta, una no regresa y las otras cuatro lo hacen en condiciones deplorables. No es una empleada cualquiera la que ha desaparecido. Secretamente y a regañadientes, Alice Russell había accedido a colaborar con las autoridades para revelar los trapos sucios del estudio contable, es decir, lavado de dinero y tratos con la mafia.
Por eso, investiga la desaparición de la odiosa Alice el detective estrella del universo Harper: Aaron Falk, as del Departamento de Delitos Financieros de la Policía Federal. Joven, taciturno, casi albino, el investigador había presionado hasta doblegarla a la ejecutiva, junto a su compañera Carmen Cooper, cuyo rol en esta historia resulta prácticamente insignificante. Para complicar el asunto, en la zona de operaciones cazaba años atrás un asesino en serie, hoy muerto pero al parecer tenía un hijo.
Se ha urdido el thriller con un procedimiento muy eficaz; hay un vaivén entre presente y pasado. La autora intercala los capítulos de la busqueda contrarreloj de la informante, con la narración de los tres días previos en el bosque, bajo la lluvia, con mucho frío y sin provisiones. Todo les sale mal a los cinco compañeras de trabajo. Se extravían, se abren viejas heridas, se van degradando las relaciones hasta el climax final. El suspenso fue bien dosificado; Harper ha añadido un gancho al final de cada episodio, tal como estipula el manual del best-seller contemporáneo.
La autora profundiza, además, sobre problemas típicos de la clase media: el bullying, las adicciones, el sentido de la existencia, el estrés laboral, las decepciones con nuestros seres queridos, la rabia acumulada. Es una égloga de la mediocracia universal, aquí no encontramos héroes, sino esa gente que fracasa en la crianza de los hijos, tiene un proyecto de vida mediocre y un mal día pierde los estribos. Ni siquiera los detectives muestran cualidades especiales, son burócratas competentes, a lo sumo. Corajudo, empático, buen observador es lo mejor que puede decirse de Falk. No es una criatura que atrape nuestra imaginación.
No obstante, hay un elemento interesante haciendo de las suyas en la trama: el agreste entorno rural, seña de identidad de Australia. Es decir, tenemos aquí personas comunes y corrientes arrojadas a un paisaje excepcional, en este caso el bosque y las correntadas. Naturaleza salvaje, pues, pero además de la espesura hostil, el título podría aludir a las relaciones tóxicas en la familia, el lugar de trabajo y la sociedad en general que abruman al habitante del siglo XXI, incluso en paraísos como la isla continente, con sus envidiables niveles de desarrollo.
Ciertamente, por momentos el libro cae en un andar moroso (sin que esto implique un defecto); se toma su tiempo para las descripciones del lugar y las historias de fondo de los personajes. Cabe suponer que, de todos modos, habrá una adaptación televisiva o cinematográfica. Como la hubo de la primera novela de la señora Harper (Años de sequía), multipremiada y traducida a treinta lenguas. 
La escritora, por cierto, nació en Manchester en 1980 pero a los ocho años se mudó con su familia a Australia. Tiene doble nacionalidad y una carrera promisoria por delante. Su tercera novela se titula The Lost Man y aún no ha sido traducida al español.
Guillermo Belcore
Calificación: Bueno

Diez libros indispensables de la década

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1) Contraluz, de Thomas Pynchon
(Tusquets, 1.337 páginas, 2010).

Hemos conjeturado en este blog que la producción del mejor literato estadounidense vivo es una suerte de Enciclopedia Británica convertida en Alta Literatura. En esta colosal novela -acaso su magnum opus- el eremita más famoso se concentra en el ocaso de la era decimonónica (o aristocrática), período que va desde la Exposición de Chicago de 1893 hasta la Primera Guerra Mundial. Y se obsesiona con el tiempo, la luz, la resistencia al capitalismo, la guerra, el espionaje y las matemáticas, en una trama con personajes y estilos paródicos que -tal como es costumbre en el universo pynchoniano- se mueven en una protorrealidad. Contraluz es para lectores pacientes y curiosos. No hay página, prácticamente, que no encierre un goce estético o intelectual.

2) Diarios, de Adolfo Bioy Casares
(Planeta, 691 páginas, 2011. Edición minor al cuidado de Daniel Martino).

La sublime joya que la literatura argentina nos ofreció en la segunda década del siglo fue, en realidad, el compendio de una obra anterior de 1.700 páginas. Abarca 40 años de feliz amistad intelectual entre dos genios. Es un resumen pródigo en maravillas, ingenio y caprichos (incluso malévolos) que se concentra en Jorge Luis Borges; en sus anécdotas deliciosas, su inteligencia olímpica, su acomplejada humanidad, su capacidad sin par para destruir una reputación con una frase más venenosa que la mordedura de una cobra. Podría decirse que los diarios abreviados de Bioy Casares son el súmmum tanto de la crítica literaria como del arte de injuriar. Hay personajes cómicos como un vanidoso llamado Ernesto Sábato.

3) 22/11/63, de Stephen King
(Plaza & Janes, 858 páginas, 2012).

El profesor Jack Epping quiere evitarle a su patria el desastre de la Guerra de Vietnam. Viaja en al pasado para cambiar el curso de la Historia, debe impedir que un mequetrefe llamado L. H. Oswald asesine al presidente Kennedy. Sobre este maravilloso supuesto, el rey del terror edificó acaso su obra maestra. 22/11/63 es tanto una magnífica reconstrucción social y cultural de la primera mitad del siglo XX como una muy ingeniosa vuelta de tuerca en la subespecie Viajes en el tiempo. Además, se asoma con cautela e inteligencia al enigma por excelencia de la historia contemporánea de Estados Unidos (al parecer, la aburrida Comisión Warren tenía razón).

4) La poesía del pensamiento. Del helenismo a Celan, de George Steiner
(Fondo de Cultura Económica, 231 páginas, 2012).

No existen diferencias esenciales entre filosofía y poética (al fin y al cabo ambas son las creaciones lingüísticas más valiosas). Sea o no verdad la hipótesis que formularon Montaigne, Borges y Heidegger entre otros, las conexiones sinápticas entre uno y otro campo son innegables. Quién mejor para explorarlas que George Steiner (Viena, 1929). En este ensayo crepuscular el último de los eruditos de la critica literaria revisa 2.500 años de interacciones y rivalidades entre poetas, novelistas o dramaturgos, por una parte, y pensadores declarados por la otra. El recorrido es fascinante (a Borges le dedica seis carillas). Como se sabe, el pensamiento serio, bellamente expresado, es poco frecuente.

5) Antigua luz, de John Banville(Alfaguara, 295 páginas, 2012). 

No hay mejor estilista, hoy, que John Banville. El literato nacido en Wexford, Irlanda (1945), es un demiurgo formidable que describe, retrata, medita y hace poesía con objetos y situaciones corrientes de una manera tan exquisita que, sinceramente, reconforta el alma. Lo corrobora en esta consternada evocación de un amor adolescente. Alex Cleave, un actor de teatro que ya pinta canas, se había enamorado cuando era un muchachito de la madre de su mejor amigo, una matrona de pueblo. No fue un amor platónico. Hay que destacar, por otra lado, que Banville exploró el género policial durante la década bajo la máscara de Jonathan Black. Sus destellos de lirismo puro de John Banville, evidencian el mysterium tremendum de la metáfora.

6) En la orilla, de Rafael Chirbes(Anagrama, 417 páginas, 2013).

He aquí la gran novela de la crisis española. El truco, estupendo, de don Rafael Chirbes (1949-2015) es pintar un fresco mientras hacen correr los más variados asuntos sobre los rieles del escrutinio filosófico y poético. Las pepitas temáticas siempre resultan interesantes. Relaciones familiares, el pasado reciente y remoto de España, la dependencia con el dinero, el barullo contemporáneo, la senectud como degradación, la necesidad del amor (si es que existe) son sopesados por una mirada exigente que considera al ser humano, básicamente, un "malcosido saco de porquería". Escuchamos la voz de un fracasado, el empresario Esteban, en trances de suicidio. La novela envía una sonda a las profundidades del individuo, la comarca, el país y la vida moderna, en general. Juan Benet era la referencia primordial de Chirbes.

7) Las varonesas, de Carlos Catania(Las cuarenta, 504 páginas, 2015)

Santa Fe encierra un secreto. Vive allí el autor de una de las pocas novelas oceánicas imprescindibles de la Argentina. Las varonesas tuvo la mala suerte de tropezar con la censura de la última dictadura militar, pero Roberto Bolaño la elogió en un ensayo y una feliz cadena de coincidencias derivó en su reimpresión hace cuatro años. La primera ficción de Carlos Catania se engarza en el hilo atormentado Celine-Faulker-Onetti-Benet. Gira en torno a una familia santafesina, signada por la demencia y la desmesura. Es posible colegir que la narrativa doméstica nunca ha abordado con tanta lucidez y con semejante panoplia de recursos estéticos y filosóficos los tremendos temas del incesto y la guerra sucia como lo hizo Catania.

8) Perfidia, James Ellroy

(Literatura Random House, 780 páginas, 2015).

El más inquietante escritor estadounidense de novela negra nos lleva a 1941, a los días tumultuosos de Pearl Harbor, en esta monumental precuela de sus obras más celebradas. Hay un agrado en reencontrarse con los personajes de L.A. Confidencial o de la Trilogía Americana, que interactúan con personajes reales como Bette Davis o el alférez JFK. James Ellroy coloca la lupa sobre el Departamento de Policía de Los Angeles, un nido de víboras, gorilas analfabetos en la base y barones feudales en la cima, obsesionados por aprovechar cualquier resquicio para hacer dinero sucio. "Brutal" es, por cierto, la palabra más usada en una trama que desborda de sucesos. No obstante, Perfidia es por encima de todo una gran novela de personajes.

9) 4321, de Paul Auster
(Seix Barral, 957 páginas, 2017).

Olvídese de su inane producción anterior. Si la posteridad juzga a Paul Auster por 4321, llegará a la conclusión de que fue uno de los grandes literatos de su tiempo. Como Tolstoi. En efecto, su mejor novela puede encuadrarse en una tendencia estupenda que ha ganado terreno en Estados Unidos, tanto por razones de estilo como comerciales (un bestseller tiene que ser "una maratoniana orgía lectora"): los literatos consagrados y las nuevas estrellas vuelven la vista hacia los procedimientos del siglo XIX. Aquí lo novedoso es que vemos a un mismo personaje -Archie Ferguson- en cuatro universos paralelos, con sutiles variaciones, por ejemplo la muerte temprana del padre. Las cuatro historias conforman un descomunal fresco de la cultura, la política, los deportes y las costumbres de los años cincuenta y sesenta. 

10) La frontera, de Don Winslow.
(Harper Collins, 967 páginas, 2019).

¿Sabe usted cuál es la contienda bélica más larga que ha librado Estados Unidos en su historia? Respuesta: la guerra contra las drogas. Cincuenta años, más los que resten. Otra pregunta: ¿Quién es el escritor que mejor ha narrado esta tragedia? Respuesta: Don Winslow (Nueva York, 1953). Este año llegó a la Argentina el último tomo de la trilogía de Winslow sobre las guerra contra y entre los carteles mexicanos. La frontera es un cierre magnífico de una de las más ambiciosas aventuras narrativas de nuestro tiempo. La trama es cautivante y aporta una tonelada de datos sobre el fin de la Pax Sinaloense, la matanza de estudiantes de Ayotzinapa, el tren La Bestia, la llegada al poder de Donald Trump y la epidemia de opiáceos en la Unión. Literatura de ideas y literatura didáctica, muy bien documentada.

La literatura nazi en América

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Aunque nunca hubo tanta gente escolarizada, un síntoma de la ignorancia y la candidez de estos tiempos degradados es la circulación masiva en las redes sociales de las llamadas fake news, es decir las noticias espurias creadas para desacreditar a una figura pública, movimiento político, empresa, etc.
La expresión circula en las anglósfera desde el 1800, según los lexicógrafos. Hoy en día, los rusos, con un ejército de trolls, parecen haberse especializado en estas artimañas, acaso para vengarse de Occidente; al fin y al cabo no carecen de tradición: fue un agente del zar quien escribió los Protocolos de Sion, ese documento inventado que, según los imbéciles, prueba la existencia de una conspiración judía para conquistar el mundo.
En la Alta Literatura, existe un equivalente a las fake news, más amable, interesante y sustancial. Es un juego del intelecto que exige de lectores cómplices. Consiste en (usando palabras de Jorge Luis Borges) "falsear y tergiversar ajenas historias". Llamémosle entonces false book (fake book ya se usa en otra expresión artística: la música).
En la modernidad se han publicado espléndidos ejemplos de esta subespecie: Vidas imaginarias (1896) de Marcel Schwob, que a su vez inspiró la Historia universal de la infamia (1934) de Jorge Luis Borges. Confirmando la certera Teoría de las influencias de Harold Bloom ambos son precedentes del false book que 1996 anunciaba al mundo, como si de un campanazo se tratase, que en Chile había nacido otro narrador sublime: La literatura nazi en América de Roberto Bolaño (1953-2003). Este es el libro que aquí venimos a recomendar, aprovechando que el sello Alfaguara ha reimpreso en el último bienio la obra (imprescindible) del literato santiaguino.
MASCARADAS
El juego es así: La literatura nazi... es una maravillosa enciclopedia fraudulenta de autores, libros (fictitious books, otro concepto anglosajón, como el Necronomicón de Lovecraft) y editoriales, que simpatizaban o militaban entusiastamente en favor del nacionalsocialismo, el fascismo, el franquismo, la superioridad aria o la xenofobia, el racismo y el antisemitismo en general. Es también una prodigiosa exhibición de estilo.
Bolaño -ese genio- se sirve de recursos nobles como la parodia (¿es la parodia del Diccionario de autores latinoamericanos de Aira?), la sátira (sobre todo de la República de las Letras), la ironía, la crítica social y política, y del humor fino y absurdo (a la manera de Woody Allen), para componer personajes fascinantes que nunca existieron, o bien refieren tangencialmente a ciertos plumíferos famosos. Podrá encontrar usted en el Aleph contemporáneo (Internet) conjeturas sobre a quien aludirían en el mundo real las criaturas bolañescas.
Dijimos humor del absurdo, ¿no? Es que el texto se construye con pasajes francamente desopilantes, como aquéllos que describen a los hermanos Schiaffino, capos de La Doce. Bolaño se las ha ingeniado para unir poesía épica con los barrabravas de Boca Juniors. Qué imaginación, la de este tipo. Nos informa que Italo Schiaffino ha publicado Palidezcan los lebreles, "una suerte de Ilíada para la muchachada xeneize". Y que algunos de sus trescientos versos fueron aprendidos de memoria por la soldadesca tribunera. 
Comicidad sí, pero nunca frívola. En el timón de la escritura hay una inteligencia portentosa que desea repudiar alguna de las abominaciones históricas, como el totalitarismo cubano o la guerra sucia de los setenta, todo dicho con una prosa leve que se burla de los tonos y los lugares comunes de la crítica literaria.
Acaso este extracto de la página 179 baste para transmitir el sabor de la obra:
"Amado Couto escribió un libro de cuentos que ninguna editorial aceptó. El libro se perdió. Luego entró a trabajar en los Escuadrones de la Muerte y secuestró y ayudó a torturar y vio como mataban a algunos, pero él seguía pensando en la literatura y más precisamente en lo que necesitaba la literatura brasileña".

El remedo del diccionario -o del comentario diarístico- se abandona en la penúltima entrada, la única compuesta en primera persona. El material autobiográfico es evidente. El carácter que describe es el del infame teniente Carlos Ramírez Hoffman, piloto avezado y oficial de la Inteligencia chilena que se infiltra en un taller literario en Concepción y luego secuestra a las poetisas Venegas. El asesino y torturador deviene en artista de vanguardia y desaparece en Europa. Aquí encontramos la prosa más personal (y seductora) de Bolaño, su tan elogiado flujo continuo. 
MIRADA DE AGUILA 
No puede dejar de mencionarse otro agrado del libro: la exactitud de la mirada. Bolaño arroja una sonda a las profundidades del alma americana. Puede que resulte desagradable el paisaje pero -entre tantas caricaturas- es rigurosamente cierto. Llama la atención que los argentinos sean la primera minoría en la falaz antología.
El primer capítulo se demora en los Mendiluce y es una despiadada vivisección del extravío ideológico, el esnobismo y la superficialidad de cierta clase pudiente de la Patria. Edelmira Thompson, la madre, comparte características con las hermanas Ocampo, "dictadoras de la lírica y del buen gusto en ambas márgenes del Plata en los albores del siglo XX". Juan Mendiluce Thompson, el hijo, lanzaba diatribas, entre otros, "contra Cortázar, a quien acusa de irreal y cruento; contra Borges, a quien acusa de escribir historias que son caricaturas de caricaturas y de crear personajes exhaustos de una literatura, la inglesa y la francesa, ya periclitada, contada mil veces, gastada hasta la náusea". 
Mateo Aguirre Bengochea es el terrateniente de la Patria con ambiciones artísticas, pero sin talento. En Silvio Salvático está el rencor del fracasado pequeñoburgués: quiere dedicarse a escribir pero debe ganarse la vida en trabajos insignificantes (¿Roberto Arlt?). Daniela de Montecristo, la argentinidad aventurera que cautiva allí donde aparece, y sufre de malandrofilia ("en la nalga izquierda llevaba tatuada una esvástica negra").
A los fabulosos hermanos Schiaffino, ya los mencionamos. ¿No está plagado de filonazis el submundo del fútbol? Finalmente, Bolaño describe El Cuarto Reich Argentino, "una de las empresas editoriales más extrañas, bizarras y obstinadas de cuantas se han dado en el continente americano, tierra abonada para empresas al borde de la locura, la legalidad y la simpleza".
La literatura nazi en América esta a punto de cumplir un cuarto de siglo de vida. No ha perdido frescura. No sólo es una obra tan amena como profunda sino que constituye una magnífica puerta de entrada a uno de los mejores palacios verbales de la región, la obra excepcional de Roberto Bolaño (¡ay, su temprana desaparición!). Porque este subcontinente, estimado lector, no sólo ha prodigado extremistas alucinados como el Che Guevara o Mario Firmenich, sino también escritores originalísimos. Indispensables.
Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno

Drácula, de Netflix y la BBC

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Una grieta explica fenómenos trascendentes de la política como la llegada de Donald Trump, el auge populista, o el brexit. La grieta entre las élites y el pueblo llano. Muchas personas decentes, trabajadoras, con ideas tradicionales, están ofuscadas en Europa y Estados Unidos. Votan con el ceño fruncido. Sienten que sus desdichas provienen del egoísmo, la codicia y la insensibilidad de la casta dirigente, la aristocracia de Davos.
Culto, sofisticado, sin apremios económicos, con aspiraciones globales,  acostumbrado al lujo y a la servidumbre, el aristócrata de la política, la economía o la cultura es un chupasangre de las masas. Como el Drácula de Netflix, el primer lanzamiento destacado del 2020 en Serieslandia.
 
Para ser precisos, la versión más fresca del vampiro es un producto del talento de una pareja especializada en adoptar clásicos, las dos mentes brillantes detrás de Sherlock y algunos buenos capítulos de Dr. Who. Hablamos de Steven Moffat y Mark Gattis (también actor, ¿recuerda a Mycroft Holmes?).
 
Drácula es siempre una apuesta segura para ganar dinero. No hay criatura literaria que haya sido explotada con más ahínco por el cine y la televisión. Ahora es el rey del streaming -con su mejor socio, la BBC- quien abre el ataúd para ofrecer una miniserie tan inquietante como dispareja, con tres capítulos (muy distintos entre sí) de noventa minutos cada uno.
 
Estéticamente el producto bascula entre el gótico siniestro de la Hammer Productions y las esgrimas vertiginosas, que derrochan ingenio, del tándem Moffat-Gattis. Está muy bien que se rescate la noble tradición del terror britanico. De hecho el nuevo conde -magníficamente interpretado por el danés Claes Bang- con sus colmillos al aire resulta muy parecido a Christopher Lee.

REGLAS DE LA BESTIA

El primer capítulo transcurre en Transilvania y Budapest. El segundo, a bordo de un barco claustrofobico, en ruta hacia Gran Bretaña. El tercero, en Londres, donde el conde encontrará la novia ideal, después de quinientos años. ¿Ve?, nunca hay que perder las esperanzas.
 
Al convento Santa María de la capital húngara llega el abogado Jonathan Harper (John Heffernan), o lo que queda de él, se está convirtiendo en una entidad maligna. Dos monjas lo interrogan. Relata el letrado inglés su horripilante experiencia en el laberintico castillo de Drácula.
 
Frente a Harper se planta Agatha Van Helsing (Dolly Wells), un canto al racionalismo científico, desesperada por entender. Es un tópico, la tipíca monja del entretenimiento de masas que ha perdido su fe en el Señor: ``Como muchas mujeres de mi edad estoy atrapada en un matrimonio sin amor, manteniendo las apariencias por un techo sobre mi cabeza''.
 
Sin embargo, la hermana Agatha se convierte un formidable adversario para el príncipe de la oscuridad. Es tan poderosa y cautivante su interacción que opaca a los restantes personajes. 
 
A esta altura, usted se preguntará sobre son los rasgos del vampiro Claes Bang. Un psicópata adorable, a lo Hannibal Lecter. Locuaz, físicamente extrovertido, manipulador como el demonio que es. Elige cuidadosamente a sus víctimas pues absorbe recuerdos y habilidades (como el Sylar de Héroes). De ahí que haya decidido mudarse a Londres, el centro del mundo a fines del siglo XIX, con tanta gente instruida y clamorosa. ``Somos lo que comemos'', bromea el noble ante el aterrado Harker.
 
Tiene, además, el poder de crear brumas para ocultar la luz del sol y puede asumir formas de animales. En una de las escenas más repugnantes, emerge del cadáver de un lobo ante la mirada atónita del convento, pero nunca pierde la elocuencia. ``No sé sobre ustedes, chicas, pero me encanta un poco de pelo'', dice. Poco después, una manada de lobos destroza a las monjas. ``¡Oh! Eso debe haber dolido'', apunta Drácula.
 
Puede que sea el rey de la labia, pero también es un inmoral, un vicioso con una adicción incontrolable que se aprovecha del esfuerzo, las ilusiones y la credulidad de las gentes sencillas, campesinos, marineros, urbanitas de clase media. ¿Ya dijimos que representa a la perfección a la flor y nata del siglo XXI? Una feroz fuerza nihilista. ``La democracia es un abuso de los desinformados; todo está en la sangre'', sentencia nuestro antihéroe.

GOZOSO AÑADIDO

Quizás lo mejor de la serie sea el ingenio verbal, sello de Gatiss & Moffat. ¡Qué diálogos tenemos aquí! Hay frases memorables, réplicas encantadoras, uso y abuso del sarcasmo y la ironía. Es el valor literario añadido. Una deliciosa artificiosidad.
 
El suspenso del segundo capítulo también merece elogios. Estamos a bordo del navío Demeter, sobre el Mediterráneo, camino a las islas británicas. Eligió Drácula uno a uno a los pasajeros como quien escoge los platillos de la cena en una larga travesía. Pero a bordo viaja su némesis.
 
Un giro sopresivo al comienzo del tercer capítulo -el más flojo- nos impide describirlo sin corromper el efecto sorpresa.
 
Es probable que lo peor sea el desenlace. Gatiss & Moffat tiene un problema con los finales como hemos comprobado en Sherlock. Aquí nos venían prometiendo una respuesta lógica a los misterios existenciales del conde: ¿por qué teme a la cruz y a la luz solar; por qué no puede ingresar a una morada sin ser invitado? La resolución es tan pueril que da risa, incluso queda la puerta abierta para una segunda temporada.

Calificación: Buena
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Ficha técnica: Año: 2020. País: Reino Unido. Dirección: Paul McGuigan, Jonny Campbell, Damon Thomas. Creadores y guion: Mark Gatiss, Steven Moffat (basado en la novela de Bram Stoker). Música: David Arnold, Michael Price. Fotografía: Tony Slater Ling. Actores: Claes Bang, Dolly Wells, John Heffernan, Morfydd Clark, Joanna Scanlan, Jonathan Aris, Sacha Dhawan, Nathan Stewart-Jarrett. Clive Russell, Catherine Schell. Patrick Walshe McBride, Youssef Kerkour, Lydia West, Matthew Beard, Mark Gatiss. Duración: 270 min. Productora: Hartswood Films/British Broadcasting Corporation (BBC)/Netflix.

Star Picard: Capítulo I

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La comunidad trekkie está feliz. Picard -esperadísima serie- estuvo a la altura de los anhelos de esos millones de terráqueos que integran la República de Fans de Star Trek. Quien esto escribe es uno de ellos. Larga vida y prosperidad a la CBS y a Amazon que la distribuye en América latina. Esta vez, el productor Alexander Hilary Kurtzman no nos ha decepcionado.
La excelencia de la narración televisiva se asienta sobre dos pilares magníficos: sir Patrick Stewart y Michael Chabon. Un actor de fuste de 79 años que se hizo famoso a escala global con el entretenimiento pop; y un destacado escritor (56) que había incursionado en la ciencia ficción y el arte del guión (aunque no siempre con éxito). 
Esa combinación perfecta ha permitido unir, con inteligencia y elegancia, en una historia coherente las series y películas tradicionales con las franquicias, tan desparejas como polémicas, de este siglo. Es decir, enlaza ST The Next Generation (se emitió desde 1987 hasta 1994) con la herética línea Kelvin de los films de J.J. Abrams. 
Desde ya, la sublime novedad del show es el retorno del capitán Jean-Luc Picard (ahora almirante retirado), personaje icónico de nuestro tiempo. Tiene 92 años y se ha recluido en su finca vitivinícola de la campiña francesa. Escribió libros de historia militar que nadie ha leído. La Star Fleet, ¡ay!, lo ha decepcionado. Catorce años atrás abortó su Operación Dunkerque para rescatar a 900 millones de romulanos de la devastación del Imperio provocada por una supernova. Mantiene la claridad moral y firme resolución, pero es un hombre triste. 
En el chateau Picard, sirven como amigos y asistentes dos ex agentes del Tal Shiar (el servicio de inteligencia de Romulus), enemigo ancestral de la Federación Unida de Planetas. El viejo lobo de la galaxia suele soñar con un viejo camarada, el comandante Data, heroico androide que se sacrificó para salvar a la tripulación de la Entreprise de la furia resentida del clon Shinzon (ST Némesis, 2002). 

OTRO MUNDO 

El primer capítulo de Picard (Remenbrance) nos teletransporta a fines del siglo XXIV. Atisbamos el futuro de Boston, París, Okinawa y Nueva York. La sociedad terráquea es multicultural, por todos lados hay razas de otros planetas, se ven bajorianos y trills, entre otros. La cuidada presentación visual, por cierto, es otra dignidad añadida a la serie.
En el año del Señor 2399, ya nadie puede producir androides. Están prohibidos desde la inexplicable rebelión de los humanoides sintéticos (uno de los enigmas de la trama con ecos de Philip Dick) que se zanjó en 2385 con la destrucción en Marte de las colonias y los astilleros Utopía Planitia. Más de 90.000 muertos como saldo.
Por consiguiente, Data no pudo ser replicado; la evolución oficial de los androides quedó trunca. Pero como siempre ocurre -giro trillado si los hay- un científico tan alocado como brillante desarrolló en secreto una técnica de "clonación neuronal fractal'' que logró lo que parecía imposible: un robot que sangre, sufra, ame y sienta. Estas maravillas se fabricaron en parejas, a espaldas de la sociedad y los militares. Una de las gémelas Dahj (Isa Briones) aparece en Le Barre para pedirle ayuda a Picard. Sufre una crisis de identidad desde que comandos romulanos intentaron secuestrarla (algo despertó dentro de sí y logró despacharlos a lo Jason Bourne). Dahj es la palancia que pone en marcha la narración.
La segunda gemela aparecerá al final del capítulo primero dentro de un cubo borg, donde una facción de sobrevivientes romulanos planea, al parecer, la reconstrucción y la venganza. Fascinante, diría el señor Spock.
 Se vislumbra, por otro lado, un prometedor giro; una ruptura conceptual con ese optimismo, algo ingenuo, de anteriores entregas de la saga. Algo huele a podrido en la Flota Estelar y nuestro héroe lo ha captado. En una conversación con Los Angeles Times así lo matiza el showrunner Michael Chabon: 
``Star Trek, en realidad, nunca se trató de cómo la humanidad se vuelve perfecta; siempre se trató de cómo la humanidad sufre y trabaja para superar todo lo que es inherentemente destructivo en nuestra naturaleza''. 

Todos los viernes, Amazon Prime añade un capítulo de Picard de una hora de duración. Aquí estamos contando las horas para el próximo. Ha trascendido que también vuelve Siete de Nueve (Jeri Ryan).

Las series, el mundo, la crisis, las mujeres

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Se estrenaron el año pasado 500 series en Estados Unidos. La cifra global es demasiada vasta, quien desee hacer un recuento se perdería en la espesura. El formato, a esta altura, es mucho más que un exitosísimo invento comercial o una nueva gramática fílmica. Expone, representa, es síntoma de, entre otras cosas, la decadencia estadounidense, el mundo de la crisis perpetua, una nueva civilización hipermoderna. La conjetura fue enunciada por el pensador francés Gérard Wajcman.

La editora de la Universidad Nacional de San Martín ha traído a la Patria una obra esclarecedora: Las series, el mundo, la crisis, las mujeres (131 páginas, edición 2019). Nada más serio que las series para reflexionar sobre el estado de la humanidad, declara Wajcman parafraseando a Lacan. El autor es psicólogo de profesión y ante la eventualidad de tropezar con detractores (en Francia las polémicas intelectuales son feroces) hace una apasionada defensa corporativa en la página 61: 


"Los psiconalistas son los sismólogos mejor equipados del planeta mental para seguir los temblores profundos que atraviesan el mundo, hablarán de crisis a propósito de la pérdida de referencias, crisis de lo simbólico o crisis del padre, lo cual constituye nuestra manera de explicar un temblor del orden simbólico universal".

EL CAMINO DE SPENGLER

"Algo parece vincular íntimamente la serie con nuestra época y, en sentido inverso, nuestra época con la serie". Esta es la plataforma sobre la que se asienta una obra que va ramificándose en temas incandescentes desmenuzados casi todos con una inusual lucidez.

Entre otra gemas, el lector encontrará cinco páginas valiosas sobre la epidemia global de adicciones, la que define el francés como un derivado lógico de cierto mandamiento universal a consumir (las publicidades son sus profetas). El declive de la ley es simultáneo al ascenso salvaje del comercio. "La sociedad de incitación al goce es naturalmente una sociedad de incitación al crimen", advierte el catedrático de la Universidad París VIII. Es el mismo mensaje trascendente del Papa Francisco contra el turbocapitalimo de consumo y disfrute forzados, encaramados sobre objetos-mercancía que se idolatran. Deberíamos meditar seriamente sobre esto. El goce individual parece triunfar sobre todo lo demás, sobre las reglas, los ideales, las personas...

La primera meditación del libro atañe, cómo no, a Estados Unidos. Wajcman ve una acelerada degradación; empalma así su pensamiento con el de Paul Kennedy (Auge y decadencia de las grandes potencias) o Lester Thurow (La guerra del siglo XXI); quienes a su vez fueron discípulos, a su manera, del viejo Spengler (La decadencia de Occidente):


 "La serie sería la forma de una nación en vías de deshacerse. Y de deshacerse de sus propios mitos. No sorprende que en tiempos como estos se derrumben estatuas..." 

Es que si el cine construyó a la gran nación americana (y viceversa); la serie lo está deconstruyendo. Con sus héroes y heroínas averiados (como la detective Sara Linden) es la crónica de un Estados Unidos en crisis. Wajcman alcanza a ver en el derrumbe psicológico de Tony Soprano la evidencia de la caída de un Imperio. ¡Ah, estos franceses!

En el siguiente capítulo, el pensamiento da un salto de siete leguas. La serie, ojo abierto al mundo, refleja un fenómeno más vasto: la crisis eternizada, "tendencia regular del mundo y de nuestra modernidad". Es decir, "la crisis es serial, la serie es su forma". Esta es otra hipótesis audaz.

"La forma de la crisis". Interesante concepto. Así como en la Florencia del Quattrocento se inventó la "civilización del cuadro" (pintar en un simple cuadrado de madera revolucionó tanto el arte como el pensamiento), hoy una propia, autónoma y nueva está cambiando nuestra manera de ver el mundo, que es lo mismo que cambiar al mundo. 

Frente al relato único y unificado de la modernidad:

"la serie instala el reinado del fragmento, de lo descentrado, de lo discontinuo, de lo múltiple... es la forma de un mundo estallado en pedazos". 

Vaya a saber qué emergerá de este cambio de perspectiva. Wajcman -macluhiano tardío- prefiere no hacer vaticinios, aunque su mirada es decididamente pesimista, por cierto como la del grueso de los pensadores del Viejo Continente que, aplastados por la decadencia relativa y absoluta de su hogar, no consiguen pensar por encima de un eurocentrismo que desea permanecer oculto.


JESSICA JONES Y THE WIRE


Como todo estudioso, Wacjman termina enamorándose de su objeto de análisis y lo ubica sobre un pedestal. Llega a decir que "la serie podría ser lo que vendría a remediar hoy una cierta crisis de la literatura, extraviada en los pantanos de la autoficción". Y luego llama en su defensa a Walter Benjamin para plantear la "crisis del relato" y a Barthes y Deleuze para intentar engatusarnos con la supuesta imposibilidad de encerrar hoy entre dos tapas y un lomo el malestar de una civilización.

No. Aquí también -suponemos- pesa demasiado la frustración nacional. Que la literatura de Francia esté sumergida actualmente en un ciclo inane, con literatos pigmeos que deshonran su rica tradición, no significa que a nivel global la novela -o la literatura en general- se encuentre en peligro de extinción. ¡Mire aunque le duela, monsieur Wacjman, la exuberancia literaria de la anglósfera! Sigue siendo, además, el novelista el que alimenta el fenómeno serial de la televisión.

Más allá de estas hipérboles, el ensayo de Wacjman es necesario e iluminador. Nunca cae en la frivolidad. Explicar la era en que se vive es una ambición altamente estimable.

El capítulo 11, finalmente, explora otro ángulo singular del asunto: ¿por qué las mujeres ocupan hoy el primer plano de los series?. El libro nos advierte sobre la muerte del Padre (la ley y la castración) y el arduo camino de la liberación femenina en el siglo pasado, pero sin decir una palabra, naturalmente, sobre, la dictadura de lo políticamente correcto. El texto concluye en un magnífico examen de Jessica Jones, esa joya de la Marvel.

En la página 58, el erudito propone: "...la obra maestra del género -hasta ahora- se llama de The Wire". Y en las páginas siguientes compone un ditirambo de la creatura de HBO. Puede ser. El autor de esta nota, no obstante, coloca en la cima a las tres temporadas de Fargo

http://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2018/02/fargo-la-serie.html

Calificación: Bueno


Enviada especial

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Por Jean Echenoz

Anagrama, novela de 255 páginas. Edición 2016.

Debajo de la vida institucional y política de un país, prospera una jungla peligrosa. Son los servicios de inteligencia. Son los sótanos de la democracia, según denunció en su primer discurso el Presidente de la República Argentina. ¿Son necesarios? Obviamente. No se puede gobernar bien sin información precisa; y los enemigos de la sociedad abierta, nunca lo olvide, son legión.

Pero el aparato del espionaje necesita de controles muy estrictos, pues como cualquier submundo de la clandestinidad es terreno propicio para el delito y la arbitrariedad sobre el ciudadano inocente. Nunca faltará el funcionario que se corte solo por codicia, ambición y estupidez.

Este es el mensaje que destila una novela asombrosamente divertida que Jean Echenoz (Orange 1947) entregó a la imprenta hace un lustro.Enviada especial fue muy aplaudida en su momento pues significó el retorno del literato francés al mundillo de la farsa y la parodia -"príncipe del absurdo lo definió un crítico de Le Nouvel Observateur- después de convertirse, con gran éxito también, en biógrafo de Ravel, Emil Zapotek y Nikola Tesla.

En la novela se narra una torpe operación de inteligencia. El general Bourgeaud, ex funcionario del Service Action (planificación y realización de operaciones clandestinas) ordena secuestrar a una mujer con ciertas habilidades para convertirla en agente secreta, tras un larga y amable cura de aislamiento.¿Misión de la novata? Desestabilizar al régimen de Corea del Norte, a lo Mata Hari.

Paul Objat, asistente del general, contrata a una célula gansteril para el disparatado proyecto. Constance, cantante de profesión, es la elegida. Los subcontratistas piden rescate pero el esposo de la cautiva, un músico en decadencia creativa, no responde ni mú. Es más, el muy canalla de Lou Task se busca una novia más joven. Estamos en Francia.

La trama ofrece escenas desopilantes y una escena conmovedora de un suicidio, un final a todo ritmo con una fuga desesperada desde Corea del Norte y reflexiones siempre atinadas sobre diversos asuntos

Verbigracia: monsieur Task encarna esa rara especie de artista (es una forma de decir) al que la Fortuna lo besa en los labios sólo una vez en la vida. ¿Recuerda al ochentoso Patrick Hernández?:

"...que no ha hecho nada en su vida más que 'Born to Be Alive', escrita en diez minutos, grabada en dos días, rechazada en un principio por todos los productores y convertida en éxito internacional cuyos royalties le han permitido pegarse la gran vida el resto de su existencia..."

En cuanto al estilo, depurado como si se tratase de un escritor inglés, Echenoz no sólo cultiva con gran destreza la parodia, la farsa y la sátira sino que le gustan los jueguitos del lenguaje: ha incorporado a su riquísimo léxico vocablos provenientes de la jerga científica: glutamato monosódico, fusiforme, angioma, períptero, etc. Y apela a la complicidad del lector mediante la técnica del narrador entrometido. Sólo podría reprocharse su predisposición a aburrirnos con listas.

Hay que resaltar, finalmente, que la descripción de la infernal Corea del Norte es honesta, sin esas concesiones progres que hubieran estragado la novela. El socialismo juche -uno puede concluir- no es otra cosa que el comunista llevado hasta sus últimas consecuencias.

La pregunta del lector decente debería ser siempre la misma: cómo puede existir a esta altura de la historia una aberración política, económica y moral como la tiranía de Kim Jong Un. Así lo describe Echenoz al dictador:

"...Rollizo y barrigudo, gruesa cara rubicunda oval homotética con un grueso busto oval -huevo de pata sobre huevo de avestruz sin conexión que los una- avanzaba con aire obcecado, afectado, compensando su breve estatura, como su querido líder padre, con espesas calzas sobre las que caminaba balanceando los brazos lejos del cuerpo. Constance se enteraría más adelante de que cultivaba su parecido con su abuelo líder eterno, reproduciendo sus gestos, sun andar, sus mímicas, sus trajes y su corte de pelo rasurado en las sienes, esponjado detrás y con la raya al medio. Se murmuraba incluso, pero tantas cosas se murmuran bajo el cielo, que no menos de seis intervenciones quirúrgicas habían acentuado ese mimetismo ..." 

Guillermo Belcore


Calificación: Bueno 

El jesuita y la reina

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La cultura dominante -incubada por la hegemonía global de la anglósfera- nunca perderá ocasión de recordarnos los crímenes espantosos de la Iglesia Católica, en especial de la Inquisición española. Pero nada dice de la salvaje intolerancia religiosa de la era isabelina.

En efecto, la Inglaterra moderna -a la que tanto admiramos- se edificó sobre la efusión de sangre y el dolor de millares de creyentes, causados por razones de Estado, por un bestial fanatismo, y por sed de pillaje (trilogía maldita que volvería a surgir con los jacobinos y los bolcheviques). Un libro que el piadoso Evelyn Waugh (1903-1966) entregó a la imprenta en 1935 desea, no obstante, llamar la atención sobre un lado negro de la dinastía Tudor, muy poco conocido. Es que para la cultura de masas han resultado más interesantes las seis esposas de Enrique VII que el uso del Estado para destruir la fe viva durante el reinado Isabel I.

En el afán de agotar la obra del bueno de Waugh (1), este blog viene a recomendar 'El jesuita y la reina' (Del Nuevo Extremo, 275 páginas, edición 1960). Se trata de una biografía novelada del mártir Edmund Campion, manso erudito educado para la vida del púlpito y la sala de la conferencias, al que una era de vigoroso nacionalismo lo condujo al calvario. Dios nos libre de los tiempos tumultuosos que nos fuerzan a tomar partido, que nos impiden forjar una carrera en el mundo sin violentar nuestras intimas convicciones.

Waugh divide la hagiografía en cuatro libros: El erudito, El sacerdote, El héroe y El mártir. En el primero, viajamos al verano (boreal) de 1566 cuando la reina Isabel visitó Oxford durante seis días. Hileras de estudiantes la aplaudían de rodillas, y Campion, a los 26 años, sedujo a la corte con su mejor estilo ciceroniano. Un poderoso del partido protestante lo patrocinó; se abría delante del profesor un promisorio sendero hacia las cimas de una Iglesia Anglicana que necesitaba, desesperadamente, hombres sobrios y bien educados como Campion. Pero el académico se fue a Irlanda primero y luego cruzó el Canal de la Mancha.

Lo recibió con los brazos abiertos en Flandes el colegio inglés de Douai, sitió de reunión de los refugiados católicos de las más variadas condiciones, luego seminario pero no era un lugar seguro. La corona británica hacía raptar y traer desde el extranjero a los disidentes, que luego ejecutaba no sin tormentos, como arrancarles las entrañas frente a la horca. Apelaba a envenenadores profesionales, a cazadores de sacerdotes, a delatores, a la peor gentuza.

En 1573, Campion se dirigió a Roma para ingresar en la Compañía de Jesús. Gobernaba el trono del Pescador Gregorio XIII cuyo calendario fue atacado por los protestantes como un invento del Anticristo y aceptado paulatinamente por todo Occidente en los dos siglos subsiguientes. Ya jesuita, el inglés pasó unos años tranquilos y laboriosos como pedagogo en Brno y Praga, hasta que sintió el llamado del martirio.

Nueve años duró la ausencia de Campion en Inglaterra y durante ese tiempo la posición de los católicos era cada más precaria. Era como vivir bajo el yugo de los turcos, subraya Waugh. Una nueva clase dirigente impuso a sangre y fuego “la supremacía espiritual del Estado“, como, desgraciadamente, tantas veces ha ocurrido en la Historia. 

El sacerdote se las arregló para predicar en la clandestinidad y publicar un manifiesto que quedaría en la Historia (Decem Rationes), pero no tardó el momento de la prueba: finalmente fue atrapado, atormentado en el potro de la Torre de Londres, ahorcado, destripado y descuartizado en 1581, tras uno de esos juicios farsa que popularizarían los totalitarismos del siglo XXI. Murió por una idea, por causas religiosas dado que jamás dejó de reconocer a Isabel I como su reina. 

El populacho siempre es el mismo. “La muchedumbre isabelina disfrutaba con entusiasmo de una ejecución sangrienta y cualquier bandido era el héroe de algunas horas, cualesquiera que fueran sus crímenes”,  escribe el novelista en la página doscientos sesenta y cinco con esa prosa cristalina que lo caracterizaba. Arthur Evelyn St. John Waugh no pudo ver a Campion canonizado por Paulo VI en 1970.
    
En un artículo inacabado de abril de 1949, George Orwell sostenía que el novelista inglés que ha desafiado de manera más evidente a sus contemporáneos es Evelyn Waugh. Aun hoy produce el mismo tonificante efecto. No se me ocurre nada más opuesto al mainstream cultural -y al mismo tiempo sano- que retratar la Fe en Dios y en el Papado como algo concreto e indestructible.
Guillermo Belcore


Calificación: Bueno


(1) http://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2009/10/un-punado-de-polvo.html

https://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2019/12/retorno-brideshead.html

Zoografías. Literatura animal

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Compilación Mariano García

Adriana Hidalgo editora. 

590 páginas

¿No escriben crítica literaria los burros?
 Heinrich Heine
La ciencia estima que hay sobre la Tierra 7,7 millones de especies animales, pero sólo un 12 por ciento han sido catalogadas. Algunos creen que, aún en el siglo XXI y en plena extinción global, nos aguardan sorpresas extraordinarias en los abismos oceánicos y en las selvas tropicales (¿el megaterio en la cuenca amazónica?).
También nos esperan bestias maravillosas en las páginas de la Alta Literatura. El catedrático, traductor e investigador del Conicet Mariano García (1971) revela cientos de ellas en un volumen que aquí venimos a recomendar: Zoografías. Literatura animal, de Adriana Hidalgo editora, un sello nacional que se ha especializado en magníficas antologías.
Ha recopilado García cuentos, poemas y fragmentos de novelas y ensayos de Occidente que atañen a esos seres con garras, alas, antenas o tentáculos, que la humanidad se ha obsesionado en martirizar. La pesadilla del animal es el ser humano, escribió Schopenhauer.
En boca de un oso, Heinrich Heine despotrica contra el supuesto dueño de la creación: "...¡Los derechos del hombre! ¿Quién se los ha concedido? Nunca la naturaleza, ella no es tan antinatural... Lleváis en alto la cabeza aunque en ella se arrastran bajos pensamientos... ¡Hijos míos! Guardaos de esos abortos lampiños. ¡Hijas mías! ¡No confiéis en ningún monstruo que lleve pantalones!"". Greta Thunberg no lo hubiera dicho mejor.
La selección de textos se ha efectuado con sabiduría y buen gusto, pero privilegiando los que ya no pagan derechos de autor. Desde Homero a Hebe Uhart, autora de la casa. ¿Por eso no está el tigre, sanguinario y hermoso, de Jorge Luis Borges? ¿Una antología sin nuestro mejor escritor? Olvido bestial. Pero aparece el otro gran cuentista de la Argentina: Antonio Di Benedetto. Felino de indias (1978) narra las peripecias de un gato y un lorito sobre el espinazo de la cordillera de los Andes, después de la muerte del mercader español que los llevaba en su séquito. Delicia de cuento.

MAESTRO DE LECTURAS

El método del fragmento tiene otras virtudes: ilustra y causa apetito. Verbigracia: después de concluir Conejo de George Eliot, el lector común siente que no puede dejar de leer algún día la novela Middlemarch, "uno de los mayores logros en el género de Inglaterra", nos dice una de las oportunas "Biografías" añadidas al final.
El profesor García obra pues como maestro de lecturas. Nos permite descubrir, entre otras gemas raras, que la más abyecta traición de la literatura argentina (y por partida doble) la ha confesado Lucio V Mansilla en el capítulo 62 de Una excursión a los indios ranqueles. Es imperdonable que le haya regalado su perro Brasil al indio maula Ramón.
Despide la selección cierto aroma a francofilia.Las Memorias de un cocodrilo de Emile Gigault de la Bédolliere son sublimes, al punto de la relectura. Las páginas de Honoré de Balzac sobre el raro amor de un hombre y una pantera en el Sahara nos colocan ante la terrible evidencia de la decadencia literaria de Francia. Los grandes novelistas hay que buscarlos en el siglo XXI no ya en París, sino en Nueva York, Los Angeles o donde sea que se haya escondido Thomas Pynchon.
Esperamos un segundo volumen con la presencia animal en la literatura de nuestra época. A guisa de aperitivo, Mariano García añadió un apéndice con sugerencias bibliográficas y complementos teóricos.

Justicia

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Justicia

Friedrich Durrenmatt

Tusquets. Edición 2013. 215 páginas.


Inversamente proporcional a la opulencia y estabilidad de la admirable Suiza es su producción literaria. Casi nada ha llegado hasta nosotros. Carl Jung y Robert Walser en el siglo XX; y ahora Lukas Bärfuss, a quien le hemos elogiado dos novelas en este blog (1). Compárese esa indigencia creativa con la exuberancia de una Irlanda, muy pobre hasta anteayer.

Por ello, es una gratísima novedad el descubrimiento de un novelista suizo de fuste (al calor de la liquidación de inventarios de Tusquets en Buenos Aires, una de las maravillas del último año). Así pues, aquí venimos a recomendar, con todo entusiasmo, Justicia de Fiedrich Dürrenmatt (Konolfingen, 1921-1990).

El texto fue entregado por primera vez a la imprenta en 1985. El autor explica que le llevó casi treinta años completarlo. La trama es una obra de relojería en tres actos, los tres en rigurosa primera persona.

Los dos primeros redondean la confesión de un intento de asesinato; un abogado defensor, un borrachín especializado en putas y luego en pleitos campesinos, se sincera (¿o no?) con el fiscal. El epílogo es obra del editor de las dos primeras partes; nos revela -en un giro inusitado- las verdaderas motivaciones de otro homicidio, el que enloqueció al abogado dipsómano, el núcleo incandescente de la novela.

El drama se desarrolla en Zurich. De camino al aeropuerto con un ministro inglés que vuelve a casa, el consejero cantonal Isaac Kohler ordena detener su coche frente al restaurante Du Théatre. Irrumpe en la sala repleta de comensales y acribilla a balazos al profesor Adolf Wintler, "uno de esos charlatanes humanistas que pueblan la universidad suiza". El legislador, un hombre rico y culto, sigue su camino y a la noche va a la Opera donde es detenido por la policía sin ofrecer resistencia. La pistola homicida nunca será encontrada.

El acto deja estupefacto a un país entero que, sin embargo, agradece la interrupción de la monotonía cotidiana; todo cambio resulta bienvenido en la república alpina. Kohler es procesado y condenado en primera instancia. Nunca confesó qué lo había impulsado a disparar. Ya en una prisión que es modelo de pulcritud como todo lo helvético, contrata a un abogado novato para que explore la posibilidad de su inocencia. Con tortuosas indagaciones, el doctor Felix Spät logrará que el sibilino consejero salga en libertad. Pero una crisis de conciencia hunde al letrado en la desesperación; sabe que fue usado por un avezado jugador de billar y, para colmo, una cadena de muertes causan sus maniobras. Herr Spät, el narrador de dos tercios del libro, planea ajustar cuentas con Kohler cuando regrese de sus vacaciones en el extranjero, en nombre de un principio no-humano: está ebrio de Justicia.


SUIZA, LA FEA



Además de pretender cautivar al lector con una historia enrevesada, personajes bien tallados y la degradación de una personalidad, la novela tiene una clara finalidad crítica. Allí d
onde nosotros vemos orden, prosperidad y una notable civilización política, el literato denuncia materialismo hueco, hipocresía y un aplastante tedio. En Suiza, se establece, "las máximas pillerías sólo pueden realizarse, y se realizan, legalmente"“.


En efecto, si esta novela pretende ser algo, es una poderosa denuncia social. Durrenmatt arroja una sonda a muchas brazas de profundidad para explorar el alma de su Patria. Le desagrada profundamente lo que ve a su alrededor, como ocurría con Onetti. La reprobación siempre es despiadada. 


El autor se esfuerza por convencernos de que Suiza es un horrible nido de filisteos, que ha prosperado gracias a las miserias del mundo, vendiendo a la Humanidad desde lasquenetes hasta secreto bancario. Traza la genealogía de la mayor fortuna de su país en ese afán de destrucción de ídolos.


En tren de encontrar parecidos, uno podría conjeturar que el estilo con párrafos bien cargados, el clima de farsa, la aparición de personajes deformes, el repudio a la burguesía, emparentan la novela con la producción de Günther Grass.


De todos modos, la especulación metafísica sobre el acto de matar y sus consecuencias sociales y éticas es lo que convierte el texto en una gran novela. Una espléndida sorpresa, con un giro al final que nos obliga a repensar todo el asunto. Vale la pena.

Guillermo Belcore


Calificación: Muy bueno


(1) http://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2018/05/halcon.html

https://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2009/11/cien-dias.html

Copérnico

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En 1976, antes de que la crítica estableciera que John Banville es el mejor estilista de la anglósfera, el literato irlandés publicó una exquisita biografía de Nicolás Copérnico.

Por fortuna, ha sido traducida al español. Ha llegado a nuestras manos, ansiosas de Alta Literatura, la edición de Sudamericana de 1990. Copérnico (262 páginas) encierra casi todas las virtudes de la prosa madura de Banville: fulgor poético, dominio de la metáfora, sublimes retratos, profundidad psicológica, excelente construcción de escenas.

No obstante, el valor cenital de este libro es el juego de ideas que deviene de una magnífica reconstrucción histórica. Es un viaje fascinante a la Europa del Renacimiento y la Reforma. Trabamos relación, de primera mano o de mentas, con personalidades como Savonarola, Rodrigo Borgia, Lutero, el rey Segismundo de Polonia, el Gran Maestre Albrecht von Hohenzollern (sanguinario reyezuelo de los Caballeros Teutónicos), el príncipe-obispo Johannes Dantiscus. La lista sigue. 

Recorremos Cracovia, la Prusia Real, Bolonia, Padua, Roma (en el jubileo del año 1500), Königsberg, Wittemberg. Viajamos al siglo XVI para conocer al frío, remilgado e indiferente prusiano que “dio a conocer la música secreta del universo a un mundo que se revolvía en la ignorancia”. Herr Nicolás Koppernigk, hijo de un mercader de Torum que ascendió a la dignidad de Doctor Copernicus. Canónigo que en Italia estudió medicina, “una especie de escondite desde donde podía dedicarse clandestinamente a sus aficiones” en los enclaves alemanes del Báltico: crear -perfeccionar, mejor dicho- una nueva teoría cosmólogica, el heliocentrismo. Destronó a Tolomeo. “El firmamento cantaba como una sirena”, para Nicolás. 

Vemos también cosas horribles. Enfermedades: Andreas, el hermano amado-odiado de Nicolás fue destrozado por la sífilis. Matanzas: los Caballeros Teutónicos arrasaban ciudades enteras en la Prusia bajo el dominio de la monarquía polaca. Y la monstruosa red de intrigas políticas y religiosas europeas. Además, claro, de la persecución a los “sodomitas“.

LA OBRA MAESTRA


La biografía se articula en cuatro etapas: I) Orbitas Lumenque; II) Magister Ludi; III) Cantus Mundi; IV) Magnum Miraculum, que recorren el ciclo vital del astrónomo entre 1473 y 1543. 

La tercera parte, la mejor de todas, fue escrita supuestamente en 1579 por Georg Joachim von Luachen, apodado Rheticus, discípulo alemán que viajó hasta el obispado de Erland (hoy Warmia, en Polonia) para conseguir la edición de ’De Revolutionibus Orbium Mundi’, la obra maestra de Copérnico, que ocultó a la Humanidad hasta casi el final de sus días por temor a la reacción de los poderosos y del populacho. Convengamos que un universo centrado en el sol no era algo que pluguiere a un mundo saliendo del Medioevo, ansioso de alegría, libertad y salvación.”Yo creo en las matemáticas, en ninguna otra cosa”, decía el enjuto y desgarbado inventor de una teoría del cielo.

Por cierto, Rheticus admite que retocó el original: “Saqué aquella frase absurda en que especulaba sobre la posibilidad de órbitas elípticas, ¡órbitas elípticas, por el amor de Dios!”. Vaya tonto.

“El astrónomo que estudia el movimiento de las estrellas es como un ciego que con ayuda del bastón de las matemáticas debe hacer un enorme, interminable y peligroso viaje, pasando por innumerables parajes desolados. ¿Y cuál será el resultado? Avanzará nervioso un trecho y andará a tientas golpeando el bastón contra el suelo pero llegará un momento en qué se apoyará en él y suplicará al Cielo, a la tierra y a todos los dioses que lo ayuden en su angustioso camino”…

Este hermoso párrafo de la página doscientos uno describe en realidad a la Humanidad. Todos somos ciegos; lo que varía es el bastón que usamos a poder recorrer nuestro camino.
Guillermo Belcore

Calificación: Muy buena

Narcos México II Temporada

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Casi ciego y sordo, a Miguel Angel Félix Gallardo le cuesta caminar. Su hogar es una cárcel en México, desde hace más de tres décadas. Lo han dejado vivir porque no abrió la boca; no ha salido en libertad porque Estados Unidos se la tiene jurada. Resulta imposible compadecernos de este delincuente extraordinario, nacido en Culiacán (Sinaloa) en 1946. Hizo cosas horribles. Fue Herodes y fue Judas. Tiene las manos manchadas de sangre y de cocaína, pero, acaso, cuando Dios llame a su alma estará purificada.
Félix Gallardo, magníficamente interpretado por Diego Luna, es el eje de una de las más esclarecedoras series de nuestro tiempo, otro tanque de Netflix que acaba de subir la II Temporada. Narcos México, en efecto, narra con rigurosa verosimilitud el ascenso y la caída en 1989 del factotum del Cartel de Guadalajara, elevado por un tiempo a la mítica categoría de Capo de Todos los Capos de México.
En la década de los ochenta, Félix Gallardo logró algo que se consideraba imposible: unir bajo su égida a casi todas los grupos mafiosos para constituir una Federación dedicada a transportar en gran escala a Estados Unidos primero marihuana, y luego cocaína proveniente de Colombia, con una muy baja efusión de sangre. Claro, todo en colusión con el Partido Revolucionario Institucional.
Un ex policía sinaloense se puso en el bolsillo a bandidos legendarios, familias de hampones bien asentadas, la Dirección Federal de Seguridad y barones feudales de esa "dictadura perfecta" (la definición es de Vargas Llosa) que era el México del PRI. Incluso en la serie se plantea una hipótesis que no conocía: Felix Gallardo prestó una ayuda decisiva en 1988 para que Carlos Salinas de Gortari le robara las elecciones a Cuáhtemoc Cardenas.
"¿Cuánto exporta Pemex por año?", le espeta sin rodeos Miguel Angel al ministro de Defensa del sexenio de Miguel de Lamadrid. "¿Cuatro mil quinientos millones de dólares? Yo exporto quince mil millones. Y si me llevo los dólares de nuestros bancos, México se derrumba", alardea.

UN EMPRENDEDOR

Es que Félix Gallardo, aunque al servicio del diablo, fue esa clase de emprendedor que crea un imperio desde la nada, tiene un olfato de sabueso para el negocio más lucrativo y abre rutas. Fue el primero en su país en cerrar tratos con los Carteles de Medellín y de Cali, cuando Estados Unidos cierra las rutas del narcotráfico en el Caribe. Los colombianos le pagaban 3.000 dólares -afirma la serie- por cada kilogramo de cocaína colocado en el país más drogadicto del mundo.
Escuchemos a un experto, Don Winslow, escritor estadounidense autor de una trilogía im-pres-cin-di-ble sobre el narco mexicano (1)
..."en algún momento se dieron cuenta de que su producto real no eran las drogas, sino la frontera de tres mil kilómetros que comparten con Estados Unidos y su capacidad de pasar contrabando a través de ella."... 
Vale decir, creó Félix Gallardo el llamado trampolín mexicano.
Las escenas del capo de Guadalajara con Pablo Escobar Gaviria (Wagner Moura), por un lado, y con Miguel Rodríguez Orejuela (Francisco Denis) y Hélmer Pacho Herrera (Alberto Ammann), por el otro, son un punto cenital de los veinte capítulos que distribuye Netflix.
En este punto, vale aclararle al lector que si bien Narcos México se basa en hechos reales, naturalmente, se tergiversan algunos destinos individuales para avivar la tensión dramática o por exigencias del guión. Por ejemplo, el gángster Cochiloco -cuate del joven Chapo Guzmán- no fue asesinado por sus adversarios de Tijuana. A ese bato lo liquidó el Cartel de Cali en las calles de Zapopan como castigo por robarse la mitad de un cargamento de cocaína de un barco. 

LA CAIDA

El hilo conductor de la segunda temporada de Narcos México II lo tejen los esfuerzos desesperados de Félix Gallardo para mantener unida la Federación. Había cometido una chingadera fatal: ordenó el asesinato del agente de la DEA, Kiki Camarena (Michael Peña), quien fue sometido a espantosos tormentos. La agencia federal nunca se lo perdonó. Como escribió Winslow:
 ..."los norteamericanos pueden bombardear, quemar y envenenar a otros pueblos, pero hazle daños a uno de ellos y reaccionarán con farisaico salvajismo..."
De hecho, la serie pone en el banquillo no sólo la corrupción institucional de México lindo y querido sino también la política exterior del reaganismo. Conjetura que Félix Gallardo -en busca de impunidad- acordó con la CIA entregarles armas a las milicias antisandinistas de Honduras con los mismos aviones en que traficaba la cocaína colombiana. El famoso escándalo Irán-Contras. La lucha contra el comunismo justificó, siempre, cualquier tropelía del faro de la libertad.
El relator de la segunda temporada es un tal Walt Breslin (Scoot McNairy), un cowboy de la DEA que lidera una task force clandestina, orquestada para cobrar venganza por el asesinato de Camarena (Operación Leyenda). Es otra suerte de Capitán Ajab y su ballena blanca son los traficantes de drogas mexicanos a los que responsabiliza por la muerte de su hermano en Texas. Su nexo con el Palacio de los Pinos es, acaso, el personaje más fascinante de la trama por su maquiavélica ambigüedad, el comandante de la Policía Judicial Guillermo González Calderoni (Julio Cedillo), agente doble o triple, siempre en delicado equilibrio. En la vida real, a Calderoni lo ejecutaron en Texas de un balazo en la cabeza en 2003 tras haber revelado acciones sucias de los Salinas de Gortari.
Hay que destacar que Narcos México II es una producción con grandes actores. La humanización de los capos mafiosos resulta siempre convincente. El Chapo Guzmán (Alejandro Edda) y el Güero Palma (Gorka Lasaosa) líderes del Cartel de Sinaloa (los narcovaqueros), en brutal competencia con el Cartel Tijuana de los hermanos Rodríguez Arellano (Alfonso Dosal Manuel Masalva). En Baja California había comenzado a despuntar Enedina Rodríguez Arellano (Mayra Hermosillo), considerada hoy como el cerebro de la organización tras la captura de sus carnales por comandos de Estados Unidos. También Jesús Ochoa como Juan Nepomuceno Guerra, histórico contrabandista de Tamaulipas, creador del Cartel del Golfo. Y José María Yazpik como Amado Carrillo Fuentes, el Señor de los Cielos y del Cartel de Juárez.
Nos conmueve la matanza de Santa Elena (episodio basado en el libro El zar de la droga del periodista Terrence Poppa), cuando el establishment mexicano -con la insuperable ayuda del FBI- ajustó cuentas con Pablo Acosta Villarreal, (Gerardo Taracena) el zorro de Ojinaga, un bandidote de Chihuahua de la vieja escuela mafiosa, esa que -sin renunciar al frecuente uso de las pistolas- se imponía ciertos códigos, como la obligación del paternalismo en el lugar natal.
A la excelencia de los interpretes, los aciertos de la trama, el fresco cultural y la denuncia punzante, añádale la música virtuosa. Es la mano de Gustavo Santaolalla. Ingresamos con Sandra Avila Beltrán (Teresa Ruiz), la Reina del Sur, a una discoteca de Tijuana en busca de un camionero para transportar la cocaína del Cartel del Valle Cauca (los enemigos jurados de Cali) y nos sorprende Persiana Americana de Soda Estéreo. O la Cumparsita en la entronización de Salinas de Gortari. Mi favorita: mientras camina un atribulado Félix Gallardo suena De nada sirve de Moris ¡Bravo por la argentinidad!
Una última reflexión. Hay un asunto venenoso que se prolonga hasta el presente. La caída de Félix Arellano abrió de par en par las puertas del infierno. Como le dice el protagonista, ya encerrado, al agente Breslin: "Me van a extrañar, las bestias han salido de sus jaulas". 
Tras la Federación y su paz precaria, en efecto, los distintos cárteles se declararon la guerra entre sí en busca de las mejores rutas a Estados Unidos. Tijuana vs Sinaloa. Juárez vs el Golfo. Los Beltran Leyva vs. todos los demás. Súmele nuevos actores, incluso más sanguinarios que los anteriores como Los Zetas. Así, se ha sumido México en una espiral de violencia sin precedentes, con decenas de miles de civiles muertos y desaparecidos. Las ejecuciones son espantosas. Podría uno preguntarse: es sensato tratar de administrar esa violencia (¿negociar con el cartel dominante?) o es mejor declararle una guerra sin cuartel como hizo el presidente Felipe Calderón hace ocho años y de este modo multiplicar los daños colaterales. Quien esto escribe aún no ha encontrado una respuesta.

Calificación: Muy buena

FICHA TECNICA
Narcos México. Segunda Temporada. País de origen: Estados Unidos y México. Episodios: Diez. Directores: Andrés Baiz, Amat Escalante y Marcela Said. Productores ejecutivos: Carlo Bernard, Doug Miro, Eric Newman, José Padilha. Guionistas: Carlo Bernard, Johnny Newman, Eric Newman, Eva Aridjis, Clayton Trussell, Doug Miro y Alec Ziff. Reparto: Diego Luna, Joaquín Cosío, Fernanda Urrejola, Fermín Martínez, José María Yazpik, como Amado Carrillo Fuentes, Gerardo Taracena, Alfonso Dosal, Manuel Masalva, Teresa Ruiz, Alejandro Edda, Julio Cedillo, Gorka Lasaosa, Scoot McNairy, Mayra Hermosillo.

Quijote

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En varias direcciones temporarias de Estados Unidos, cuyos nombres no vale la pena mencionar, no ha mucho tiempo que vivía un caballero de los de saco y corbata, palabras anticuadas, pensamientos místicos y adicciones televisivas. Viajante de comercio de origen indio, retirado a la fuerza por su primo rico, enloqueció por culpa de la televisión y comenzó a desear a la gente de la pantalla. A una en particular, Salma R., belleza considerable, la primera actriz india que triunfó en América. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los setenta años, era de hablar y moverse despacio, seco de carnes, rostro parecido al del actor Frank Langella, apuesto a la manera de viejo chiflado. Quieren decir que tenía el nombre de Ismail Smile o Smile Smile, aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que quiso llamarse Quijote; pero esto importa poco a nuestra reseña; basta que en la narración de sus andanzas no se salga un punto de la verdad.
Uno de los mejores escritores de nuestro tiempo -aunque quizás no tan reconocido- ha inventado un Quijote posmoderno. Así se titula la novela más reciente de Ahmed Salman Rushdie (Mumbai, 1947). El sello Seix Barral la trajo a la Argentina en este fatídico 2020 (527 páginas). Merece largamente leerse, por su ambición, riqueza expresiva, y sentido paródico.
Piense, amable lector, en un caldero en el que burbujean la diáspora india; la cultura baja estadounidense (el motel, el neofascismo, los ricos y famosos, el entretenimiento de masas) y el misticismo oriental (el sufismo y la rara religión del bahaísmo). Más algunas digresiones interesantes, como la deriva de Inglaterra hacia algún lugar no muy amable, la ciberguerra y la epidemia de estupefacientes derivados del opio. 
No sólo Rusdhie es puente entre civilizaciones (entre Occidente y el subcontinente indio y el mundo islámico); sino también es uno de esos artistas que desdibujan las fronteras entre arte y vida. Por momentos, genera incapacidad para distinguir lo inverosímil de lo que no lo es. Fusiona con destreza la visión paranoica y la real. En busca de un concepto conocido, se lo ha catalogado como un adalid del realismo mágico por no haber excluido en su veintena de novelas lo sobrenatural y lo maravilloso. Como el mismo sostiene, el surrealismo o incluso el absurdo constituyen herramientas formidables para describir el presente.
Así, nuestro Ismail Quijote da a luz por partenogénesis a un hijo, con ``la fuerza de su deseo y la amabilidad de las estrellas''. Como Palas Atenea había brotado plenamente formada de la cabeza de Zeus, así nació Sancho del sueño de su padre. Y se lanza a la carretera con el caballero de la triste figura hacia Nueva York en un Chevrolet Cruze; van en busca de una Dulcinea que es estrella de la televisión y adicta a los placeres químicos.
No se topan, claro, con los desalmados yangüeses que molieron a palos a las criaturas de Cervantes, pero también la pasan mal. Algo desagradable les ocurre con una robusta mujer blanca en el lago Capote. Bocas furiosas los persiguen en una cafetería de Oklahoma. A Sancho le dan una paliza tres yuppies en una plaza de Manhattan. Y por un pelo no los matan durante un tiroteo en un pub de Kansas. Es que ambos tienen la piel oscura, pero del tono sospechoso tras el 11-S. La cuestión de la etnicidad en el Estados Unidos de Donald Trump es una de las cuestiones palpitantes de la novela.

La otra epidemia

Otro personaje importante de la trama es el primo R.K. Smile, modelo de médico corrupto, el Reyecito de Atlanta, capital de la próspera América india (75 mil musulmanes indostaníes y 100 mil hindúes). El empresario posa ahora de filántropo, pero ha amasado fortunas fabricando y vendiendo medicamentos adictivos, en particular un spray sublingual de fentanilo (el macho alfa en el país de los opioides) en los límites de la legalidad, atravesando repetidamente las fronteras de la decencia, para, por ejemplo, satisfacer los deseos de la gente muy famosa, subsección muy importante de la economía estadounidense. Hablando sin ambages, es un narcotraficante, pero desde el interior del sistema. Provee, entre otras luminarias, a Salma R., la amada del Quijote.
Rushdie, por cierto, desea que el público conozca las tretas de la industria farmacéutica para multiplicar las ventas. Los corresponsabiliza de las 30.000 muertes anuales en la Unión por adicción a los derivados del opio, otra devastadora epidemia de nuestro tiempo. Es un tema que toca muy de cerca al literato. Su hermana menor murió en 2008 de sobredosis de pastillas, cuando solo tenía 45 años.
El mumbaikar es de los escritores que creen que la buena literatura debe transmitir un mensaje. Así lo establece en la página ciento treinta y nueve: ``¿Cuando invocamos el recuerdo de una obra maestra nos tenemos que preguntar: qué lecciones nos ofrece?''.
El libro, aunque desparejo, es el fruto de un talento maduro. Formas elegantes y conclusiones firmes. ``Quise escribir una novela que sea panorámica y sinóptica al mismo tiempo'', explicó el autor a un periodista del Time of India. Lo ha logrado con creces. Desde la atalaya del progresismo, oteamos buena parte de la sociedad estadounidense y de la cultura contemporánea. "La cultura basura le está estropeando la mente a muchos tontos, tontos viejos como jóvenes, o incluso a la América entera", escribió en la página cuatrocientos setenta y cinco. El siempre ponderable deseo de construir un Aleph.
Estilísticamente hablando, hay párrafos perfectos. Si bien la sátira es el procedimiento dominante, no es el único. Hay un artificio que proviene, acaso, de las Mil y Una Noches. El relato dentro de otro relato. En el capítulo dos se nos presenta a Sam DuChamp, escritor de segunda fila de novelas de espionajes, quien justamente está componiendo la historia del Quijote Smile. También dedica varios capítulos a la hermana de DuChamp, paladín en la defensa de de los derechos de los inmigrantes en Londres. Ingenioso truco.

Gurú pop

Finalmente, algo hay que decir del mensaje primordial del texto. Quizás el propósito del universo sea la creación de un amor perfecto, se conjetura en la página ciento treinta y dos. Sin embargo -se añade más adelante- la cantidad de amor disponible no satisface a todos los buscadores. Millones de solitarios le darían la razón.

El amor como conclusión existencial, como final de todo, pues. Don Quijote Smile se va despojando absolutamente del lastre (conocimiento, escepticismo, la razón, porque el enamoramiento es irracional, antiguas enemistades) en su peregrinar hacia la Amada. Atraviesa los siete valles de la sabiduría.``La vida humana es casi toda infelicidad. El único antídoto a la tristeza humana es el amor'', sentencia Rusdhie, el metafísico pop, en la página doscientos trece. 
La novela nos regala un fragmento hermoso de un poema de Wordswoth:
``ese ánimo

en que la dura y gravosa carga

de este mundo incognoscible

se aligera''.
Amo luego existo, no parece una proposición descabellada, menos en tiempos de virus corona.
Guillermo Belcore

Calificación: Muy buena

PD: En este blog hemos comentado otras buenas novelas de Rushdie. Pinche aquí:

Rubem Fonseca QEPD

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"Lo mejor de la obra de Fonseca es no saber adónde nos va a llevar. Siempre que comienzo un libro suyo es como si sonara el teléfono a medianoche: `Hola, soy yo. No vas a creer lo que está sucediendo'. Su escritura hace milagros, es misteriosa. Cada libro suyo es un viaje que vale la pena: es un viaje de algún modo necesario''.

Esto escribió hace unos años, Thomas Pynchon, el anacoreta más famoso de Estados Unidos y, acaso, el mejor novelista vivo. Que sirva de epitafio para una de las glorias de la literatura latinoamericana. Don Rubem Fonseca ya está en la casa del Señor. Su familia informó que el escritor de 94 años sufrió el miércoles un infarto durante una comida en su departamento de Río Janeiro y alcanzó a ser trasladado por una ambulancia, pero llegó sin vida al hospital Samaritano del barrio de Botafogo.

Se fue uno de los mejores pero nos queda una obra tan copiosa como indispensable. Y, a pesar de su excelencia, marcada por la polémica: el erotismo y la violencia solían colorear sus cuentos, novelas, y guiones cinematográficos (también escribió ensayos breves); al fin y al cabo fue un hijo cabal del Brasil. Hace poco la Gobernación del estado de Rondonia ordenó retirar de las escuelas varios libros de Fonseca -entre otros clásicos de la literatura brasileña- por su "contenido inadecuado'', aunque dio marcha atrás después de la ola de críticas que recibió por so bestias.

Cuentista excepcional


Nacido el 11 de mayo de 1925 en la ciudad de Juiz de Fora, Fonseca ha corrido los cien metros llanos con tanto brío y eficacia como la maratón. En este diario, hemos señalado que debe honrarse al artista mineiro -pero carioca por adopción- como uno de los grandes cuentistas latinoamericanos.

Su prosa tiene el sabor de la experiencia. Antes de dedicarse de lleno a la literatura, se graduó en abogacía, ejerció como penalista, se dedicó a la enseñanza en la Fundación Getúlio Vargas, ingresó a la Policía (llegó a comisario y fue jefe de Relaciones Públicas) y estudió administración de empresas y comunicación en Nueva York y Boston. Tenía aquello que le falta a a los plumíferos de tres al cuarto que vomitan los talleres literarios: calle. Tenía también Fonseca, un finísimo oído para el habla popular, sin concesiones a lo pintoresco. Publicó su primer libro en 1963: Los prisioneros.

Vargas Llosa ha establecido que perteneció a la misma estirpe artística que Manuel Puig o Umberto Eco:

``Es uno de esos escritores contemporáneos que han salido de su biblioteca para hacer literatura de calidad con materiales y recetas hurtados a los géneros de gran consumo popular'', como el cine, la historieta, el folletín o la telenovela".

Es decir, aplicó el pastiche, un procedimiento que la crítica ha rotulado como posmoderno. Nunca ahorró truculencias al lector. Cierto tono naif y el humor inteligente las aliviaron. Practicó la parodia y la aguda crítica social. Fue censurado en los setenta por la dictadura militar.

Se lo considera con justa razón un maestro del realismo sórdido. Narró historias escalofriantes con una pluma seca, a lo Graciliano Ramos. Ese estilo desnudo y objetivo también remite a Hemingway. Inventó al detective privado Paulo Mendes, alias Mandrake, abogado criminalista -promiscuo, crápula y brutal- que protagoniza la novela más aplaudida de Fonseca (A grande arte, 1983). El personaje inspiró la serie Mandrake (2005), producida por HBO y protagonizada por el actor Marcos Palmeira. Agosto, novela histórica que refiere al suicidio de Getulio Vargas, también fue adaptado a la televisión, por la O'Globo en los noventa.

Discreto

Un par de curiosidades: el pudoroso Fonseca odiaba firmar libros y se resistió -a lo César Aira- a concertar entrevistas con la prensa de su país. Salía a caminar con gorra y lentes oscuros por las calles de Leblon. Con buen criterio y voz cavernosa, consideraba que ``se debe leer prescindiendo totalmente del escritor''. No obstante, recibió premios tan importantes como el Juan Rulfo, el Jabuti o el Camoes, considerado el Nobel de la lengua portuguesa.

Don Rubem Fonseca fue lo mejor que puede ser un escritor de talento: un Gran Renovador. Búsquelo, para empezar, en los Cuentos completos que publicó Tusquets hace un par de años, o en Diario de un libertino, o en alguno de los libros que mencionamos más arriba.

Sirvan estas líneas de agradecimiento a Dom Rubem por los buenos momentos que le ha regalado al autor de esta necrológica.
Guillermo Belcore

Ozark, la serie. II temporada.

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En El péndulo de Foucault, Umberto Ecco inventa un concepto hermoso (y un vocablo para designarlo): pilocatábasis. Es decir, el arte de salvarse por un pelo. Bien pensado, casi todas los filmes de aventuras estadounidenses se rigen por esa idea fundacional, el héroe se salvará siempre por el canto de una uña (nosotros lo sabemos y renunciamos gustosamente a la incredulidad por un par de horas).

Algunas series, con cierta pretensión narrativa, también hacen del desastre inminente el motor de la trama. Por ejemplo,  Sneaky Pete de Amazon. U Ozark de Netflix, cuya segunda temporada venimos aquí a recomendar como alivio para la desgastante cuarentena.

Para quien no vieron la primera temporada (más lenta, menos ambiciosa), digamos que la criatura de los señores Bill Dubuque y Mark Williamsgira en torno al narcotráfico y la degradación moral que provoca tanto en las personas como en las comunidades. El financista Marty Byrde (Jason Bateman) mueve fondos en Chicago del segundo cartel de las drogas de México, hasta que su socio y amigo comete la idiotez de traicionar a los mafiosos. Marty salva la vida por un pelo, a cambio del compromiso de abrir en una región de veraneo de Missouri (lejos de las miradas del FBI y la DEA, al menos eso creen) una nueva fuente de lavado de dinero.

Se muda pues Marty junto a Wendy (Laura Linney), su esposa infiel y brillante, y a su prole: Charlotte (Sofía Hublitz) y Jonah (Skylar Gaertner) a la región de los lagos de Ozark con cinco millones de dólares en efectivo. Allí debe lidiar con lo que los norteamericanos llaman basura blanca, sureños en estado de delincuencia, como los Byrde, bah, pero menos educados y corteses.

En la segunda temporada (filmada en Atlanta por cuestiones impositivas), vemos los esfuerzos titánicos de los Byrde para construir un casino flotante, a instancias de sus mandantes mexicanos, cuya intermediaria es una despiadada abogada WASP (Janet McTeer). Se asocian con los dos extremos de la pirámide social de los lagos de Missouri. Una jovencita brillante y malhumorada de una familia de perdedores y criminales llamada Ruth Langmore (Julia Garner), se convierte en la mano derecha de Marty, aunque siempre está a un tris de traicionarlo, por la mala influencia de su padre Cade (Trevor Long). Justamente, la relación de amor-odio entre Ruth y Cade es una de las cimas de tensión dramática.

También se asocian con Jakob (Peter Mullan) y Darlene Snell (Lisa Emery), terratenientes con su propio negocio de narcotráfico: cultivan amapola, producen heroína y llegan a un acuerdo precario con los mexicanos. La locura de Darlene es otro factor poderoso de inestabilidad y muerte. 

Todo sucio


Con sus tonos azulados y fríos, Ozark recrea con destreza un asfixiante mundo de sordidez a lo House of Card, donde la codicia, la estupidez y la demencia son la norma y todos los estamentos del poder democrático se han corrompido. El sheriff está comprado por los Snell. El empresariado y la política son una cloaca. Charles Wilkes (Darren Goldstein), poderoso hombre de negocios conspira con Wendy para modificar leyes y conseguir un permiso especial del Estado para el casino. Sus intrigas causan el suicidio de un senador, decente. Una excepción a la regla.

Los Byrde también son jaqueados por el FBI, mejor dicho por el agente Roy Petty (Jason Butler Harner), al que sólo le interesa su carrera y es capaz de atormentar a una mujer adicta a las drogas (Jordana Spiro) para conseguir pruebas. Y por la mafia de Kansas City, que -como en la Argentina- anida en el sindicalismo duro. El capo Frank Cosgrove (John Bedford Lloyd) quiere una tajada del pastel. Marty y Wendy están siempre en peligro y, sin perder nunca la compostura y los buenos modales ofician como fixers en un mundo hipócrita y sin escrúpulos (¿Vieron Donovan, es el mismo mecanismo de acción). Todo se arregla en Missouri con dinero o una sutil extorsión.

Otro viejo truco que desarrolla la trama es el siguiente: familia tipo en ambiente disfuncional (¿Recuerdan Los Soprano o Perdidos en el espacio?). Como si no le faltaran problemas y con la ayuda de un casero sabio y agonizante (Harris Yulin), Marty y Wendy deben educar y guiar a un par de adolescentes rebeldes como todos y que deciden dar sus primeros pasos en la carrera delictiva. ¿Por qué no? Si es lo que maman en el hogar y en la sociedad. Hija contestaria; hijo nerd.Los tópicos nunca fallan. Los personajes evolucionan, por fortuna. Wendy se roba la serie, mamá va transformándose en ’macho alfa’ y en asesina; siempre, el fin justifica los medios: salvar a la familia de la venganza narco.   

Uno no puede dejar de preguntarse a lo largo de los trepidantes diez capítulos (no hay puntos muertos) dónde está el bien en la sociedad contemporánea que describe Ozark. Aunque los Byrde siempre estén en busca de la redención, nunca la alcanzan. Da la impresión que los justos sufren el destino que Almafuerte describía en sus sonetos imperecederos. Transcribimos un fragmento de nuestro Nietzsche:

“…los que van por el mundo delirantes/
repartiendo el amor a manos llenas,/
caen, bajo el peso de sus obras buenas,/
sucios, enfermos, trágicos, sobrantes/ 

¡Ah! Nunca quieras remediar entuertos;/
nunca sigas impulsos compasivos;/
ten los garfios del Odio siempre activos/
y los ojos del juez siempre despiertos…/ 

Y al echarte en la caja de los muertos,/
menosprecia los llantos de los vivos!/
  
Netflix ya subió la tercera temporada de Ozark, con el casino en funcionamiento, Darlene conspirando y la mafia de Kansas City, furiosa. En unos días, hablaremos de ella.
Guillermo Belcore

Calificación:Muy buena




Mandrake. La Biblia y el bastón

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Rubem Fonseca
Norma, 195 páginas, edición 1995
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“Nunca te avergüences de tu libido, es la energía fisiológica y síquica asociada a toda actividad humana constructiva; se opone a Tanatos, fuente de todos los impulsos destructivos“. 

¿Es esta una definición filosófica? No, es la meditación interior del sinvergüenza del doctor Mandrake tramando una infidelidad. La creatura de don Rubem Fonseca (Q.E.P.D.) protagoniza dos novelas cortas que el gran narrador brasileño entregó a la imprenta en 2005 y el sello colombiano Norma (lo echamos de menos) reunió dos años más tarde en un volumen que hace muy tolerable un encierro que no debería ser tan prolongado.

Para quien no lo conozca, digamos que el doctor Mandrake es un abogado criminalista de Río de Janeiro que gusta jugar al detective privado. Es un hombre con una misión en la vida: llevar a la cama mujeres hermosas tan asiduamente como pueda. En la ética profesional de este libertino empedernido sobresale una concepción robinhoodiana, sacarle dinero a los poderosos es una buena acción, aun cuando su cliente sea un pilantra. Su socio es el doctor Weksler; su amigo de la infancia el comisario Raúl, el as de la división Homicidios. El vino tinto portugués y los libros son otras pasiones del letrado.

En esta ocasión, Mandrake deberá lidiar, en primer lugar, con una serie de homicidios que ha provocado el hurto de libros valiosísimos, como un incunable de Gutenberg. El Club de los Bibliomaníacos -naturalmente todas personas de buen pasar- es como cualquier secta de fanáticos. El abogado se llevará dos tiros en el cuerpo por esta aventura.

En la segunda parte, se lo trata de incriminar en el homicidio de un cultivador de orquídeas. Alguien le robó de su casa un bastón estoque Swaine (con una lámina de acero incrustada) fabricado en Inglaterra hace doscientos años. Con esa arma mortífera le atravesaron el corazón al señor Helder Frota, cuya esposa es amante de Mandrake (¿dijimos que el estado civil de las damas es para el picapleitos un detalle insignificante?).

Si bien estos dos son los casos principales, las nouvelles se enriquecen con subhistorias que corroboran la habilidad de fixer del abogado. La prosa de Fonseca es sencillísima de leer, lo cual no quiere decir que sea simplona. Viene esmaltada con citas eruditas y sentencias.

Para quien esto escribe, Fonseca era el más importante escritor brasileño de los últimos cincuenta años, un auténtico reformador y no sólo de la novela negra. Fue uno de los grandes cuentistas latinoamericanos. Como todo el mundo sabe, falleció hace quince días por un maldito infarto. Tenía 94 años de edad (1). Este blog intentó contactarse con el doctor Mandrake, pero resultó imposible. Chocamos contra el muro de su secretaria Luma. No obstante, ha trascendido que el abogado criminalista sigue devastado por la pérdida, al punto de que no ha vuelto a sus despacho. Ni siquiera sus bellas mujeres han logrado borrarle las lágrimas.
Guillermo Belcore


Calificación: Buena


(1) http://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2020/04/rubem-fonseca-qepd.html

Las Geórgicas

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Claude Simon

Seix Barral, Edición 1985, 268 páginas. Traducción: J. Escué Porta.

Aquí está de nuevo, delante de nuestros ojos azorados, acaba de despertarse con su tremenda desmesura y su pesado humor. Viene a cobrar a las gentes, como siempre, un tributo de dolor y muerte (desde Wuhan al Chaco). El nombre del monstruo es Historia:

"...tiempo a la vez estático y desbocado, que gira sobre sí mismo, sin adelantar, con bruscos retrocesos, imprevisibles rodeos, errando sin objeto, arrastrando todo cuanto se halle al alcance de esa especie de remolino.'' 

El remolino de la Historia es, justamente, la protagonista de una extraordinaria novela escrita hace cuarenta años, no muy conocida, que hoy deseamos recomendar para aliviar con buena lectura un confinamiento que no debería haberse eternizado. Hablamos de Las Geórgicas, obra maestra del francés Claude Simon (1913-2004), Premio Nobel de Literatura 1985.

La crítica erudita define a Simon como una de las plumas más relevantes de la llamada Nouveau roman (Nueva novela), la última vanguardia provechosa de Francia, en la opinión del crítico Octavi Marti. Un grupo de intrépidos innovadores -capitaneados por Alain Robbe-Grillet- maquinó prescindir del argumento, los personajes, el tiempo lineal, las tradiciones de ese insuperable artefacto artístico llamado novela. El resultado fue desigual y ha dejado discípulos muy menores, pero también engendró una sublime exhibición de estilo con una gran densidad poética, filosófica e histórica. Nos referimos, claro, aLas Geórgicas.

TRES MOMENTOS CLAVE


Basado en su experiencia personal y en la montaña de papeles que encontró de un antepasado, Claude Simon une (¡incluso dentro de un mismo párrafo!) tres momentos históricos trascendentes: la Revolución Francesa, la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial.

Combina el libro pues -con exquisita maestría- la participación del autor en dos conflictos armados con técnicas de diferentes artes. El literato fue uno de esos jóvenes idealistas que viajaron a España para defender a la República de Francisco Franco. No obstante, en 1937 se topó en Barcelona con la naturaleza criminal del estalinismo. Tres años después, integró un regimiento de caballería en el frente del Mosa (¡jinetes vs. Panzers y Stukas!); fue capturado por los alemanes y confinado a un campo de concentración, pero escapó al poco tiempo. Se afincó en el sur de Francia. Se convirtió en vitivinicultor. Antes de dedicarse de lleno a la literatura, se aficionó a la pintura (estudió con André Lhote) y a la fotografía. En la década del ochenta, aunque tenía dieciséis libros publicados, este caballero rural era poco apreciado en su país. Las Geórgicas fue el fruto de un talento maduro y original, con tendencia a lo autobiográfico. La cumbre de un ciclo vital. La consagración llegó con el Nobel cinco años después.

Como Guimaraes Rosa, Benet y Joyce, ha edificado Claude Simon una catedral de palabras. Hay pasajes de intensa belleza, pero la potencia estética opera fundamentalmente por adición, es decir por la exuberancia verbal de la novela (el barroco nunca pasará de moda, porque como ha establecido Heidegger, el lenguaje es la casa del ser).

El autor despliega dos artilugios que rompen el molde. En primer lugar, un descripcionismo desatado. El propio Simon ha explicado que su intención ha sido llevar el extremo uno de los procedimientos emblemáticos de Balzac. La escritura se abisma en mil descripciones líricas, cargadas de colores, tonos, luces, sombras, sonidos, texturas y olores (por lo general desagradables, es una novela de gente roñosa). Todo se describe de modo fragmentario, desde una bandada de estorninos hasta la trincheras republicanas en el Frente de Aragón. Emplea la sinestesia y la écfrasis como herramientas destacadas.

La otra fórmula novedosa que aplica el autor es la yuxtaposición temporal, a lo Faulkner pero mucho más exigente. La primera de las cinco partes del libro plantea un formidable desafío al lector: saltamos, a veces sin siquiera una advertencia tipográfica, de un tiempo a otro, de las conquistas napoleónicas de Italia, a la desbandada del Ejército francés en mayo de 1940 y de ahí a la Barcelona bajo fuego, luego a una sala de ópera, volvemos a los despachos enloquecidos del Comité de Salvación Pública, y así por sesenta páginas. ¿Quiere decirnos monsieur Simon que la guerra es siempre la misma, que lo seres humanos somos meras hojas de árbol, inermes y trágicos, a merced de esa fuerza de la naturaleza llamada Historia?

El segundo capítulo, más normal, nos lleva al norte de Francia, tres meses antes de que los tanques de Schneller Heinz Guderian irrumpieran por las Ardenas. Vemos a un cuerpo de caballería a quince grados bajo cero. Un ejército de aficionados y de esclavos. Las tropas se alimentan con ``cosas increíblemente infectas (los cuartos de buey congelados diez años atrás en Argentina fechados con un sello violeta en su grasa amarilla, al arroz pegajoso)''. Hay cierta poética en la descripción obsesiva de un frío inimaginable para un sudamericano. El escritor, que estuvo allí, quiere ajustar cuentas con el derrotismo de 1940, la inepcia de los militares y los políticos de París que entregaron el país (y a casi toda Europa) a los nazis.

La tercera parte se ocupa de la familia de Simon. La muerte de la abuela y la iniciación cinematográfica del autor. La subasta de los bienes. Son los herederos de ese coloso de la pequeña nobleza rural (un castillejo y pocas hectáreas) que cambió de bando durante la toma de la Bastilla para convertirse en regicida, diputado de la Montaña, general de artillería de Napoleón, embajador en Nápoles, su Excelencia (y cuyas cartas, informes, hojas de ruta, albaranes de aprovisionamientos, facturas de joyeros, movimientos de tropas, discursos, decretos de la Convención, instrucciones a la administradora Batti, informes sobre inspecciones de baterías, de plazas fuertes, de potencia de fuego enemigas, direcciones al Emperador, relaciones de viajes, consejos para el cultivo de la papa, propuestas de ascensos, de condecoraciones, notas personales, etc. se intercalan a lo largo de todo el libro). Se esboza un misterio familiar de casi doscientos años que se dilucidará en el quinto tramo de la novela dedicado justamente al general republicano.

Es posible que la cuarta parte de Las Geórgicas sea una de las más brillantes manifestaciones de intertextualidad del siglo XX. Retornamos a la Barcelona de la guerra civil dentro de la Guerra Civil Española. Los títeres del ex seminarista con rostro de acero se han abocado a exterminar a otras sectas filosóficas, como el anarquismo y el POUM. Claude Simon lo vio con sus propios ojos. Narra las peripecias de un inglés llamado O:

``...arrojado a (sumido en) algo para lo cual no lo habrán preparado ni los libros ni lo que ha podido aprender por su cuenta en el transcurso de sus años de servicio en la policía, en los miserables barrios del East End, ni durante la época en que se gano la vida fregando platos, o sea un mundo en el que están arraigados desde siempre la violencia, la rapiña y el asesinato, y no de modo más o menos esporádico, más o menos hipócrita, relativamente codificados, sino sin tapujos, sin frenos sin siquiera esas convenciones que distinguen los tramposos pugilatos en medio del barro de simples matanzas entre tribus vecinas, o mejor aún del simple aplastamiento del más débil por el más fuerte...''.

Ese inglés cándido era naturalmente George Orwell. Sí señor, Claude Simon tenía algo que decir (unas cincuenta páginas) sobre un libro famoso, Homenaje a Cataluña.

Es preciso el retrato de los verdugos rojos, vampiros en la noche ("bien alimentados, con sus ojos semejantes a agua sucia, pinta taimada y arrogante ignominia'') y de los más educados y discretos agentes de Stalin, los que mueven los hilos tras las bambalinas, como nuestro Victorio Codovilla. En la página 260, establece que el revolucionario es una "una malformación de la Historia, que la Historia misma se encarga de corregir por sí sola''. Y más adelante reivindica elípticamente la democracia liberal (hoy otra vez en riesgo), donde una persona puede "...dormir, hasta en un mero tugurio, sabiendo que sólo lo sacará de la cama el timbre del despertador y no los culatazos de los fusiles o las pistolas aporreando brutalmente la puerta a la madrugada''...

Para redondear, estamos ante de una las mejores novelas del siglo XX. No es, insistimos, para lectores distraídos o con prisas. Es difícil -pero no inaccesible- porque es excelente. Uno llega a la última página, tarde lo que tarde, convencido de que ha gozado de una inusual experiencia de lectura.
Guillermo Belcore

Calificación: Excelente

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